Raphox tirado en un sofá

Raphox: la censura siempre será mayor de lo que uno puede calcular

Raphox (Rafael Diez Cué). Foto: Cortesía del entrevistado

Raphox (Rafael Diez Cué), de 33 años, hace poco más de cinco años que vive en Estados Unidos y confiesa que le es imposible deshacerse de las nostalgias por su país. Pero la Cuba que extraña no es la de las postales turísticas ni de las fantasías marxistas caribeñas, sino esa otra de la que el mundo conoce poco, esa Isla dentro de la Isla, escondida en los callejones populares de los suburbios donde este artista pasó buena parte de su vida.

La Cuba de Raphox tiene el glamour de lo underground, de la mezcla homogénea y natural de varias culturas que conviven en solares, calles y tarimas improvisadas. La Cuba de Raphox tampoco tiene pelos en la lengua y le toca vivir marginada por los censores políticos. Solo el ritmo violento y desenfadado de las calles le inspira. Da igual el género musical. Lo importante es que sea espontáneo, libre, y también lo suficientemente sólido para soportar las embestidas de los elitistas y los inspectores políticos del arte.

Algo de todo eso está en sus últimas producciones. Noches de Malecón, disco recién estrenado, logra fusionar la música underground contemporánea con instrumentales que recuerdan la vida bohemia de La Habana pre 59. Noches de Malecón es la vida nocturna, glamorosa y secreta de una ciudad de dos épocas encontradas en un mismo instrumental.

Raphox tiene también otras facetas que van más allá de estos instrumentales y hasta de la música en general, pues, además, de músico, se desarrolla como diseñador gráfico. En ocasiones, este artista ha optado por llevar lo popular a la música de maneras poco ortodoxas y creativas, como sus remix de frases populares ancladas a hechos y momentos específicos. Ejemplo de esto último es el tema Oe Policía Pinga, en el cual musicalizó una expresión contestataria que surgió originalmente a ritmo de conga.

Sobre su carrera como productor musical, y como artista en general, conversó con YucaByte.

¿Cómo surgió tu gusto por la música, específicamente por el tipo de música que haces?

Yo nací en la Lisa, en la barriada de Versalles, y allí viví mientras estuve en Cuba. La verdad es que en mi familia nadie es músico, pero a todos les gusta la música y tienen muy buen gusto para eso. En casa, por ejemplo, siempre tuvimos algún equipo de audio, y desde niño siempre oía mucha música norteamericana y mucha música cubana tradicional. Pero también dibujaba, y mi madre se percató de esa habilidad. Enseguida me prepararon para que estudiara artes plásticas.

Entonces te gustaba la música y las artes plásticas. ¿Cómo pudiste convivir con ambas pasiones?

-Muchas veces traté de separar la música de las artes plásticas, pero nunca lo logré. Siempre me apasionaron ambas cosas, y con la misma intensidad. Estudié en artes plásticas en la academia de San Alejandro, y también estudié en el Laboratorio Nacional de Música Electrónica. En este último sitio aprendí sobre los software de creación musical, de grabación, masterización y todos los procesos digitales relacionados con el audio. En el Laboratorio Nacional estuve un año y pico y hasta me dieron un diplomita cuando salí. Pero en San Alejandro estudié como cinco años grabado y otras técnicas que después he aplicado al arte digital. Al salir de la academia dejé atrás el grabado, porque es una técnica demasiado cara y algo limitada de cara al futuro, o por lo menos con el futuro profesional que tenía en mente.

¿Cumpliste pronto con ese futuro que tenías planeado?

-En parte. Al terminar los estudios hice mi servicio social de tres años en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). Estaba en un departamento de diseño con un equipo inmenso del Instituto Superior de Diseño. Allí aprendí mucho sobre arte digital. En la UCI pasé al final casi 10 años, casi hasta que vine a Estados Unidos.

¿Y cuándo entra la música en tu vida?

-En esa época, quizás antes. Yo empecé a relacionarme con artistas de géneros urbanos, a quienes les hacía portadas de discos. Y como también sabía de música, comencé a producirles también. Conocí a estos artistas en las calles, cuando empecé a relacionarme con el rap cubano, con el movimiento contestatario de rap y sus eventos, que me llamaban la atención. En lo que son los escenarios me inicié como a los 20 años, pero ya yo producía música desde los 15, con la primera computadora que tuve en casa. Recuerdo que mi mamá y mi papá la compraron con mucho trabajo, y que yo la usaba para hacer música, mis diseños, para aprender a trabajar con photoshop.

Dentro de ese mundo underground donde hacía de DJ de rap conocí a varios músicos, hice mis contactos y comencé a hacer shows. Logré tener mi peña fija, todos los viernes en el Delirio Habanero. Estuve ahí como tres años, batallando junto a un montón de raperos, aunque el artista de la casa era Bárbaro el Urbano Vargas.

El rap, de por sí, es un género musical contestatario. ¿Cómo es, según tu experiencia, hacer ese rap en Cuba?

-Al menos mientras estuve en Cuba, había muy poca difusión del rap cubano. Había que ir a los lugares más undergorunds a nivel de espacio. La Madriguera era entonces un lugar así. Y no sé si la habrán cerrado ya, porque siempre que abría un lugar nuevo para el rap, en menos de seis meses las instituciones encontraban un pretexto para cerrarlo. Yo logré tener un espacio por tres años, pero costó estar todo el tiempo fajado con mucha gente y, al final, lograron tumbárnoslo. ¡Hubo tantos eventos que a mí y al equipo con el que trabajaba nos censuraron! Cuando teníamos un proyecto, siempre aparecía un pretexto cualquiera para que no lo hiciéramos.

Sobre los géneros urbanos en Cuba debo decir que, por lo que he visto, hasta en el reguetón parece que existe censura. Muchos reguetoneros han hablado y han dicho que se sienten oprimidos. Y siempre pensé que eso solo sucedía con el rap. Pero la censura siempre será mayor de lo que uno puede calcular.

Hubo un momento en que empezó, en el rap, a salir una oleada de artistas que nosotros llamábamos “aldeanizados”. O sea, con mucha influencia de Los Aldeanos. Era un gran alivio aquello, que se pudiera expresar en la música lo que se hablaba en las casas, en las calles, y no lo que se decía en la televisión. Esa música comenzó a pasarse de USB en USB. Quien tenía un poco de acceso a internet también la descargaba. Estaba el Paquete Semanal. Yo me acuerdo que cuando estaba en Cuba, los artistas ponían y regaban sus discos en el Paquete. Tú comprabas un espacio ahí para poner tus discos por cierta cantidad de días y así se difundía tu música. Esa era como la mejor manera de difundir música underground.

¿Qué rasgos caracterizan al rap cubano?

-La propia música cubana. El rap cubano siempre ha tenido una sonoridad muy fácil de identificar. Se diferencia sin problemas de lo que se hace en Estados Unidos, Puerto Rico, Colombia. Hay muchos lugares donde se hace rap en español, pero el cubano tiene su propia sonoridad. También hay que destacar que eso es gracias a productores como Pablo Herrera, el mismo Al2, El Prófugo, Manu, Papá Humbertico y, en fin, un montón de artistas que han ido moldeando el sonido del rap cubano. Ellos crearon toda una escuela del género que existe desde antes de Orishas y se mantiene. Claro, la gente ha comenzado a empaparse de los sonidos norteamericanos y las nuevas tendencias del género. Y está bien eso. Yo, por ejemplo, soy muy abierto en esta cuestión. Además de rap he producido regué y hasta reguetón en mis experimentos. Pero igual me encanta el dancehall, el dub, el trap y todo lo que sea género urbano. Por supuesto, el productor que quiera mantener una diferencia en el mercado busca samplear y coger cosas de la música cubana tradicional, porque ahí hay un sonido muy específico que distingue en el mercado a nivel global. En mi caso, todos los beats que he hecho en mi vida han sido con música cubana. Da igual que sea solo una clave, un cencerro, una trompeta, una percusión, un güiro. Siempre algo cubano.

¿Cómo ha ido tu carrera musical fuera de Cuba?

-Cuando me fui de Cuba estaba haciendo de DJ en varios clubs. Bárbaro el Urbano Vargas y yo pudimos conseguir un concierto en Miami, pero solo pude venir yo. A Bárbaro le negaron la visa y nunca supimos por qué. Ya en Estados Unidos pasé por lo que pasa el emigrante: intentar conocer personas y lugares, adaptarse, casi que estudiar cómo es que se vive aquí. Durante ese tiempo no paré de hacer música. Empecé a subir cosas a Youtube y me enfoqué en los remix. Esto último, confieso, se debía a cierta nostalgia. En ese entonces me dio hasta por hacer remix con muñequitos viejos, para entretenerme. De aquella experiencia surgió la idea de hacer temas como Oe Policía Pinga. O sea, que desde que llegué intenté no apartarme de esos sonidos que te recuerdan tu vida en Cuba.

Entonces, esta identidad es algo positivo. En un país como Estados Unidos, con tanta música y géneros tan variados, lo mejor es rescatar lo más autóctono de Cuba. Moviéndome en ese mundo comencé a conocer a la diáspora del rap cubano, como Marichal, Al2, Silvito, Danger, Raudel… y otros muchos raperos buenísimos que hay aquí. Empecé a trabajar con ellos, a producirles discos enteros a ellos y a raperos cubanos en España.

Ahora mismo me dedico a producir música y también a mi vocación de artista plástico como diseñador de una discográfica. Al final, he terminado uniendo mis dos pasiones, a la vez que aprendo más sobre la música como mercado.

 

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