La mentira de una isla entre sofistas y gnósticos 

Ilustración: Julio Llopiz.

El socialismo, por su afán revolucionario, es incapaz de portar la Verdad. Las revoluciones buscan reformar la esencia de los hombres y, para ello, es imprescindible reformular los sentidos y la ley natural.
El proceso de ingeniería social implica que el individuo no busque el bien propio antes que el común (colectivización), que ofrende su propiedad al Gran Administrador (estatización), o que reniegue a la familia si esta no sigue el ideal revolucionario o al líder carismático del momento (fanatismo).
La lucha contra la tradición, las convenciones, la razón y la realidad, aun cuando se digan los revolucionarios abanderados del consenso, la ciencia o una moral superior, es parte esencial de una continua espiral: el proceso interminable de la Revolución.

En ese constante flujo de cambios, los fusiladores que en los años 1960 eran llamados progresistas, para la nueva hornada de socialistas son conservadores. Los nuevos socialistas consideran conservadores a los viejos socialistas aun cuando hoy imponen en Cuba redefiniciones de entidades preestatales como la familia o el matrimonio, en consonancia con élites globales. Nunca se es lo suficientemente revolucionario para los revolucionarios. Para ellos, nunca se ha fusilado o acallado suficientemente la Verdad.

El doctor en Estudios Internacionales Orlando Gutiérrez-Boronat presentó el pasado 21 de febrero en el Museo de la Brigada 2506, en Miami, su nuevo libro Cuba: la doctrina de la mentiraEl volumen no aborda la Verdad tanto como concepto filosófico, sino como negación de la realidad, la ley natural y las relaciones humanas libres. Para ello se vale de una extensa indagación en los manuscritos y acciones del liderazgo castrista. 

La Verdad, a la que Gutiérrez-Boronat dedica su libro, ha sido el primer objetivo de la tiranía cubana. Nada distinto se puede esperar de ella. No en vano condujo millones de pesos al posicionamiento internacional de entidades propagandísticas como la agencia de noticias Prensa Latina o el concurso de testimonio de Casa de las Américas. 

En el caso castrista, la realidad, una de las manifestaciones de la Verdad, ha sido por décadas escondida bajo carretillas de falsedad. Un exrecluso de las UMAP me contó en La Habana cómo a él, contador de los resultados productivos de aquellos campos de concentración, le forzaban a cambiar las estadísticas que se enviarían a los altos mandos, o sea, a ocultar de ellos mismos con un trazo de ceros la ineficiencia de la centralización marxista. Y el pueblo, desdentado y hambriento, sonrió por décadas frente a los victoriosos informes del Noticiero Nacional de la Televisión castrista. 

De acuerdo con Gutiérrez-Boronat, la tentación totalitaria está en la naturaleza humana. En su libro, el pensador explica que a ella son especialmente tendientes dos clases de personalidades: el sofista y el gnóstico. 

El gnóstico cree en el poder temporal para volver a fundar y recrear la naturaleza humana. 

Inevitablemente se enfrenta con que no puede hacerlo. Se enfrenta con la realidad, aquella que Margaret Tatcher consideró el peor enemigo del socialismo. Y ante esto el gnóstico tiene una decisión: perpetuar la mentira o arremeter con mayor violencia contra la realidad. 

El autor considera que Ernesto Guevara, en su intención por crear “el hombre nuevo”, cayó en este campo.

El sofista, por otro lado, está convencido desde el principio que lidia con mecanismos de control, y quiere el poder absoluto. Si acceder a ese poder absoluto implica romper la naturaleza humana, lo va a hacer. “Y va a usar al gnóstico para romperla”, dijo Gutiérrez-Boronat, nacido en La Habana en 1965, durante una presentación en la que participé. “Fidel Castro era esa clase de individuo, y utilizó a Guevara como un martillo, para ir destruyendo la economía cubana, la agricultura”.

Justamente la nociva reestructuración del campo cubano a través del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) marcó, para el autor, el inicio del modelo totalitario cubano. Algunos de los pasos fueron expropiar sus recursos a propietarios privados de la industria agropecuaria, centralizar esta en manos del Estado y, al final, colectivizar forzosamente la pequeña actividad agrícola a través de las cooperativas que hoy pueblan como empresas-zombie los tristísimos campos cubanos. 

A parte de ese golpe significativo a la gran y mediana empresa, y a las clases alta y media de una sociedad esencialmente agrícola, parte de la mentira totalitaria es desestimar o invisibilizar los éxitos de la República. Y a ello dedica Gutiérrez-Boronat el cuarto capítulo de su investigación.

Antes de la Revolución era orgullo nacional que el peso cubano se cotizara uno por uno respecto al dólar estadounidense. En 2021, Cuba fue el país más miserable del planeta según el índice anual HAMI, del analista socioeconómico Steve Hanke. En la década de 1950 Cuba era el tercer país latinoamericano con mayor número de calorías diarias ingeridas; la dieta de los cubanos bajo el socialismo es peor que la de un esclavo durante la Colonia. Si la libertad durante la República entregó obras arquitectónicas como el Capitolio, el Palacio Presidencial o los kilómetros y kilómetros de expansión urbana hacia el oeste habanero, en 63 años el castrismo apenas ha dejado los maltrechos laberintos de Alamar o Barbosa. La superioridad productiva, moral y estética del socialismo no cuenta como mito, es solo propaganda.

Por eso Kiele Cabrera, panelista también invitada a la presentación de Cuba: la doctrina de la mentira, señaló que los líderes totalitarios no pueden acceder al poder por vías democráticas, y por eso se hacen expertos en la violencia. Básicamente, los socialistas cubanos no permiten elecciones porque saben que nadie votaría por ellos.

En ese sentido, es esencial el trabajo del periodismo independiente para que, contrario al barrido de la historia de la República en las mentes de los jóvenes cubanos, las futuras generaciones cuenten con un documentado compendio de lo que significa vivir en la Cuba de hoy. Si ya han tergiversado y torcido tanto el pasado cubano, que al menos el sistema totalitario no pueda hacer que se olvide el presente.

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