Mi 27N comenzó 5 días antes

Ilustración: Julio Llopiz-Casal  

Para la mayoría de las personas que vivieron el 27N, todo comenzó la noche del día anterior. Para mí, comenzó en la tarde noche del 22 de noviembre.

Con un poco de sensatez, y con conocimiento honesto de lo que es el castrismo, no hubiera sido difícil imaginar un allanamiento en San Isidro desde el mismo día en que los acuartelados decidieron atrincherarse y asumir las consecuencias de sus actos. La tapa al pomo fueron las huelgas de hambre y sed que algunos de los implicados en aquella protesta decidieron hacer. Si se suma el hecho de que Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero Alcántara fueron los responsables de la iniciativa de comenzar esas huelgas, la tapa del pomo recibe un apretón adicional. La Seguridad del Estado, y los cuerpos represivos del régimen en general, son muy racistas, y les dio mucho más gusto del normal ejercer la violencia aquella noche del allanamiento.

Pero volvamos a la tarde noche del 22 de noviembre.

Unas horas antes, Luz Escobar y yo logramos llegar al Parque Central. Fuimos de los pocos que pudieron hacerlo, entre los pocos cubanos que decidieron ir ese día a la convocatoria que había hecho Luis Manuel el día anterior desde una directa de Facebook. Esa tarde, entre otras cosas memorables, Luz hizo la primera transmisión en directo desde su perfil. Y yo, si bien no fue la primera vez que vi a la Seguridad del Estado en acción delante de mí, sí fue la primera vez que directamente fui objetivo de una maniobra represiva.

Cargaron con nosotros en menos de diez minutos. Dos mujeres,oficiales del MININT, y un agresivo agente vestido de civil, nos condujeron hasta una patrulla estacionada en la esquina que está frente al edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes y la parte trasera del Cine Payret. Justo cuando llegamos a la patrulla se escuchó el ruido de la turba que se lanzó inmediatamente a golpear al rapero Navy Pro (Osvaldo Navarro) y a la activista Merthadela Tamayo, que habían logrado transmitir en directo el momento en que nos llevaban al carro de policía

La patrulla nos llevó a la Estación de Zanja. Allí nos quitaron los teléfonos, la bolsa de Luz, los cordones de los zapatos, y nos metieron a cada uno en un calabozo. A Luz no la interrogaron en aquella ocasión, pero en la última de las cuatro horas que estuvimos detenidos, a mí me condujeron  a una de las oficinas de la estación, y ahí fui interrogado por primera vez en mi vida.

El agente de la Seguridad del Estado que me pusieron delante se presentó como el mayor Rubén de la Contrainteligencia: “Rubén, como el poeta… aunque no hago poesía…”, me dijo. 

Era un hombre corpulento, amable, con una mascarilla blanca de tela. Ágil al implementar la violencia simbólica de modo sutil en sus palabras. Conversando con algunas personas que también han sido interrogadas por la Seguridad, me han dicho que la descripción del tal Rubén coincide con la del Agente Omar, que parece ser un clásico de la represión a personas del ambiente artístico. Pero eso es lo menos importante comparado con  lo que me dijo aquel día.

“Llopiz, ¿no?”, me preguntó en un primer momento, y le respondí asintiendo con la cabeza. 

“Compadre… Cuando me dijeron que eras tú el que habían detenido, no lo podía creer”, me dijo después, como para que hacerme creer que era especialmente importante. Luego remató revelándome que, en el “trabajo operativo” que el hacía, los “intelectuales” eran su “área de competencia”.

La Seguridad del Estado suele jugar al policía bueno las primeras veces que reprime a una persona que alza su voz contra el castrismo, sobre todo si es blanca, tiene estudios superiores y se desenvuelve bien en el terreno del lenguaje, como era mi caso. El mayor Rubén continuó diciéndome que leía todo lo que yo escribía, que había visto por primera vez a Luis Manuel Otero en una exposición en la Facultad de Artes y Letras de la UH, así como otros comentarios con apariencia forzosa de cordialidad. 

Aquel día tenía claro que intentaría no abrir mi boca para nada que no fuera decir sí, no o cualquier cosa básica. Pero cuando me dijo: “¿Tú sabes que Maykel Osorbo escupe a los policías?”, no pude evitar responderle “¿Usted sabe que los policías lo golpean esposado y que por eso los escupe?”.. 

A partir de ahí, el mayor intentó argumentar que en Cuba no existe el racismo. Y yo recordé la frase más racista que usan las ciberclarias y los procastristas: “Mira, Negro. No seas falta de respeto que la Revolución los hizo a ustedes personas”. 

Me dijo en un momento: “Pero tú eres un muchacho inteligente. Mira, si tú me escupes y entonces yo te parto dos costillas, es porque entramos en una nueva relación desde el punto de vista del lenguaje”. Escuchar aquello me impactó, aunque no me sorprendió. La Seguridad del Estado funciona porque, entre otras cosas, sabe vender bien la idea de que hay un tipo de violencia legítima, y que es la que ellos practican. Por ejemplo, partirle dos costillas a alguien por una escupida, y partírselas con la impunidad que caracteriza a un policía político en Cuba.

No considero necesario ilustrar aquel interrogatorio con muchos más detalles, aunque permanezcan en mi memoria. Lo que sí sucedió fue que “el mayor Rubén” mencionó algo que dio comienzo a mi 27N personal, aunque en ese momento no visualicé exactamente el plantón ante el Ministerio de Cultura.

De pronto dijo: “ Ese show que están haciendo esa gente en San Isidro se acaba cuando nosotros queramos: es cuestión de entrar con 20 efectivos de la Brigada Especial y te aseguro que en tres minutos ahí no queda nadie…”. 

Esa fue la señal que me indicó que ya se planeaban  los últimos detalles del allanamiento en Damas 955. Desde ese momento supe que, cuando se metieran en la sede del Movimiento San Isidro a sacarlos, yo haría algo: muerto de miedo, con el poco de cautela que me caracterizaba entonces, pero estaba seguro de que algo haría.

La tarde del 26 de noviembre fui a leer poesía frente a la Iglesia de San Francisco de Paula junto a otros amigos y en solidaridad con los acuartelados. En la noche, cuando apagaron el Internet en toda la isla y Luz me dijo que parecía ser a nivel nacional, empecé a temblar. Se generó un caos de varios minutos en la casa. Cuando volvió la señal y pude ver con un VPN el video que compartió la Seguridad del Estado, con acto de repudio y más manipulaciones incluidas, marqué el número de celular de Jorge Alfonso (Chicho), actual director de la empresa Génesis Galería de Arte. Apenas descolgó le di un grito: “¡Se los llevaron, Chicho… Repinga… ¡Se los llevaron!” Le repetí la misma frase una y otra vez, sin que me saliera otra cosa. Él solamente me repetía: “Cálmate Llopiz”. No es nada extraño que más adelante, el 27 de enero de 2021, estuviera ese hombre entre los funcionarios que nos empujaron y metieron a patadas en aquella guagua. La falta de escrúpulos de los soldados del castrismo no tiene límites.

Al día siguiente sucedió el 27N. Un evento que gran parte de los cubanos en todo el mundo se interesaron en ver, en tiempo real y gracias a las posibilidades que brindan internet y las redes sociales.

Pasadas las 12 de la noche, siendo ya 27 de noviembre, Luz y yo recibimos cientos de mensajes, sobre todo de gente que estaba en Cuba, y sobre todo artistas. La pregunta principal era: “¿Qué vamos a hacer?”.

Un grupo pequeño de amigos de las artes visuales y yo teníamos la idea de ir por la mañana al Museo Nacional de Bellas Artes, pero finalmente decidimos ir al Ministerio de Cultura junto a gente de teatro y del cine que ya habían resuelto hacerlo. 

A las 10:00 am llegamos a la esquina de 13 y 2, en El Vedado, éramos menos de 30 personas. Nos acercamos a las puertas del MINCULT, pedimos ver al ministro y nos dijeron que estaba ocupado. Nosotros respondimos que no nos iríamos hasta ser atendidos, nos hicimos unas selfies que subimos a las redes y el resto es la historia que casi todos conocen y pudieron vivir más o menos de cerca, o de lejos, y en tiempo real.

Lo que sucedió ese día me hace sentir muy orgulloso. Cuba nunca ha estado más cerca de su libertad que el 27N y el 11J. Aquel día frente al MINCULT se ensayó una pequeña democracia, a la intemperie y sobre el asfalto. Todo lo que sucedió se hizo de consenso entre los presentes. Todos estuvimos, de una manera u otra, por encima del hambre, de la sed, del miedo y de nuestras diferencias. 

La Seguridad del Estado infiltró a varios agentes encubiertos (recuerdo especialmente a aquel charlatán pedante que trató mil veces de diluirnos sin lograrlo). Más de una vez sentí que todo se podía ir a la mierda al observar a todos aquellos agentes fortachones que pasaban por nuestro lado con miradas intimidatorias y a veces empujando a los varones en busca de una justificación para usar la violencia física y desmantelar aquello. Nos llegaban constantemente fotos de los camiones de la brigada especial cargados de hombres armados y a pocos metros de nosotros. Un amigo mío, que conoce de cerca a los que gobiernan Cuba, me contó que a cada minuto pensaba que nos iban a aplastar… algo que, afortunadamente, no pasó.

Una de las grandes dichas de aquel día, para mí, fue que en un momento miré a mi alrededor y cobré conciencia de que éramos ya cientos en la protesta, y que no solo eran artistas y gente de ese mundo. Había gente de mi barrio del Vedado, gente que veía en persona por primera vez después de habernos conocido por las redes durante el último año. También me llenó de alegría lograr que, entre esos 30 que finalmente entramos al MINCULT, hubiera una representación de periodistas independientes, de miembros del MSI y de INSTAR. Siempre lamentaré que algunos colegas de las artes visuales, a quienes pedí personalmente que integraran la lista de los que entramos, prefirieran no hacerlo, del mismo modo que prefirieron no hacerlo algunas figuras de renombre del cine y el teatro. Lo lamento, pero a todos los entiendo sinceramente: en Cuba hay una Dictadura.

Lo importante es que, aquel día, un grupo de la comunidad artística cubana le dijo varias verdades en la cara a un puñado de funcionarios y voceros del castrismo, pasando por encima de nuestros temores y privilegios. Salvo una excepción en ese grupo, fuimos todo lo honestos y valientes que fuimos capaces. Aquellos funcionarios no pudieron hacer otra cosa que escuchar, callar y ostentar su mediocridad e indolencia.

El 27N no sirvió para todo lo que hubiera deseado. Considero, tres años después, que hicimos cuanto estuvo en nuestras manos. A lo mejor no, pero no lo creo. Redactamos un Manifiesto a pesar del acoso de la Seguridad del Estado, los cortes selectivos de internet y las bajas pasiones y la cobardía de todos esos que consideran que la Revolución Cubana existe, a fin de ocultar sus temores y cargos de conciencia. El 27N no tuvo nunca en sus manos la posibilidad de acabar, en cuestión de horas, o de días, con una dictadura de más de 60 años. Avanzamos un poquito, hasta donde pudimos. Luego vinieron el 11J, Nuevitas, Güines, Caimanera, y más adelante vendrán otras iniciativas grupales de resistencia y denuncia que le permitan a Cuba avanzar otro pasito hacia la democracia. Eso espero… Dios quiera.  

(La Habana, 1984) Artista visual y diseñador gráfico. Su obra abarca el trabajo con casetes VHS, disquetes, memorias, olvidos, basura y juegos tipográficos incendiarios. El Cranbrook Art Museum de Detroit tiene dos piezas suyas en su colección. Ha publicado textos y hecho entrevistas para Hypermedia Magazine, El Estornudo y YucaByte, donde también realiza ilustraciones.
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