Camila Lobón: “El totalitarismo echa a andar una maquinaria de terror autosostenible”

Ilustración: Julio Llópiz-Casal.

Camila Lobón (Camagüey, 1995) es una artista notoria en el panorama actual del arte cubano por varias razones. Si tuviera que mencionar dos, una sería la potencia y constancia de los dibujos y libros ilustrados que conforman el cuerpo fundamental de su trabajo hasta hoy. La otra razón es su actitud cívica y proyección pública.

Se trata de una artista que pudo haber gozado de los privilegios de haber tenido una notable trayectoria en el sistema de enseñanza artística cubano (estudió en la Academia de Bellas Artes de Camagüey y luego ingresó a la Universidad de las Artes, ISA, de donde se graduó en 2018). 

Camila también podría haber partido de una situación privilegiada ―ser blanca en un país todavía racista― y sacar provecho de su locuacidad y capacidad de desenvolvimiento social. Sin embargo, desde que estudiaba en el ISA fue asumiendo una postura coherente e incorruptible ante la vida política de Cuba, que pronto la convirtió en un objetivo de la policía política. Por esto también Camila fue siendo proscrita paulatinamente en las instituciones artísticas controladas por el Estado.

Actualmente reside en Nueva Jersey y ha accedido a contestar estas preguntas para YucaByte.  

―Vivir en Cuba de espaldas a la realidad es muy difícil. Esto solo es posible para quienes se encuentran en alguna posición privilegiada, por cercanía al poder o por ser beneficiario de alguna actividad económica excepcional (rara vez al margen del poder) que les permita enajenarse de la realidad. De cualquier modo, tener conciencia política no es sinónimo de ser frontal políticamente. ¿A partir de qué momento decidiste adoptar una posición pública, con tu trabajo o tu actitud, respecto a lo que pasa en Cuba?

Tenía conciencia de vivir en una dictadura desde los 15 años. Asumí una actitud pública de disidencia política (mi termómetro para medirlo es la aparición en mi vida de la Seguridad del Estado), asumiendo a finales de 2018, principios de 2019 el trabajo de coordinadora de INSTAR [Instituto Internacional de Artivismo «Hannah Arendt»]. Ese mismo año maté a Fidel Castro en un libro ilustrado en mi tesis de graduación del ISA, lo que supongo cuenta también como statement público de mi postura política.

―Se ha dicho muchísimo, en las redes sociales y en otros espacios de debate, que “el 11J es un parteaguas” para entender la realidad política y económica de Cuba. Para algunos artistas, activistas o simples ciudadanos, el 11J significó la alerta de que era necesario posicionarse del lado de la ciudadanía y no del poder; para otros fue el 27N o el acuartelamiento en la sede del Movimiento San Isidro; y para otros más este aviso incluso tuvo lugar antes. Si seguimos yendo atrás llegamos al año 2018 y todo lo sucedido alrededor del Decreto 349. ¿Cómo experimentaste este decreto tú? 

En la pregunta está dibujado el mapa cívico que siguió la comunidad cultural, tal como fue creciendo y radicalizándose políticamente. 

El Decreto [349] para mí fue más que todo el pretexto que eclosionó un deber ser ciudadano que el gremio cultural tenía pendiente. Muchos de los involucrados en la campaña se sabían exentos de penalizaciones. Fue un nuevo y bastante bien velado intento de perimetración política por parte del Estado que los artistas e intelectuales supieron leer (teniendo un marco objetivo y subjetivo favorable por las dinámicas autónomas de producción, exhibición y mercado) como oportunidad para atrincherarse y definirse de cara a la política cultural represiva del régimen. 

Así lo sentí: como el chance de inaugurar una nueva resistencia. 

La formación y capacitación profesional en la Isla es uno de los resortes propagandísticos del sistema. La formación relativa al arte no es una excepción. De todas maneras, muchas cubanas y cubanos alrededor del mundo, y residentes aún en el país, atesoran buenos recuerdos y valoraciones positivas de su formación, haya sido académica o no, además del trago amargo que representa haber vivido la censura o haberla visto más o menos de cerca. ¿Cómo ves a la altura de hoy la formación artística que recibiste o te gestionaste?

Las dos instituciones en las que estudié los dos niveles de enseñanza artística (medio y universitario) estaban carcomidas por la corrupción económica y humana, la mediocridad intelectual, el déficit docente, el conservadurismo estético, el machismo, el sexismo, el racismo, la homofobia, la vigilancia disciplinaria y todos los males que se puedan enumerar. Caldo de cultivo de depresiones y paralización creativa. 

Existía la opinión consensuada de que estudiábamos ahí sobre todo para obtener acreditación académica. No obstante, en el circuito pedagógico artístico hay más tolerancia, al menos política, que en otras instituciones educativas del país, que por suerte también resisten estoicos e incorruptibles algunos muy buenos profesores. 

De mi paso por la academia aprendí, sobre todo, lo que no quiero ser. 

El Miedo es un factor que muchísimos artistas e intelectuales cubanos de prestigio han señalado como determinante fundamental para entender por qué el Partido Comunista se ha podido mantener durante décadas en el poder. Por ejemplo, la Seguridad del Estado intenta identificar el miedo en el individuo, ya sea para neutralizar o para reclutar a la persona como agente. También existen y han existido personas con una actitud que ilustra muy bien un verso de la poeta Katherine Bisquet: «No nos sirve de nada el miedo». ¿Qué significa para ti ese Miedo al que estoy haciendo referencia? ¿Cómo lidiaste con ese sentimiento si alguna vez lo sentiste viviendo en Cuba?

Eso hace el totalitarismo: echa a andar una maquinaria de terror autosostenible. 

Nunca tuve miedo por mí. Sí por las repercusiones en las personas cercanas, que terminan, si no afectadas directamente, comprometidas con tu infortunio. El miedo en mi caso no pasó del susto previo a cometer la transgresión. Cuando se salta al otro lado, se descubre libertad, una forma única, irrepetible y adictiva de gozo, como el verso aquel de Martí: “que gocé cual nunca, cuando la sentencia de mi muerte”. 

A lo único que siempre tuve y sigo teniendo miedo es a no probar los límites físicos de mi convicción.

Desde el exilio muchos medios de prensa independientes, activistas, artistas y emprendedores siguen dedicando tiempo y energía a mantener el foco sobre la realidad cubana de muchas maneras y, sobre todo, aprovechando las posibilidades que brinda vivir en democracia. Hay plataformas de denuncia, observatorios, iniciativas grupales para hacer llegar a la Isla cosas que escasean y muchos otros proyectos. ¿Qué opinión te merece esto? ¿Qué actitud has asumido tú? ¿Eres parte de o impulsas algún proyecto?

―Todo lo que se pueda hacer por visibilizar y aliviar la situación de la gente más vulnerada en el país es necesario y admirable. 

Como emigrante reciente a una de las ciudades más caras de USA, con dos trabajos part-time de lunes a domingo, el sentido de fracaso y culpa con que salí y que aún arrastro, y la necesidad de desintoxicarme de ciertos vicios de la percepción para reconstruir una relación más productiva con el fenómeno Cuba, he hecho lo que he podido y considerado más práctico. No participo de forma sostenida en ningún proyecto, ni en las redes sociales. Pero sí colaboro con periodicidad de muchas maneras, entre ellas en el envío de dinero y suministros a los presos políticos, activistas y personas en condiciones de vulnerabilidad económica, a través de los proyectos e iniciativas que comentas o de forma directa; y participo de los foros públicos de denuncia que el tiempo y la energía me permiten.

(La Habana, 1984) Artista visual y diseñador gráfico. Su obra abarca el trabajo con casetes VHS, disquetes, memorias, olvidos, basura y juegos tipográficos incendiarios. El Cranbrook Art Museum de Detroit tiene dos piezas suyas en su colección. Ha publicado textos y hecho entrevistas para Hypermedia Magazine, El Estornudo y YucaByte, donde también realiza ilustraciones.
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