El indifunto: de cómo The New York Times resucitó a Fidel

Ilustración: Alen Lauzán

Allá en el año 57 del pasado siglo, Herbert L. Matthews, un reportero estadounidense que simpatizó con los comunistas durante la Guerra Civil española llegó a La Habana con la misión de desinformar a su país y al mundo sobre lo que ocurría en Cuba. 

Por entonces, los servicios de información de Fulgencio Batista habían hecho creer a los cubanos que Fidel Castro había muerto. Para el Gobierno batistiano era indispensable crear la falsa impresión, o la fake news, de que el problema castrista había sido resuelto en la escaramuza de Alegría de Pío. Escudado en aquella falsa victoria, el ejército constitucional tendría libertad de actuar a su antojo. Ahora sabemos que, de haberse cumplido, el antojo nos hubiera ahorrado seis décadas de penurias.

Pero Matthews era un experto en conflictos ideológicos que contaba, además, con el arma mediática idónea para refutar a Batista: las páginas de The New York Times. Y no solo desmentirlo, sino pintarlo como un fascista al estilo de Francisco Franco, a pesar de haber sido un antifranquista que concedió santuario a los partisanos que huían de España. 

Herbert llegó a Cuba en febrero, disfrazado de turista gringo en viaje de pesquería y acompañado de su esposa británica. Subió a la Sierra y escribió un largo reportaje que resucitó a Fidel de entre los muertos y lo elevó al olimpo de los héroes hemingwayanos, un nuevo Roberto Jordán dinamitador de puentes de la novela Por quién doblan las campanas.

La noticia de que Castro seguía vivo desmoralizó al ejército batistiano y encandiló al mundo. Mientras tanto, la tropa de Fidel marchaba en círculo ante la cámara y desinformaba al tonto útil de Matthews. En vez de denunciar a Castro como el clásico comunista ibérico, Matthews decidió presentarlo como un Robin Hood criollo. Por esa labor de tergiversación, fue recibido y condecorado múltiples veces en el Palacio de la Revolución. 

El Roberto Jordán criollo dinamitó los cimientos de la República de Cuba y demolió el puente que conectaba al país con el mundo moderno, por lo que puede decirse que Matthews es el autor de una de las más destructoras campañas de demolición mediática de la Historia. 

El daño que sus reportajes ocasionaron a Cuba y a Latinoamérica es inconmensurable, mientras que su personaje ficticio logró obnubilar a tres generaciones de cubanólogos de todo el mundo. En cambio, el Batista de Matthews seguirá siendo, por toda la eternidad, el prototipo del dictador bananero y no el progresista que apostó por la modernización acelerada de nuestro país. 

Hace pocos años, en 2014, el mismo modelo desinformativo reapareció en las páginas del mismo periódico, ahora digitalizado. Herbert Matthews había reencarnado en el reportero colombiano Ernesto Londoño. La coincidencia de propósitos de los editoriales de Londoño en The New York Times y su perfecta sincronía con la política de apertura hacia Cuba de la administración de Barack Obama fue cuestionada, oportunamente, por la periodista Terry Gross, de NPR, en su programa Fresh Air

A la pregunta de si Lodoño y la administración de Barack Obama actuaron de mutuo acuerdo para impulsar una política aperturista hacia Cuba, el reportero respondió que “no han faltado las especulaciones y teorías conspirativas sobre la coincidencia de esos editoriales, y bien mirado, por la vehemencia con que tratamos el tema, y por el momento del anuncio el mes pasado [17 de diciembre de 2014], ciertamente es una pregunta válida”.

Al mismo tiempo, las páginas editoriales del NYT lanzaban una estridente campaña de desinformación (Cuba’s Impressive Role on Ebola, NYT, octubre 19, 2014), cuyo objetivo era demostrar que al castrismo le importaba la salud de los africanos. Unos médicos fabricados en las universidades cubanas como peones del juego político y sometidos a condiciones de esclavitud moderna, fueron usados por el Granma del Hudson como un “impresionante ejemplo” de cooperación en la lucha contra el ébola en África Occidental. 

En lugar de investigar las denuncias de maltrato y acoso policíaco de los médicos esclavos, el NYT dedicó sus recursos a la sincronización de otra maniobra de mentiras que adelantaba la narrativa del guionista presidencial Ben Rhodes, nuevo avatar de Matthews. Sobre los opositores encarcelados, Rhodes afirmó: “Ellos no creen que sean presos políticos. Están presos por diversas violaciones de las leyes cubanas”.

En 1959, Matthews declaró en el NYT: “No hay rojos en el gabinete ni en ninguno de los altos cargos en el gobierno o el ejército cubano”. Cuarenta años más tarde, James C. McKinley anunciaba en un titular: “En la ciudad donde Fidel triunfó, la mayoría aún lo apoya”. Y el mismo año, desde las mismas páginas, Serge F. Kovalevski reportaba: “Las cosas no son perfectas en la Cuba de Castro, pero el sueño comunista sobrevive”.

Hace unos días, en el más reciente episodio de una campaña de falsedades que comenzó hace más de medio siglo en la Sierra Maestra, los periodistas Frances Robles y Ed Agustin unían sus voces al coro de los desinformadores. Según el dúo Agustin-Robles, Joe Biden tardaba en abolir las políticas cubanas de Donald Trump “por temor a desencadenar el enojo de la diáspora cubana y provocar la ira del senador Robert Menéndez” (citaban al simpatizante William LeoGrande), un argumento canallesco que el periodista Boris González Arenas ha desmontado en un excelente artículo de Diario de Cuba.

La nueva campaña aperturista de Joe Biden impone a los cubanos el último modelo de ficción política salido del taller de Rhodes. El pequeño empresario independiente, identificado con el acrónimo comercial PYMES, es un troll que solo existe en el espacio ficticio del diferendo. El levantamiento del embargo sería, entonces, la respuesta falsa al falso renacimiento del sector empresarial en Cuba, y dejaría intacto el bloqueo impuesto por el Partido.

Cada batalla ideológica contra The New York Times ha sido otra Alegría de Pío para los cubanos, pues es un hecho que el castrismo habría muerto hace muchos años si la prensa americana no se hubiera empeñado en resucitarlo periódicamente. 

Gracias a las recientes revelaciones de los Twitter Files, vimos cómo funciona el modelo de colusión de la prensa liberal con los intereses creados de la izquierda reaccionaria. Si la mitología castrista presume de los 636 atentados al Comandante, conviene recordar el batallón de spin doctors que lo ha salvado de la muerte cívica 636 veces. 

Matthews, Rhodes, Robles, Agustin, McKinley, Kovalevski y Londoño han sido los doctores Frankenstein del Fidel indifunto, mientras que el papel del ayudante Igor se lo disputan ahora Emily Mendrala, Rick Herrero, Max Lesnik y el profesor López Levy. 

 

Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.

Néstor Díaz de Villegas es un poeta y ensayista cubanoamericano. Ha colaborado con Letras Libres, El Nuevo Herald y The New York Times. Creador de Cubista Magazine y NDDV.blog. Reside en Los Ángeles.
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