Lázaro Marcel Ruiz Gastón: un cubano que huye de la invasión a Ucrania

Ilustración: Alejandro Cañer

I

Lázaro Marcel Ruiz Gastón, de 32 años, tiene el “sueño profundo”. Así llama él mismo a esa facultad que posee de dormir y apagar casi todos sus sentidos, de manera que nada, o casi nada, puede despertarle. No lo hace la bomba que cae a las 2:30 am, cerca del aeropuerto de Kiev, ni el ruido de las sirenas de alarma que por toda la ciudad anuncian el inicio de una guerra.

Es una llamada telefónica la que termina por despertarle, casi dos horas después de que los ciudadanos de Kiev se levantaran de sus camas, presas del pánico provocado por la explosión y el sonido de las sirenas. Se trata de un amigo suyo en Estados Unidos que, preocupado, le pregunta cómo está y le cuenta de la noticia que más circula en los medios y las redes sociales del mundo: Rusia, finalmente, ha lanzado su ejército sobre Ucrania y cuenta con el apoyo de fuerzas bielorrusas, que invaden desde el norte.  

Luego llama otro amigo y otro y otro. Todos se muestran preocupados. No es para menos. El Kremlin se expande hacia el oeste en una clásica guerra imperialista, mientras Occidente responde con sanciones y la OTAN envía más tropas y armamento a sus fronteras con Europa del Este.

Quizás desde la llamada “Crisis de los Misiles”, hace ya 60 años, el mundo jamás se ha visto tan cerca de una tercera Guerra Mundial.

II

Desde finales de 2021 suenan tambores de guerra al este de Europa, aunque la mayoría de los expertos señalan que todo empezó mucho antes, cuando en 2014 Rusia se anexó la península de Crimea, al sur de Ucrania. Desde entonces, grandes grupos rusófonos luchan por reivindicar los vínculos políticos y culturales que, en siglos anteriores, y en especial durante casi todo el siglo XX, bajo el manto de la URSS, unieron a Ucrania y a Rusia. Esta lucha ha costado vidas humanas, tanto de las fuerzas del Gobierno como de los separatistas, quienes cuentan con el apoyo del Kremlin.

Sin embargo, en los últimos años, el Gobierno ucraniano ha decidido alejarse por completo de la órbita de Moscú para acercarse a las democracias occidentales, específicamente a la Unión Europea. Esa jugada política, además de una progresiva democratización del país, podía significar una expansión de las fronteras de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este europeo. Ello, por supuesto, no le agradó mucho al presidente ruso Vladimir Putin.  

Rusia amenazó entonces con una invasión. Incluso, uno de sus altos funcionarios dijo no descartar la movilización de tropas rusas a Cuba y Venezuela, lo cual representaría una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos. La escalada de amenazas continuó durante enero de 2022, a la vez que Occidente intentaba resolver la llamada “crisis de Ucrania” por la vía diplomática. Sin embargo, el Kremlin no consideró justas ninguna de las opciones brindadas por sus rivales en las negociaciones, y en la madrugada del 24 de febrero – mientras Lázaro dormía plácidamente en su casa, a siete kilómetros del centro de Kiev- invadió Ucrania.

Justo cuando los primeros misiles rusos destruían buena parte de las bases aéreas militares ucranianas en lo que fue un rápido y certero ataque, Vladimir Putin declaró que su intención no era matar civiles, sino “desmilitarizar” y “desnazificar” el país. Putin también reconoció como repúblicas independientes a los territorios ucranianos de Donestk y Lugansk, los cuales cuentan con una gran presencia de grupos separatistas pro rusos, y amenazó a las potencias occidentales con represalias si estas intervenían militarmente en el conflicto.

La diferencia en cuanto a poderío militar entre Rusia y Ucrania resulta abismal. Según un informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, el primero invirtió en 2021 unos 62000 millones de dólares en armamento, mientras el segundo apenas llegó a los 5000 millones. A pesar de que la OTAN ha apoyado a Ucrania militarmente, las armas enviadas han sido pocas y de pequeño calado.

Mientras Lázaro atiende las llamadas de sus amigos y se pone al tanto de los informes noticiosos sobre la guerra que ha estallado a unos kilómetros de su casa, los expertos comienzan a vaticinar una crisis mundial. Los sueños de recuperación económica tras los efectos de la pandemia de la Covid-19, dicen, se desploman. El petróleo, el gas y los cereales suben de precio, mientras esa entelequia financiera que llaman “la Bolsa” cae. La globalización, una vez más, actúa en una suerte de efecto mariposa, haciendo que los misiles lanzados en Ucrania definan la vida de personas que habitan en, digamos, la Patagonia.

Rusia cuenta con un puñado de aliados, entre ellos China, Irán, Corea del Norte, Cuba y Venezuela. Sin embargo, esto no impide que la Unión Europea y Estados Unidos tomen medidas contra el país eslavo, todas de corte comercial y financiero para evitar en lo posible una escalada de violencia que termine por involucrar a medio mundo. Las sanciones de Occidente a Rusia se imponen una tras otra en cuestión de horas, y buena parte van encaminadas a cortar el acceso de entidades bancarias rusas a los mercados de capitales, así como a bloquear exportaciones tecnológicas a Moscú. El Kremlin, por su parte, amenaza con cortar el suministro de gas a Europa, lo cual preocupa mucho en Bruselas. Cerca de ¼ de la energía consumida en el viejo continente proviene del gas, y el que llega de Rusia representa el 40% del total de importaciones europeas de dicho combustible.

A Lázaro, sin embargo, no le preocupa en estos precisos instantes si la Bolsa cae, o si el precio del cereal sube o si el próximo invierno será el más duro en décadas para los alemanes. Realmente, solo piensa en la inminente llegada de las tropas rusas a Kiev y en que su auto no cuenta con suficiente combustible como para emprender la huida hacia algún país vecino.

III

Lázaro nació y creció en el reparto “Abel Santamaría”, una comunidad santiaguera compuesta de bloques de edificios multifamiliares que popularmente es conocida como “El Salao”. Cursó Contabilidad en un politécnico y luego dedicó tres años a estudiar canto en una escuela elemental de música. Durante un tiempo trabajó en el mundo del espectáculo, sin embargo, esto no le reportaba suficientes ganancias como para llevar una vida más menos digna, lo cual le llevó a ejercer también de taxista.

 

 
 
 
 
 
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En 2018, un amigo -también artista- le envió una carta de invitación a Ucrania, donde ambos comenzarían a trabajar juntos. El proceso de compra del pasaje y de obtención del visado fue rápido, de manera que apenas le dio tiempo de informar a su familia. Fue mientras hacía las maletas que habló de su salida y se despidió de sus padres. Finalmente, el 4 de julio de ese mismo año, tomó un vuelo a Kiev, y de allí un autobús a la ciudad de Odessa.

Lázaro en un espectáculo por el inicio del verano en Riviera (un balneario de Kiev). Foto: Cortesía del entrevistado.

Tiempo después, Lázaro volvió a la capital de Ucrania. Odessa, cuenta, es una ciudad muy pequeña donde, una vez termina el verano y llega el frío húmedo del invierno, no hay muchas opciones de trabajo para un músico que vive de hacer bailar a su público al compás del reggaetón, la bachata y otros ritmos caribeños. En Kiev, sin embargo, se trabaja todo el año.

Kiev, dice, no es un mal sitio para vivir, o no lo era antes de la guerra. En la ciudad existen, incluso, lugares con nombres traídos de Cuba, como “La Bodeguita del Medio” y “Havana Restaurant”, los cuales no pertenecen necesariamente a cubanos. De hecho, son pocos los cubanos con los que se ha cruzado a lo largo de los últimos cuatro años. Los grupos de migrantes latinoamericanos de los que ha conocido están conformados, principalmente, de colombianos, venezolanos y, sobre todo, ecuatorianos.

El 31 de diciembre de 2021 Lázaro cantó en el «Havana Restaurant» de Kiev.Foto: Cortesía del entrevistado. 

Lázaro recuerda también que, al principio, las barreras idiomáticas le resultaron un gran problema, puesto que en Ucrania se habla ruso, ucraniano y una especie de mezcla de estos dos idiomas. Sin embargo, de oído aprendió a comunicarse, al menos en lo que comprende a situaciones básicas como pedir ayuda, ir de compras y hacer ciertas preguntas. Por otro lado, Ucrania no se parece en nada a Cuba, ni siquiera en su gente, que son más bien fría, “de carácter cerrado”, muy seria, como si todos cargasen encima una gran tristeza. No obstante, ese espíritu nacional parece disolverse ante la presencia cubana y pocos lo saben tan bien como Lázaro, que ha puesto a cantar y a bailar a varios ucranianos al compás de su música.

 

Lázaro cantando en el centro comercial Ocean Plaza de Kiev. Julio de 2021. Foto: Cortesía del entrevistado.

Realmente, no le ha ido mal en Ucrania, pero eso no significa que descarte explorar otros destinos. Si bien es cierto que en Kiev se vive con cierta comodidad con un poco de dinero, a veces ha pensado en irse a otros países, quizás Alemania, Italia o Bélgica. Ese cambio, sin embargo, no tenía por qué ser inmediato y bien podía esperar por una nueva oferta de trabajo. A fin de cuentas, Kiev era un lugar seguro… hasta esta mañana.

IV

De momento, Moldavia figura como el destino más viable hacia donde huir. Se trata de un país pequeño, justo al sur de Ucrania, que permite a los cubanos entrar en su territorio por tres meses sin necesidad de visado. Fue un amigo quien le comentó a Lázaro esta opción, que no parece nada descabellada. Mientras tanto, la comunidad cubana espera por una declaración de la embajada de La Habana en Kiev.

El Gobierno de Cuba se ha alineado con Rusia y justifica la intervención militar en Ucrania, como hace casi seis décadas justificó la entrada de los tanques soviéticos a Checoslovaquia, en lo que se conoce como la “Primavera de Praga”. Lázaro no guarda muchas esperanzas respecto a un accionar de la representación diplomática de la Isla en favor de los cubanos. Durante los últimos cuatro años, ha notado que los vínculos entre la embajada de Cuba y los cubanos residentes en Ucrania son pocos, en parte por la inactividad de los funcionarios y también por las diferencias políticas que existen entre ambos. Generalmente, la comunidad cubana resuelve sus problemas por “otras vías”.

Las noticias del avance ruso llegan a su teléfono tanto como los mensajes de sus seres queridos. Le escriben su madre, su padre, vecinos, amigos que viven en Estados Unidos, en Italia, en Turquía. Todos le aconsejan apresurar la huida y advierten que la situación “irá de mal a peor”. Ahora, Lázaro está convencido de que tienen razón, sin embargo, durante mucho tiempo pensó que nada de esto llegaría a suceder. No era el único.

A finales del pasado año, pocos imaginaban que la tensión en Europa del este terminaría por desatar una guerra. Al menos así era en Ucrania, donde la vida transcurrió de manera normal hasta hoy. Acostumbrados a las bravuconadas del Kremlin, nadie entró en pánico cuando Putin amenazó con invadir el país y los políticos, los medios y las redes sociales se hicieron eco de un inminente conflicto bélico. Por eso el estallido de los primeros misiles tomó a la población por sorpresa. Ahora, en las calles, se siente que la guerra es real, que está aquí, que se cierne, amenazante, sobre una ciudad que no estaba preparada para ella. Todos se apresuran entonces a sacar su dinero de los bancos o, como Lázaro, a buscar combustible suficiente para escapar por alguna frontera hacia territorio seguro.

Muchos servicios se detienen o cierran, incluyendo el aeropuerto. Los habitantes de Kiev, casi tres millones de personas, solo cuentan con sus autos para huir, así que forman grandes filas en las gasolineras, las tiendas y en las farmacias. Ante la incertidumbre, acaparar se vuelve una cuestión de supervivencia.

La tarde se acerca y Lázaro está en una de las tantas filas que colman la ciudad, en espera de alcanzar a comprar combustible. De pronto, una explosión ocurre lo suficientemente cerca como para que el estruendo lo sorprenda. Todos salen de sus autos para ver, presas del pánico, qué ha pasado. 

V

Lázaro aún está en Ucrania. De hecho, duerme en su casa una última vez antes de partir. Otros lo hacen en los subterráneos del metro, habilitados hoy como refugios por orden del alcalde de Kiev. Miles de personas se amontonan allí. Llevan consigo todos los víveres que han podido conseguir.

En verdad, la ciudad cuenta con varios búnkeres. Incluso, hubo una época en la cual toda construcción incluía un sótano donde resguardarse. Tras la desintegración de la URSS, y gracias a la influencia de Occidente, muchos creyeron que ya no necesitaban tantas precauciones, y fue entonces que los viejos refugios se convirtieron en bares, restaurantes, emprendimientos dedicados al ocio que solo pueden existir en tiempos de paz.

Afuera es decretado, hasta las 7 de la mañana, un toque de queda. La capital de Ucrania parece una ciudad fantasma. Solo se escuchan esporádicas explosiones a lo lejos y las sirenas de alarma.

Amanece. Medios de prensa internacionales informan que la población del país intenta por todos los medios llegar a las fronteras con Polonia y Hungría, y que las tropas rusas están a las puertas de Kiev. Por su parte, Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania, hace un llamado a resistir al invasor, mientras que el recuento oficial del primer día de guerra reconoce la muerte de 137 ucranianos.

VI

Lázaro está a unos 30 kilómetros de Kiev, atascado en una fila de infinidad de autos que también hacen por alejarse, y por sobre los que pasan, a cada tanto, aviones de combate. Esta mañana, por ejemplo, cinco tanques rusos intentaron entrar a la ciudad, pero las fuerzas ucranianas destruyeron tres y obligaron al resto a dar marcha atrás.

Lázaro se unió a una caravana de la embajada España que salió de Kiev rumbo a Polonia.

Finalmente, irá a Polonia como parte de una suerte de convoy organizado por la embajada de España, donde un amigo logró incluirlo. Cada auto del convoy, incluido el suyo, ha sido identificado con una pegatina de la bandera española. Lázaro aún no está muy seguro de si le permitirán entrar a territorio Schengen sin visado.

Al caer el sol, el convoy hace una parada y todos bajan de sus autos para comer e ir al baño. A unos 42 kilómetros al este, la guerra continúa.

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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