Esteban Rodríguez: un emprendedor cubano en busca de libertad

Foto: Katherine Bisquet

Mucho antes de que se abrazara junto a varios activistas en la calle Obispo, en una cadena humana que soportó durante algunos minutos el forcejeo de la policía política cubana, incluso, antes de que decidiera acuartelarse en la sede del Movimiento San Isidro y ahí iniciar una huelga de hambre con otros amigos, Esteban Rodríguez se ganaba la vida descargando los barcos que llegaban al puerto de La Habana. Ajustarse una faja y llevar pesados sacos de comida sobre sus hombros de un lado a otro era entonces lo que garantizaba en buena medida la subsistencia de sus dos hijas pequeñas y su esposa, Zuleidys Cepero. 

Los dolores en la espalda comenzaron, así como las faltas de aire continuas, por lo que un médico le exigió dejar a un lado su trabajo de estibador. Al principio, Esteban se negó a abandonar un empleo seguro como este. Sin embargo, los malestares en su cuerpo fueron aumentando, al igual que los riesgos mortales de la hipertensión y el asma que padecía. Las opciones laborales a su alcance, esas en las cuales se sentía más cómodo, tampoco le estaban muy recomendadas. La albañilería y la carpintería exigen también de un esfuerzo físico considerable, por lo cual, tras conversarlo con Zuelidys, entendió que era tiempo de incursionar en una de sus grandes pasiones: la tecnología.

En realidad, Esteban conocía de tecnologías poco más allá que de redes sociales, edición de videos y mecanismos de conexión, algo que, en cierto modo, trascendía al promedio de habilidades de los cubanos entonces. Su nuevo proyecto de trabajo tampoco resultaba un descubrimiento, pues en muchos otros parques del país existían personas que cobraban por evitarle pesadas colas en los puntos de ETECSA a quienes querían conectarse a la red WiFi del país. 

En 2016, los datos móviles en Cuba eran tan solo un rumor; una posibilidad lejana si se entendía que recién se habían inaugurado las zonas WiFi. Esteban consiguió aquel año algunos equipos para amplificar el radio de alcance de la conexión y montó su negocio -“el Conectify”- a la vuelta de su casa, en el parque del Cristo, Habana Vieja. Su servicio era brindar internet de la zona WiFi a los clientes apresurados en conectarse o a aquellos que preferían pagar algo más por no involucrarse en la odisea que implicaba conseguir una tarjeta.

Esteban gustaba de llamar a su nuevo negocio “un emprendimiento”, y ciertamente lo era, aunque las autoridades del país lo calificaran como actividad económica ilícita. Esteban, como otros dedicados a conectar personas en los parques con WiFi, realmente solucionaban un problema logístico que el Gobierno no resolvía aún, por lo cual es justo que sus trabajos, aunque en muy pequeña escala, fueran considerados emprendimientos. Emprender, más en el mundo de las tecnologías, es encontrar un modelo de negocio que resuelva una necesidad o agilice un proceso caduco de manera ingeniosa. Nadie se atrevería a catalogar de ilegal el servicio de Uber solo porque ya existan taxis, excepto, claro está, los taxistas. De todas formas, el bussiness de la “Conectify” era considerado un delito menor, perseguido sin mucho ahínco por la policía, que era castigado con constantes multas de 1.500 CUP. 

La conciencia política y el pensar críticamente la realidad, nace en gran medida de las experiencias personales y de la capacidad de empatía hacia las de otras personas. Esteban, como merodeador y negociante del parque del Cristo, tuvo todo un año para conocer de primera mano las venturas y desventuras de sus clientes. Las relaciones humanas de aquellos que se le acercaban solicitando sus servicios quedaban luego expuestas una vez lograban conectarse. Una familia separada por la migración e incomunicada durante años, las miserias de un hogar que mendiga ayuda, un estudiante buscando información para una tarea en la incomodidad de un banco y bajo el sol, dos amantes intentando sostener su relación en la distancia… todas estas historias y más llegaban a oídos de Esteban, quien así se iba haciendo una idea de las múltiples caras de una ciudad y una sociedad en ruinas. 

Desde que se inaugurara la política de “deshielo” de Barack Obama, la palabra de moda en Cuba era “emprendimiento”. El ingenio y la inventiva de muchos cubanos hicieron florecer pequeños y medianos negocios, algunos más prometedores que otros, por todo el país. El resto del mundo vio en aquello un interesante objeto de estudio. La iniciativa privada se abría en la Isla de la estatalización, la modernidad llegaba al solitario bastión caribeño del comunismo, y todos querían hablar de eso. Años después, Esteban contará que unas personas, quienes se identificaron como trabajadores de “una cadena estadounidense llamada All Cuban Stars”, solicitaron entrevistarle. En algún punto de la entrevista, después de hablar sobre su emprendimiento, le preguntaron sobre la situación actual del país. La respuesta de Esteban se alejó del cliché del momento. Su Cuba no era la de un glamuroso y exclusivo desfile de Channel, ni la de un anacrónico concierto de The Rolling Stones, ni la de Madonna o Beyoncé viajando al pasado en un Chevrolet maquillado, sino la de los solares de la Habana Vieja, la de la migración como escape a la pobreza y la falta de libertades y, sobre todo, la de sus desesperados clientes.

No pasó mucho tiempo después de la entrevista para que la policía lo detuviera bajo la acusación de “actividad económica ilícita” y un grupo de agentes uniformados entraran a su casa para decomisarle sus equipos de trabajo: dos mikrotik y tres nanos. Un tribunal lo condenó sin mucha prisa a 10 meses de prisión en la cárcel de Valle Grande.

Zuleidys Cepero recuerda que los primeros seis meses de prisión de su esposo fueron “muy duros” para la familia.  Esteban era, en gran medida, quien mantenía el hogar y también a su madre. Zuelidys tuvo que enfrentar sola la crianza de sus hijas durante ese tiempo e ingeniárselas para poner un plato de comida todos los días a la mesa y, a la vez, visitar a su esposo. Para ese momento, ambos compartían la certeza de que la razón de la condena no había sido su trabajo en el parque del Cristo, sino las declaraciones de Esteban en aquella sospechosa entrevista.

Tras esos primeros seis meses tras las rejas de Valle Grande, enviaron a Esteban a la prisión correccional La Lima, en Guanabacoa, donde cumplió el resto de su sanción. Al salir, las posibilidades de encontrar un empleo se vieron reducidas. Más que ofrecerle un programa de reinserción social y laboral, el régimen dispuso que la policía de Habana Vieja siguiera cada uno de sus pasos.

Por esos días, varios muchachos del barrio le comentaron que los buscaban para ir al Servicio Militar Obligatorio, a lo cual se negaron. Esto, le dijeron, podría acarrearles una severa sanción penal. Esteban se dispuso a ayudarlos y para ello echó mano de una herramienta que dominaba con soltura: las redes sociales. Esteban dedicó los siguientes meses a hacer directas sobre cotidianidad de la Habana Vieja desde la crítica social y política. Su éxito lo llevó a trabajar para la página en Facebook de El Latinaso Noticias y luego de periodista para ADN Cuba, donde se hizo de una sección llamada “El Barrio Habla”, emitida en redes sociales los martes y jueves a la 1 pm, siempre desde las calles habaneras. 

El resto es historia conocida, pero inconclusa. Esteban Rodríguez se encuentra actualmente en prisión por el delito de pensar por sí mismo y ejercer su derecho a expresarse y manifestarse, aunque el régimen se invente acusaciones tan cuestionables como “desacato y resistencia a las autoridades”. Su actual condena, como la que le impusieron en 2017, resulta aleccionadora: en Cuba, sin libertad, no se puede emprender. Sin libertad, ni siquiera se puede ser.

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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