Parábola del Padre y el Hijo

Manuel de la Cruz Sánchez. Foto: Hansel Porras García.

I

Las noticias vuelan rápido en internet, de manera que, aún al otro lado del estrecho de la Florida, Padre sabe casi todo por lo que ha pasado Hijo hoy. Las notas de varios medios de prensa independientes y las denuncias en redes sociales le revelan lo que sucedió esta mañana del 5 de abril de 2021, pero ninguna habla del paradero actual de Hijo. Solo ese pequeño pero imprescindible dato le falta para componer el rompecabezas de este día tan agitado. 

Según ha leído y visto en algunos videos, Hijo se disfrazó en la mañana de Desparpajo, un payaso que usa de álter ego en actividades comunitarias para los niños. Esta vez la actividad sería junto al artista contestatario Luis Manuel Otero Alcántara. Ambos repartirían libros y golosinas a los chiquillos de San Isidro, uno de los barrios más marginados, pobres y olvidados de La Habana. La policía política intervino la calle antes que Hijo y Otero Alcántara pudieran salir, pero eso no los detuvo. Finalmente, entre empujones, esposas y patrullas, la Seguridad del Estado los desapareció de aquel lugar. Padre no supo más de Hijo hasta poco después, cuando vio una pequeña directa suya en Facebook en la que aseguraba estar en una estación de policía, donde oficiales del Ministerio del Interior pretendían conducirle a un interrogatorio. La directa es breve y en ella Hijo no da mucha más información. 

Padre está preocupado, quizás porque sabe lo que es ser interrogado por oficiales del Ministerio del Interior. Hace ya varios años fue él quien estuvo ahí, delante de un par de represores amenazantes que se esforzaban en hacerle sentir débil, vulnerable. Por entonces Hijo era mucho más joven y Padre intentó por todos los medios mantenerlo al margen su situación. Hijo, piensa, no está llamado a ser como él, porque la generación de Hijo no puede ser como la suya. Eso sería injusto. ¿Qué tiene la generación de Hijo para heredar de la de Padre? ¿Su frustración? ¿El haber aceptado complacientemente el adoctrinamiento para, mucho después, arrepentirse o aprender a vivir con ese error?

Si en algo se esforzó Padre fue en enseñarle a Hijo a decidir por sí mismo, algo que no necesita más lección que la siguiente: cada acto tiene sus consecuencias, y cuando se actúa libremente, las consecuencias se asumen sin remordimientos. La libertad exige responsabilidad. Padre piensa que esta una buena enseñanza, que no garantiza necesariamente que Hijo siga su camino. Si algo cree que deben compartir ambos, es una misma brújula moral. Los derroteros no son lo importante.

Padre se siente orgulloso de no haber influido directamente en Hijo. Ya bastantes cosas comparten. Padre, por ejemplo, debió llamarse Manuel Perdomo de la Cruz, pero a los seis años quedó huérfano, solo junto a su madre. Como fue inscrito a los ocho años, solo conservó el apellido materno. Hijo se llama igual que él, algo que tenía cierta gracia hace unos años, no ahora. Por eso Padre se da a conocer en redes sociales con el nombre de su progenitor, Evelio Manuel Perdomo. Hijo merece un nombre propio. Un nombre único, cree, es una buena herencia que dejar.

Padre sigue conectado a internet con la esperanza de saber algo de Hijo. No sabe bien dónde buscar, hasta que una notificación le advierte donde. 

II

En La Habana cae la noche. Hijo llega a casa y, sin quitarse el maquillaje del rostro, hace una directa en Facebook. Ahí cuenta los pormenores del día.  Su historia es rocambolesca, y aunque se centra en una injusticia, no deja de tener su lado cómico. Es como si Desparpajo tuviera vida propia, y cuando emergiera, Hijo descansara en algún rincón del subconsciente. Ahora, poco a poco, Hijo vuelve a ser Hijo y piensa en Padre, que debe estar viéndolo preocupado. De seguro llamará pronto, se dice.

Hace varios años que no se ven. Quizás por eso Padre le viene a la mente a través de los recuerdos de infancia y adolescencia,  a veces con su guitarra de trovador solitario y otras junto a varios músicos, haciendo gala de su virtuosismo. Hijo quería ser como Padre, un artista, aunque no precisamente músico. Por entonces prefería la actuación. Padre nunca le dijo que estaba encantado con la idea, como tampoco le dijo que la desaprobaba. Quizás lo único que le pidió al conocer su vocación fue que estudiara una carrera universitaria, “para cuando el arte no le diera de comer”.

Padre, piensa Hijo, siempre fue un hombre severo y reflexivo, pero muy noble. Jamás le obligó a nada. De hecho, para él Padre ha sido como un viejo guardián de senderos, apostado en la entrada donde inician todos los caminos del mundo, que advierte al viajero qué encontrará en cada uno sin cerrarle el paso a nadie. Durante mucho tiempo se preguntó qué ruta había elegido Padre. La que fuera, y esta era la única seguridad que tenía, la recorrió con una guitarra al hombro. Pero ¿y si él estaba caminando por donde caminó ya Padre? ¿Y si Padre, sutilmente, privilegió una senda por sobre las demás? ¿Cómo iba a saberlo?

Otro recuerdo le viene a la cabeza. Él tenía seis años, y por entonces Padre viajaba mucho junto a un grupo de música tradicional cubana. Podía pasar dos meses en Alemania, tres en Inglaterra y así. Padre, por supuesto, llegaba de las giras cargado de regalos para la familia y también con una porción de su equipaje cuidadosamente separada del resto. Entonces agarraba aquel maletín y recorría el edificio donde vivía de arriba a abajo, tocando puerta por puerta, y dejando ropa a los niños de cada familia. Hijo le preguntó entonces a Padre por qué no dejaba la ropa en manos de la Iglesia, y éste le contestó que el amor al prójimo tiene que ser también una práctica individual, no solo institucional. Tuvo que pasar algún tiempo para que entendiera bien aquellas palabras. Hoy, sin embargo, tiene la ligera sospecha de que, tal vez, Desparpajo nació el día en que escuchó aquello.

III

Padre ha visto el video y sabe que Hijo está bien, pero eso no es suficiente para quitarle la preocupación de encima. Ahora está convencido de que Hijo camina por un terreno que él conoce, lo cual no asegura que ambos lleguen al mismo lugar. Los caminos de la vida, piensa, tienen infinitas bifurcaciones, además, Hijo tiene unas zancadas y un sentido de la orientación distintos a los suyos. Él mismo se encargó de que así fuera.  Como sea, Hijo no debe ser igual que él, como la generación de Hijo no debe ser como la suya.

Padre nació cuando la Revolución celebraba sus dos años de existencia. Eran tiempos de utopía, cuando el adoctrinamiento adquirió sus formas más perversas y echó raíces en el país. Desde entonces, todo aquel que no estuviera en sintonía con los caprichos del dictador y su séquito era expulsado o se marchaba, cosas que, en cierto sentido, eran lo mismo. Padre recuerda que los años del éxodo de Camarioca y los “Vuelos de la Libertad” tenían dos caras: los furibundos y optimistas discursos de Fidel Castro en la Plaza de la Revolución de un lado, y del otro, los cubanos marchándose de la Isla por oleadas.  Aquellos años, sin embargo, tienen para Padre el rostro de Orfelina, una niña amiga suya, diciéndole que se iba del país, sin tener bien claro qué significaba marcharse de Cuba definitivamente.

Los 70, recuerda también Padre, fueron años de descontento. Los adultos se quejaban de la crisis económica en susurros, cuidándose de no ser escuchados o entendidos. Miedo y migración eran las respuestas de la gente a la presión del sistema. Solo una vez vio a alguien expresar su descontento, aunque lo más probable es que se tratara solo de una gamberrada escolar. Fue un amigo suyo, que llenó de mierda la pizarra un día, lo que provocó que él y sus compañeros fueran interrogados e investigados por la policía por ser cómplices de un acto contrarrevolucionario. Luego llegó el éxodo del Mariel, y después el de 1994. Para entonces Padre no era un chiquillo y muchos cubanos se decantaban por la migración antes que por el miedo. Igual, piensa ahora, los éxodos fueron válvulas de escape promovidas por el régimen. El miedo acumulado del pueblo siempre causa terror al poder, por eso Fidel Castro siempre optó por los éxodos, para liberar tensiones y poder continuar ejerciendo presión sobre los cubanos. Padre, de alguna forma, es parte de ese vapor que escapó.

¡Ah, qué hubiese pasado si en esos años hubieran tenido los cubanos acceso a internet!, se dice. Su generación no contó con los medios suficientes para estructurar su propio relato de resistencia. La dictadura no solo le arrebató sus aspiraciones, también les quitó su historia. Pero la generación de Hijo es diferente y tiene la oportunidad de contarse a sí misma. Eso es algo que le consuela.

IV

Hijo sabe que lo sucedido hoy es solo el inicio de lo que puede esperar de parte la policía política cubana. Este es solo el primer impacto, el avisador. Después serán todos golpes continuados, algunos más sutiles que otros, que buscarán aislarlo. Cada choque con la Seguridad del Estado pretenderá desterrarle a los confines de la sociedad, al terreno baldío del paria, del no-ciudadano. En solo tres días, por ejemplo, Hijo perderá su trabajo como profesor en un preuniversitario porque “no es idóneo” para dar clases. Poco después expulsarán de la misma escuela a un colega suyo por defenderle. De esta forma, intentarán hacer de él un apestado.

Hijo recuerda ahora cuando se decidió contarle a Padre que sentía cierta vocación por la poesía, y que ya estaba aburrido de componer cuartetas de adolescente enamoradizo. La poesía exige hoy un compromiso social y político, por lo que un artista debe estar comprometido con su tiempo, con el espíritu de su generación. La poesía es también un arma de lucha, le dijo, o al menos algo parecido. Hijo se acuerda, como si fuera hoy, que Padre le pidió sentarse a hablar. Te voy a hacer cuentos que no te hice, de cosas que no sabes, anunció, muy serio.

Padre le habló de sus tiempos de trovador y de cuando era presidente de la Casa de Cultura del Cotorro. Contó que una vez quiso organizar un concierto, por lo cual las autoridades locales le pidieron un programa con las canciones preparadas. Padre entregó un programa falso, con la esperanza de sorprender a todos el día del concierto con temas disidentes, de crítica social y política. Al final, la Seguridad del Estado se enteró de sus planes y desmanteló el proyecto…

El celular de Hijo suena de pronto, devolviéndolo al presente.

V

Padre llama a Hijo. Mientras le habla, intenta disipar de su voz cualquier rastro de la impotencia y el miedo que lo consumían hasta hace unos minutos. Le pregunta cómo está. Hijo contesta que bien. Padre no quiere dar rodeos. Va directo al grano, como suele hacer, y pregunta a Hijo cuáles son sus motivaciones para involucrarse en el activismo. Hijo responde como hace unos años, cuando le confesó su nueva manera de entender el arte y, en especial, la poesía. Mediante el arte y el activismo también puedo expresarme por los que no pueden y por los que temen hacerlo, escucha complacido. ¿Pero estás dispuesto a asumir las consecuencias de tus actos?, pregunta ahora. Hijo afirma con una seguridad que no deja espacio a dudas, a lo que él responde diciéndole que se siente orgulloso y que podrá contar con su apoyo cuando lo necesite. 

Al colgar, Padre se detiene a pensar en la conversación. De alguna forma, se ha reconocido a sí mismo del otro lado de la línea.

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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