Despojo final

Ilustración: Alen Lauzán.

1 de enero de 2024 y en la radio anuncian que la dictadura cubana se acabó. 

Los que han estado en el poder (sin haber sido escogidos por el pueblo) van a pasar por las manos de la justicia, a la vez que se va a ir reconstruyendo el país. La nación tiene mucho que sanar.

¿Cuál va a ser la primera ley? No lo sé, la imaginación no me da para tanto, pero la liberación de los presos políticos va a ser inmediata. La apertura de los aeropuertos de la Isla para que todos los cubanos que están desperdigados por el mundo y quieran regresar a ayudar a levantar lo nuevo también va a ser algo de primer orden.

¿Y después? No sé… Se irá viendo. 

Habrá que trabajar en la libertad real de los cubanos: en que quien sepa de la tierra pueda sembrar y cosechar sin trabas, en que los profesores y médicos tengan un salario justo, en que los pescadores tengan embarcaciones sin ningún miramiento… No sé.

Es tan deseado ese momento que ahora mismo no sé cómo será. Lo más cerca de ese sentimiento de libertad ocurrió el 27 de noviembre de 2020 frente al Ministerio de Cultura y luego el 11 de julio de 2021 en todo el país.

Este final de 2023 me parece que muchos cubanos tienen el mismo sueño. Se pedirá por la salud, el amor, el trabajo y el desenvolvimiento; pero también se pedirá porque se acabe de acabar esa maldición que se cierne sobre la casa.

No se sabe qué hechizo hicieron los secuestradores: algunos hablan de la ganga que enterró Gerardo Machado debajo del árbol, otros del elegguá que rompieron en el Mercado de Cuatro Caminos, de los días de Fidel Castro en África…  Lo que es real es que eso no da más; y si la realidad no fuera suficiente, del más allá hay señales también.

¡No pueden seguir en el gobierno! Han torturado, masacrado y sometido el país hasta lo indescriptible. Ni accidentes ni fenómenos meteorológicos los asustan. Los tipos no quieren soltar el país. Cero empatía, les da igual ser los más malos de la película. Ya lo decía uno: “No se puede esperar que los que están en el poder recapaciten. No se puede apelar a la bondad de los que no tienen bondad”. 

La máxima perjudicada ha sido la familia cubana. 

Desde el minuto uno el sistema ha estado trabajando en separar a los cubanos de los suyos.

Aquí en Europa el frío arrecia y cuando hay que organizar qué se va a hacer en estas fechas, el gorrión se hace más presente.

La mayoría de los cubanos que conozco van a estar entre amigos, entre la nueva familia que han creado, porque la familia de verdad está regada, desperdigada por ahí.

El 24 ya hay plan, pero para el 31 todavía nada. Que si carne de cerdo, que si los restaurantes y chefs cubanos de Madrid están con los pedidos a full, que si a lo mejor no se puede comer tostones, etc…

Un grupito de emigrados en un apartamento, con música cubana, tratando de recordar los momentos del pasado, extrañando a la familia de la Isla y calculando horas para hacer la llamada y ser parte. Ser parte de algo. 

Algunos tienen a la madre en la Isla, otros ya no la tienen en vida; quizá no hubo una despedida como Dios manda.

En la Isla la cosa es peor: las noticias que llegan son desalentadoras y no hay ni dinero ni comida. El país apagado, el país desolado, Cuba masacrada y chupada hasta el final. 

La foto de la familia cubana unida tirando el cubo de agua a las 12:00 de la medianoche, entre un año y otro.

La vuelta a la manzana con la maleta con rueditas para viajar en el año nuevo.

El lechón asado, arroz con frijoles, yuca con mojo.

El arbolito inventado.

El muñeco quemado. 

Todas esas ceremonias van a ser casi imposibles de llevar a cabo. La única ceremonia, el único hechizo posible es pedir con mucha fuerza por que esa gente acabe de soltar.

Lo único que se opone a la unión familiar son ellos, un grupito, pequeño, que se hizo el dueño de todo.

¿Cuántas raíces de Ceiba hacen falta?, ¿cuántos trabajos?, ¿cuántos sacrificios?… para acabar de derrotar a esa gentuza. 

Los años pasan y pasan y no se acaba de consumar el deseo de toda una nación.

El 31 va a ser un momento de energía concentrada.

Desde el soldado que tiene que pasar su noche cuidando el monolito en el cementerio de Santa Ifigenia, sin entender bien por qué hasta el que desde temprano se va a anestesiar con lo que pueda para que acaben de pasar las fiestas.

Las madres, tías, abuelas… que lo van a pasar solas, mirando en sus móviles las fotos de los suyos que están lejos. 

Los que se van a acostar antes de las 12:00.

Los que este año han perdido a algún ser querido.

Los que están debajo de un puente.

Los que luchan contra una enfermedad.

Este final de año viene con una energía cargada… Es necesario que la situación de Cuba acabe de cambiar para ver si después de tanto daño podemos vislumbrar un poquito de luz al final del túnel. 

Llevo casi dos años lejos de la tierra y en este tiempo me he cruzado con cientos de cubanos. Más allá de la situación laboral o económica en que estén, no conozco a uno que no esté al tanto de lo que pasa en la Isla.

Todo el mundo, con ansias, quiere que aquello acabe de acabar.

No hay suficiente alcohol ni pastillas de los nervios para aguantar un año más de esa tortura.

Hace falta que se acaben de ir.

Como ellos son tan dados a las fechas y a los aniversarios, este 1 de enero sería una buena ocasión. Háganse a un lado, entreguen el país, entreguen al moribundo… a ver si entre los de buen corazón podemos revivir a Cuba. 

Carlos Lechuga (1983) Director de cine y escritor. Dirigió Vicenta B., Generación, Santa y Andrés y Melaza.Escribió En brazos de la mujer casada y Ballena Tropical, su primera novela que verá la luz este 2023.
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