Hambre en prisión: testimonios de inseguridad alimentaria en Cuba

Ilustración: Alejandro Cañer

El pasado 10 de octubre, cuando se conmemoraba una fecha significativa para la historia de la Isla, el Estado cubano fue reelegido para formar parte —junto a otros 46 países— del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). 

Las reacciones de organizaciones de la sociedad civil, así como de cubanos en todas partes del mundo, llegaron de inmediato. Incluso desde días antes, el 5 de octubre, Human Rights Watch declaró que Burundi, Cuba, China y Rusia no deberían presentarse a las elecciones al Consejo de Derecho Humanos, dado que no cumplían “los criterios para formar parte de este organismo”. 

“Los expertos en derechos humanos de la ONU han informado de manera similar sobre patrones de detención arbitraria, malos tratos y tortura en Cuba. Las organizaciones de derechos humanos han documentado cientos de casos de presos políticos (manifestantes, críticos, periodistas, artistas independientes y líderes de la oposición) detenidos por ejercer sus derechos humanos básicos”, se lee en la denuncia.

Si bien las razones esgrimidas se concentran en que el Estado cubano ha cometido violaciones sistemáticas de derechos humanos, incluyendo acoso, detenciones arbitrarias y torturas contra disidentes y críticos, hay un poco mencionado pero contundente elemento para negarle al régimen de La Habana el mínimo beneficio o legitimidad que se alcanza con la elección como miembro del Consejo. 

Dicho sin ambages, el hambre, o de manera más moderada, la vulneración de derechos que se produce en el contexto cubano —como resultado de la política alimentaria desarrollada por el régimen cubano— constituye un poderoso impedimento para que, en representación del país, el designado mandatario Miguel Díaz-Canel se siente en una silla de alto nivel a hablar de los derechos humanos que él —ni su camarilla— garantizan. 

Pero el régimen cubano no solo se postuló, sino que resultó electo para un nuevo período de tres años, a pesar de no cumplir con los criterios de membresía —respalda HRW— por haber cometido violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Y aunque HRW sugirió a las delegaciones en la Asamblea General de 193 naciones tener en cuenta el pésimo historial de derechos humanos de Cuba, la nación donde más de 1.800 personas fueron detenidas en relación con el estallido social del 11J y donde más de 700 continúan privadas de libertad por razones políticas fue reelegida.

La prisión dentro de la prisión

Los presos —en un país hambreado y sitiado por su ilegítimo gobierno, que le ha valido el símil de “isla-cárcel”—, son uno de los grupos vulnerables en el ámbito de la seguridad alimentaria, como expone el Programa de Monitoreo Alimentario (Food Monitor Program),  encargado de evidenciar que el derecho a la alimentación ha sido utilizado como un instrumento de dominación en Cuba desde la incorporación de la libreta de abastecimiento en marzo de 1962. 

“Se parte del supuesto de que la mayor intervención del Estado-Partido eliminó el poder de agencia de los ciudadanos, transformó sus prácticas alimentarias, controló su tiempo y gestionó su vida privada. La promesa de garantizar derechos sociales y económicos como la alimentación fue pagada con la sustracción de los derechos civiles y políticos”, profundiza en sus estatutos la organización, que aun cuando se concentra en la alimentación, postula que no existe jerarquía alguna entre los derechos humanos, dada su indivisibilidad e interdependencia, así como tampoco puede pensarse separadamente su vulneración. 

“En este sentido, la instrumentalización de derechos sociales y económicos, como el derecho a la alimentación, no solo atenta contra este en particular sino que socava la integralidad del ser humano”, argumenta el Programa de Monitoreo Alimentario. Y si ya es alarmante la situación de inseguridad alimentaria para la población en general, todavía más lo es para grupos vulnerables como los reclusos. Si se estrecha más el universo de la prisión, el panorama aún es peor para los que permanecen en prisión explícitamente por motivos políticos. 

Documentos como el “Manual de Buenas Prácticas Penitenciarias del Instituto Interamericano de Derechos Humanos” (IIDH), la “Guía de la OMS” sobre elementos esenciales en salud penitenciaria y la declaración sobre las condiciones carcelarias y las enfermedades transmisibles sirven como protocolo para las normas, procesos y procedimientos en los centros penitenciarios de los países, aunque no todos acatan estas preceptivas. 

En estas se describe que las personas privadas de libertad tienen derecho a recibir una alimentación que responda, en cantidad, calidad y condiciones de higiene a una nutrición adecuada y suficiente; que tome en consideración las cuestiones culturales y religiosas, así como las necesidades o dietas especiales determinadas por criterios médicos. 

Además, dichas normas estipulan horarios regulares de alimentación, ofrecen aproximaciones de calidad y contenido calórico y proteico suficientes, así como la prohibición de suspender o limitar dicha alimentación como medida disciplinaria. El incumplimiento de estos requisitos básicos podría constituir una forma de trato cruel, inhumano o degradante, o incluso una muestra de tortura. Y de ello dan cuenta testimonios obtenidos por el Centro de Documentación de Prisiones de Cuba, una iniciativa impulsada por la ONG Justicia 11J

Si bien cada testimonio es único, asoman elementos de coincidencia entre ellos que dan cuenta también de la vulnerabilidad de las personas que, en el contexto penal cubano, son etiquetados como “contrarrevolucionarios” y cumplen sanciones por motivos políticos. Cabe considerar, asimismo, dentro del espectro de vulnerabilidades a grupos como los adultos mayores, las embarazadas y, sobre todo, los menores. 

De más de 1.800 detenidos —y procesados— en relación con el 11J, alrededor de un tercio son menores de 25 años. Aunque a la fecha,  al menos cuatro personas de 18 años o menos se encuentran cumpliendo sanción, algunos cumplieron en prisión la mayoría de edad, por lo que se encuentran en etapa de desarrollo del organismo y requieren una dieta adaptada a sus necesidades específicas. Por otra parte, adultos de 60 años o más también han sido juzgados, sancionados y todavía cumplen sanciones privativas de libertad por varios años. 

A partir de un cuestionario de 60 preguntas aplicado a personas de distintas edades que estuvieron detenidas en centros temporales y/o sancionadas en cárceles de mayor rigor, el Centro de Documentación de Prisiones recogió las historias de al menos siete exprisioneros políticos que describen las prácticas generales al interior de las prisiones de Cuba, incluidas las políticas, métodos y hábitos alimentarios deficientes en privación de libertad en Cuba. 

¿Tuvo usted acceso directo a comida en la cantidad, balance y calidad necesaria, con suficiente valor nutritivo y servida en contenedores limpios? ¿En qué horarios le suministraban los alimentos? 
  • Alejandro González Raga  (63 años, Kilo 8, +2 años)

El horario del desayuno era a las 5:00. Sí, el desayuno era de 5:00 a 6:00 de la mañana, en ese rango horario; el almuerzo de 12:00 a 1:00 p.m. y la comida de 5:00 a 6:00 p.m. más o menos. El desayuno era un poco de agua con azúcar y alguna infusión; después la comida: arroz, un poco de agua de chícharo y picadillo (era más soya que picadillo). Y los viernes, cada 15 días, te daban un pedacito de un muslito de pollo. Eso era cada 15 días.  Y eran los mejores. Porque ese día era la “comida especial” que le llamaban ellos; daban arroz amarillo con una vianda (un pedazo de yuca casi siempre muy dura) y alguna ensalada y un pedacito de pollo. Eso era una vez cada 15 días. Según me cuentan, ahora mismo todavía es una copa de arroz, como le dicen en prisión. Yo debía tener una dieta porque soy hipertenso y era la misma comida procesada, o sea, que no, no hay una dieta que tú digas variada ni nada. No, eso es lo que hay y yo recuerdo que una vez llevaron tenca; se sabe que es un pescado de agua dulce y con un aspecto horrible. Y como no había dónde guardarla porque ahí no había nevera en la prisión, la ponían en el techo de la cocina. Entonces, eso cogía hasta gusanos y así mismo lo cocinamos. Lo digo porque hablaba con Lázaro, que era jefe de Cocina ahí en la prisión. Y el arroz había que cernirlo para sacarle los gusanos (…). Lo que se echaba a perder en cualquier almacén por ahí, lo llevaban a la prisión.

En la parte exterior de la prisión, a los que limpian dentro de la prisión en los pasillos, las celdas, los comedores y tal, a esos tampoco les pagan, a esos lo que les daban era un poco de infusión, por la mañana, el desayuno y después la comida, un poco más de comida y ya está. Ahí venden pizza, por ejemplo, en la prisión, los presos entraban harina, uno harina, el otro entraba la levadura y con un nailon hacían pizzas.

Un destacamento tenía visita por ejemplo y había gente a la que le traían jabas de comida, eran platos, comida de la calle. Entonces la vendían y compraban… Valía para todo, para comprar un tubo desodorante que se te acabó, pues también, y para todo eso. Yo en un momento determinado tenía un tipo de trabajo en el pantry que era donde daban la comida para los guardias. Yo le daba a uno cinco cajas de cigarros a la semana y él me daba comida del pantry, lo que comían los guardias, por ejemplo, pero lo cogieron en eso. Los precios son del carajo.

  • Alexander Fabregas (33 años, Vivac, 9 meses)

La dictadura usa muchos mecanismos para tratar de entrar a tu mente y lograr el objetivo de que termines tu estado de inanición, que comas. Las cosas que me hicieron para que yo comiera eran realmente duras, era para que te diera hambre. Las mejores comidas se daban en mi celda. Me dijeron que no dejara de tomar agua y les dije que si no me quitaban los dos delitos me iba a plantar en huelga de hambre y dejaría de tomar agua. Yo nunca me presté para alimentar el ego a la dictadura. (…) Dentro de ese lugar el precio [de hacerle el juego a la dictadura] es ser un esclavo, a cambio de una miseria: por 72 horas, por 48 horas, por 24 horas [de trabajo para ellos] un pote de comida, cualquier miseria.

Yo nunca acepté ni la bandeja ni las cucharas de ahí porque no tenían la higiene necesaria. Yo tenía mi pote de plástico y tenía mi cuchara personal y mi vaso. Realmente la comida era un sancocho para decirlo así. No, no, no, no era una comida, no era verdaderamente para nutrir, era una comida para decir que tú comías ahí. Solamente un día daban la comida mejorada que tocaba; hay veces que no te daban tampoco debido a que toda la policía se la robaba. Ahora tú caes preso en Cuba y toda la tu cuota va para el lugar donde tú estás recluso y entonces el pollo que te correspondía a ti por la comunidad [libreta de abastecimiento] que es de tu cuota, pues no te lo daban, te daban una gallina bailarina, que era una gallina flaca con hueso. Eso es una cosa inhumana, eso hay que denunciarlo. La carne de puerco la dieron dos veces, una fue el 24 de diciembre y otra el 1 de enero. O sea, Nochebuena y el día de aniversario del triunfo de la Revolución comunista en el cual yo no comí; ese día yo no salí de la nave. Cuando te daban carne de puerco eran puercos de destete que la carne es como una baba. Yo te puedo decir cuántas veces yo vi verdaderamente una comida bien hecha y eran los días como el 13 de agosto, que es el cumpleaños del dictador Fidel Castro y yo no comí tampoco ese día, no fui a comer tampoco. 

Dejaban entrar a veces comida, había veces que no te dejaban entrar la comida para nada; no estoy de acuerdo con que tú tengas que comer solamente un horario. Tú tienes que tener tu horario para comer cuando tú quieras, si te dan una comida a las 4:00 de la tarde a las 8:00 de la noche tienes hambre. Si tú decides que tú no quieres comer a las 4:00 de la tarde y quieres comer tu comida normal y entrarla entonces para la nave y comértela cuando tú gustes, pues no tiene nada de malo porque imponerte comer solamente en un horario es una de las cosas que yo tampoco entendía y me paraba y dejaba la bandeja de comida. Yo cogía la bandeja y echaba mi comida en mi pote de plástico y lo entraba pero el día que no podía, pues entonces me la comía ahí y a veces no comía. No se le debe imponer a nadie que coma a las 4:00 de la tarde y a veces a las 3:30 porque el preso tiene hambre, no se le facilita merienda. No se le facilita nada al preso, se está muriendo de hambre ahí y lo que le mandaba la familia en aquel tiempo no eran sacos, eran jabas, y una jaba no da para nada, entonces, ¿tú tienes condiciones? No. 

Los desayunos eran a las 5:00 de la mañana, que era normalmente el momento del “de pie” y empezaba entonces el recuento y todo eso; 5:30 más o menos según fueran sacando a los reclusos de las naves, pues sacaban una nave primero y después sacaban la otra. Eso variaba el horario. Había veces que te sacaban a ti primero y había veces que te sacaban después de la nave de al lado. Los almuerzos eran alrededor de las 11:30 de la mañana y las comidas entonces oscilaban entre las 3:30 y a veces 4:30, por ahí.

La comida era poca. Es una tortura también ver a tantas personas jóvenes como yo vi de 16 años, de 15, porque se habían manifestado; también es una tortura para esos muchachos.

  • Ermes Enrique Orta Bernal (21 años, Vivac, 2 semanas)

Constantemente nos cambiaban el horario de la comida y del desayuno, lo mismo desayunaba a las 2:00 de la mañana que a las 7:00. O sea, interrrumpían el sueño todo el tiempo. Los interrogatorios, de hecho, eran más bien de madrugada. La comida no estaba mala, no sé si era [por] el hambre. Daban frijoles, revoltillo con mortadella. Siempre nos dieron las tres comidas nada más, aunque cambiaban los horarios, hasta en la madrugada, pero nunca faltó y nunca pasó un periodo de tiempo de más de ocho horas. No nos privaron de comida, al contrario, nosotros dejamos de comer dos días y enseguida nos obligaban a comer.

  • Hamlet Lavastida (33 años, Villa Marista, 3 meses)

La comida era entre 12:30 y 1:00 de la tarde, el desayuno entre 6:00 y 6:30 de la mañana y hasta las 7:00. Daban un agua con azúcar muy intenso, con demasiada azúcar, demasiada, demasiada. Otra cosa extrema. También daban algo que pudiera ser como una especie de jugo o néctar de mango o jugo sintético con una cantidad extrema de azúcar, increíble, una cosa impresionante, y era casi imposible de tomarlo; y un pequeño pan, muchas veces con una especie de fritura tipo croqueta de algo que tenía mucha grasa; eran unidades muy pequeñas que básicamente lo que te dan es más hambre. Te abría el estómago y te daba más hambre. Eso era entre las 6:30 y 7:00 de la mañana. De hecho, después, entre 1:00 y 2:30, te venía el almuerzo, que siempre estaba acompañado por una sopa, arroz, de un perrito [salchicha] o algo así con una elaboración pésima. Por supuesto, algunas veces tenía mejores condiciones, pero eso es si era un día festivo como por ejemplo el 26 de Julio [aniversario del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes], ese tipo de cosas. Entre 5:30 y 6:00 de la tarde —algunas veces se demoraba más— era la comida  que menos continuidad tenía en horario, muchas veces se podía extender inclusive hasta las 7:00.

  • Iris Mariño (34 años, Estación de Camagüey, 10 días)

A nosotras nos suministraban los alimentos tres veces al día: desayuno, almuerzo y comida, pero en ninguna de estas ocasiones tuvo calidad. Incluso eso cambió toda mi dieta porque el alimento era totalmente líquido. Nos proporcionaban una infusión, algo así en las mañanas. Son como hierbas cocidas, hervidas, una infusión con una bola de pan; algún valor nutricional que podría agregarse en esos días era un huevo que nos proporcionaban en el desayuno. Luego en el almuerzo nos proporcionaban un caldo de huesos (…), pero no tenía las condiciones higiénicas necesarias en ocasiones, estaba malo, estaba no mal elaborado sino que estaba malo, estaba podrido. Había sido mal conservado, como las otras cosas que nos proporcionaron. Por ejemplo, lo que aquí se llama morcilla, que es sangre cocinada en una tripa con aliños, eso también se nos proporcionó y aunque podría tener un alto valor nutricional realmente, también estaba mal conservado. Estaba echado a perder y nos estuvieron proporcionando esos alimentos que estaban mal conservados. Yo lo que pude comer allí fue el arroz, que no tenía la calidad necesaria porque estaba sucio, no estaba cocinado con la calidad higiénica necesaria, pero fue lo que me comí, el arroz.

Y tal vez recuerde algún que otro alimento que nos dieron, que era la harina de maíz; eso fue lo otro que también consumía allí. El caldo este nos los daban a veces en la mañana y en las noches, quiere decir que el mismo alimento para las mañanas y para las noches. Recuerdo que en la segunda unidad de la Policía, el miércoles en que fui interrogada, que no pude almorzar porque fui interrogada de las 11:30 de la mañana hasta las 3:00 de la tarde, no pude almorzar, pero en la noche se nos proporcionó un arroz con frijoles y pollo, fue como un evento, la comida de mayor calidad que tuve en los 10 días que estuve en prisión.

Siempre se daban los desayunos entre las 7:00 y las 8:00 de la mañana todos los días. Luego el almuerzo a las 12:00 y la comida a las 6:00 de la tarde; algún que otro día sí llegó tarde la comida porque no había fluido eléctrico y entonces nos explicaron que no había cómo cocinarla y entonces en dos ocasiones la comida se nos proporcionó después de las 8:00 de la noche.

  • Leonardo Romero Negrín (23 años, Prisión Jóvenes del Cotorro, 6 días)

Durante los días que estuve detenido en el centro penitenciario “30 de abril”, yo ni comí ni tomé agua en ese lugar. Cuando el 11 de julio, estuvimos los tres primeros días sin podernos bañar, sin tener papel sanitario, sin pasta de dientes, cosas por el estilo. Y mira, por ejemplo, a nosotros no nos llevaban a un comedor en el colectivo en el que estábamos, de 50 y pico de personas ―y en los otros colectivos tampoco sacaban a nadie a comedor porque no estaba habilitado para hacerlo―, y lo que hacían era que nos llevaban a la celda unas cajitas de cartón con la comida y un vasito plástico para echarte potaje. Lo que nos dieron fueron cajitas de cartón, tenedor plástico y un vasito de plástico. El tenedor y el vasito tenías que conservarlo durante el tiempo que estuvieras ahí, puede ser que si se te perdía o se te rompía, te dieran otro. Y las cajas de cartón, tú las botabas, evidentemente no era eso una prisión [propiamente dicha]. Eso es un centro de detención, ahí la comida era la básica, o sea nos daban arroz, boniato o un huevo hervido y en un vasito te echaban unos chícharos, unos frijoles ahí mal cocinados, con sabor si tenías suerte. O sea, que no era nada, no era nada que sorprendiera, eso es lo básico ahí en una prisión, no alcanza, pero bueno… Por la mañana nos daban una especie de refresco, no sé de dónde salió eso, a veces era como un agua de mermelada, más agua que mermelada y, con suerte, un pan. A veces te daban el refresco nada más y a veces con un pancito. Después, a las 12:00 del día, el almuerzo y, por la tarde, 6:00 y pico, la comida. Si te soy sincero, no se llegó a pasar hambre porque primero que todo fueron muy pocos días los que estuve. Y los que estuvieron bajo ese régimen durante mucho tiempo, yo me imagino que empiezan a sentir el agotamiento físico y el hambre, pero por lo menos donde yo estuve, la gente comía y ya, se quedaban con hambre, pero se aguantó durante esos días. Ya de ahí en adelante, creo que sí es más difícil llevar ese régimen.

  • Pedro Albert Sánchez (67 años, Prisión Valle Grande, 5 años)

Yo creo que de la comida no tiene mucho sentido hablar porque habría que ver la cantidad de gramos que son, etcétera. Y la cantidad siempre es muy muy muy muy por debajo de lo que pueda necesitar un ser humano; ahí había que complementar con lo que te llevaran los familiares. En cuanto a la calidad, a la hora de elaborarla se notaba la falta de condimento, era muy poco condimentada. El horario del desayuno, si se le puede llamar desayuno, era alrededor de las 7:00 de la mañana, creo que entre las 11:00 y las 12:30 el almuerzo, de acuerdo al momento en que te tocara. Y por la tarde temprano, a partir de las 5:30, empezaban a dar la comida también. Habría que ver también la definición de desayuno, a ver si aquello que nos daban era desayuno. Durante mucho tiempo era un jugo que pienso que estaba más cerca del agua con azúcar que del jugo como tal, y un pan que después pasó a ser medio pan. Con pan me refiero a panecitos, no sé cuántos miligramos tendrían, pero no tiene mucho sentido hablar de las cantidades cuando uno no sabe la medida.

Estaba en la celda de castigo, estaba plantado e incluso estando plantado en la enfermería tenía quizá la posibilidad de hablar con mi hijo, pero renuncié a ello, porque yo renuncié a todos los beneficios y yo dije “ni me pongo la ropa de preso, ni quiero teléfono, ni quiero patio ni quiero comida ni quiero nada”. Agua sí tenía que tomar porque no me quedaba otro remedio, pero renuncié a los beneficios cuando me planté.

  • Thais Mailén Franco (36 años, Villa Marista y Prisión de Mujeres de Occidente, 5 meses)

Yo nunca fui a comer al comedor, nunca comí, pero en el comedor del hospital está la parte donde se sirve el agua y te estoy hablando del hospital, no de la galera ni del estancamiento sino del hospital. Cuando me dejaron ahí porque me caí y estaba en silla de ruedas, un día llega una guardia y dice: “A todos ustedes lo que hay es que cogerlos y caerles a golpes, desaparecerlos por contrarrevolucionarios, porque ustedes no le agradecen nada a la Revolución”. Eso  me lo dijo ella en el comedor del hospital donde había más presos y obviamente yo le respondí y le dije: “Tú eres una fresca, tú eres una falta de respeto”. Porque en la prisión eso es un método que ellos usan, te echan a fajar entre las mismas reclusas, mandado por muchísimas guardias, pero al hacer eso directamente contigo donde hay más reclusas es, en primer lugar para discriminarte, en segundo para abochornarte y en tercero para ver qué es lo que tú vas a hacer. Si te quedas callado, tanto la guardia como las demás presas se te montan arriba, no sé si me explico lo que quiero decir; y yo automáticamente que ella me dijo eso, empecé a discutir con ella hasta que vinieron otras presas porque ya nos íbamos a ir a los pelos, sé que eso iba a hacer que me volvieran a mandar para la tapiada, para la celda de castigo. Te sientes como algo raro cuando uno va por causa justa o por causas políticas.

Mi mamá tenía que alquilar un carro. En ese tiempo el costo de una máquina para ir hasta la prisión era de 1.500 a 2.000 pesos; estamos hablando en 2021. Ya estamos en el 23, así que supongo que sea ya el doble lo que pueda costar un transporte hacia la prisión. Mi mamá iba y alquilaba un carro hasta allá; en dos ocasiones cogió las guaguas porque no tenía presupuesto, también estaba a cargo de los niños y llegaba allá con el jolongo, con el saco. Y cuando llegaba, ya después que le requisaban todo, me daban el saco tarde, después de tres y cuatro horas que mi mamá ya me había dejado esa jaba de alimento. Y en dos ocasiones se me echaron a perder las cosas que mi mamá me había llevado porque lo hacen con toda esa intención ellos. Primero [revisan] todos los sacos de la visita de todas las personas, es decir, de todos los presos comunes. Pero cuando es para un preso que está por causas políticas, ellos le retrasan ese saco y se lo dan ya a última hora. Como la familia ha ido desde por la mañana ya todos esos alimentos, la mayoría, están echados a perder porque ese saco no te lo daban en el momento de la visita, sino cuando ellos quisieran. Incluso en esas dos ocasiones se me echaron a perder los alimentos, también me cogieron las cartas en una ocasión, me cogieron toda mi correspondencia de mis hijos, de mi mamá y del que era mi esposo en ese tiempo. Todas esas cartas que yo esperaba porque cuando uno está preso no tiene opciones, pero sí tiene tiempo y una de las cosas que más un preso necesita es que llegue la correspondencia, esa carta de algún familiar o amigo. Y ellos me quitaron esa correspondencia y no me la devolvieron.

La dignidad humana en el presidio político: la clave alimentaria

Como apunta el Programa de Monitoreo Alimentario y ha sostenido en múltiples informes Justicia 11J siguiendo las perceptivas internacionales, las prisiones no son solamente un espacio físico de penalización, sino el lugar de residencia y convivencia de personas privadas de libertad, que, al ser sancionadas, pierden su libertad, pero no sus derechos como seres humanos.

Los protocolos internacionales, entre ellos las “Reglas Nelson Mandela”, postulan que una persona recluida debe recibir un trato digno durante el cumplimiento de su sanción, lo que abarca desde la salud mental hasta la integridad física y la atención médica, de modo que la alimentación es uno de los factores de mayor relevancia cuando se habla de trato digno.

“En los sistemas de reclusión, las personas son alimentadas por la institución, por lo que recae en esta el deber de suministrar debidamente las provisiones. (…) El Estado es el responsable de la alimentación de aquellos que se encuentran bajo su custodia. La atención a las personas privadas de libertad debería ser un punto importante en la administración de países como Cuba si se tiene en cuenta que, con una población recluida estimada en 90.000 individuos a inicios del 2020, a los que deberían sumarse alrededor de 890 más, detenidos luego de las manifestaciones del 11J, la Isla se posiciona entre los países con mayor tasa de personas recluidas según su índice poblacional”, expone el Programa de Monitoreo Alimentario.

Y explica que, en contraste con otras sociedades en las que las instituciones suministran información sobre dietas, nutrición y otros aspectos alimentarios de la población penal, y donde los internos de sus centros pueden tener canales para tramitar sus exigencias, en Cuba —y en general en países con estructuras carcelarias muy deterioradas donde los internos no tienen voto ni opción— se presentan problemas que limitan las garantías a la seguridad alimentaria: la infraestructura física, el desabastecimiento, el desconocimiento de normas éticas y derechos alimentarios, los prejuicios y las acciones de aleccionamiento, así como la normalización de la falta de higiene por escaso acceso al agua y a la ventilación.

Palma Soriano, Cuba (1993). Periodista por cuenta propia con fugas frecuentes hacia la poesía. Autora de los libros Eduardo Heras: los pasos, el fuego, la vida (Letras Cubanas, 2018) y Mestiza (CAAW, Estados Unidos). Egresada de la Universidad de La Habana e integrante de la Red Latam de Jóvenes Periodistas. Ha publicado en Distintas Latitudes, HuffPost, Clarín, El Estornudo, Hypermedia Magazine, pero la mayoría de sus textos están en Eltoque y Tremenda Nota. Escribe, luego existe. --
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