Acceso al agua en prisión: testimonios de inseguridad hídrica

Ilustración: Alejandro Cañer.

Cinco días sin agua pasaron los reclusos en la prisión de Agüica, en Matanzas, luego de que, aparentemente, se rompiera una turbina, según denunció el martes 12 de septiembre Roxana García Pedraza, esposa del preso político César Adriám Delgado Correa. “Hoy ya hace cinco días que mi esposo no se baña de cuerpo entero, cinco días que el piso no se limpia, cinco días donde conviven en un cubículo de siete por  seis [metros] 16 personas, y no hay agua ni para descargar el baño”, escribió García Pedraza en sus redes sociales. Publicaciones de este tipo son relativamente frecuentes en plataformas como Facebook y medios independientes. 

Aunque la información sobre el acceso al agua por parte de la población penal cubana es limitada, varios reportes de prensa dan cuenta, en primer lugar, de la insuficiencia de este recurso, así como de su contaminación, lo que deriva en daños a la salud de las personas en reclusión. 

Sobre este problema y como parte de su trabajo de documentación en torno a las prisiones cubanas, el nuevo Centro de Documentación de Prisiones Cubanas, tras entrevistar a manifestantes del 11J que estuvieron en detención y/o reclusión, obtuvo testimonios de al menos cinco personas que denuncian violaciones de sus derechos, incluido el acceso al agua. 

El agua, un derecho humano

Desde noviembre de 2002, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU adoptó la Observación General Nº 15 sobre el derecho al agua. En su primer artículo, el documento establece que «el derecho humano al agua es indispensable para una vida humana digna». El documento también  defiende el derecho de cada persona a disponer de agua suficiente, saludable, aceptable, físicamente accesible y asequible para su uso personal y doméstico.

Ocho años después, el 28 de julio de 2010, a través de la Resolución 64/292, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció de forma explícita el derecho humano al agua y al saneamiento, lo cual reafirma que tanto el agua potable como el saneamiento son esenciales para la realización de todos los derechos humanos. 

Dicha resolución constituye un llamado a los Estados y organizaciones internacionales a proporcionar recursos financieros y propiciar la capacitación y la transferencia de tecnología para ayudar a los países, en particular a los que están en vías de desarrollo, a suministrar agua potable y saneamiento saludable, accesible y asequible para todos, lo que incluye, por supuesto, a las poblaciones penales.

Política Nacional del Agua, condicionada por la seguridad nacional

En Cuba ―quinto país del mundo con mayor tasa de población penal del mundo―, existe una Política Nacional del Agua, derivada de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, específicamente de los referidos a los recursos hidráulicos (del 300 al 303), y que, según el Estado, son “la vía para alcanzar la visión concebida para el desarrollo hidráulico”. 

Esta política tiene entre sus principios desarrollar la información sobre el agua como instrumento para medir el desempeño del Estado y para homologar indicadores internacionales acordados, así como garantizar el acceso libre y gratuito al agua, “siempre que esto no arriesgue la seguridad nacional”. 

Sin embargo, el Estado cubano no ha brindado información detallada y desagregada sobre las condiciones de higiene en los lugares de reclusión. Tampoco sobre infraestructura carcelaria, alimentación, condiciones de los centros de salud dentro de las prisiones, forma y frecuencia en que los reclusos obtienen el agua para el aseo y para beber, y sobre qué insumos se le entregan y con qué frecuencia a las personas recluidas. 

Ni siquiera se conoce el número de inspecciones realizadas en los centros penitenciarios entre 2020 y 2023. No se han publicado de forma desagregada datos que indiquen la cantidad personas detenidas, por sexo, raza, género, identidad de género, discapacidad, edad, delitos por los que extinguen sanción, régimen de seguridad en el que se encuentran y beneficios otorgados. 

Testimonios de inseguridad hídrica e higiénico-sanitaria

Los testimonios obtenidos por el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas coinciden en que el acceso al agua potable es limitado a dos veces al día y que esta se almacena en cisternas que no reúnen las condiciones de higiene. Asimismo, indican que el agua es distribuida por tuberías que están ubicadas al lado de las de desagüe, y que ambas tienen filtraciones, lo cual provoca la contaminación de las primeras, y causa la proliferación de enfermedades infecciosas parasitarias y bacterianas. Llama la atención el hecho de que el personal que labora en las prisiones no se abastezca de la misma agua, de acuerdo con los testimonios. 

En el periodo analizado ―entre el estallido social del 11 de julio de 2021 y la fecha de publicación de esta nota― se reportaron brotes de cólera, que mantuvieron a los reclusos bajo estrés por el temor a adquirir este virus dadas las malas condiciones higiénico-sanitarias.

Las ordenanzas del sistema penitenciario disponen al respecto que las instalaciones sanitarias permitirán satisfacer las necesidades naturales y de aseo personal de forma adecuada y disponen que los locales deben tener las debidas condiciones de seguridad e higiene. 

No obstante, según la información proporcionada por personas privadas de libertad en diferentes centros penitenciarios de la Isla, la mayoría de los locales donde conviven los internos tienen un solo baño para las necesidades fisiológicas que no son adecuados (baños turcos o letrinas) y otro para bañarse, pero no disponen de agua corriente. En este aspecto, la entrada en vigor del Reglamento de Prisiones (2016) tampoco representó un paso de avance en la protección de los derechos de los reclusos.

En su artículo 67 se lee que los internos dispondrán de agua potable y que la administración penitenciaria garantiza a los internos una alimentación que responda en cantidad y calidad a las normas dietéticas y de higiene, teniendo en cuenta su estado de salud, las recomendaciones del facultativo y la naturaleza del trabajo.

Sin embargo, los entrevistados también se refirieron a problemas en las instalaciones que afectan drásticamente las condiciones de vida y la salud durante la reclusión. Entre otros, mencionaron moho, humedad y filtraciones en las paredes, suelos y techos de los dormitorios y áreas comunes, como consecuencia del deterioro de las tuberías de agua potable y las tuberías albañales.

Tal información coincide con los hallazgos de Human Rights Watch (HRW) tras entrevistar a docenas de exreclusos cubanos y familiares de estos (reuniendo información sobre 24 prisiones de máxima seguridad cubanas y numerosos centros de detención, tales como estaciones de policía y oficinas de la Seguridad del Estado), así como a activistas de derechos humanos dentro de Cuba, muchos de los cuales han sido presos políticos. 

Prisiones en condiciones “primitivas y antihigiénicas” 

“Nuestras entrevistas revelan que los presos cubanos de ambos sexos, entre ellos los presos políticos (…) soportan grandes penalidades en las prisiones cubanas. La mayoría de los presos padece malnutrición como resultado de la dieta insuficiente en las prisiones y languidece en celdas hacinadas sin recibir la atención médica adecuada”, se lee en el informe de HRW. Además, la organización revela que “las prisiones cuentan rara vez con un acceso periódico al agua potable” y que “el agua para aseo suele estar sucia o es insuficiente”. 

En aquel momento, antes del año 2000, Human Rights Watch aportó el testimonio de un exrecluso, quien recordó que el retrete cercano a su celda desaguaba en el corredor y en el suelo de su celda. 

“Un exrecluso recordó que para desayunar solían darle un vasito de agua con un poco de azúcar y para almorzar cuatro o cinco cucharadas de arroz y un poco de caldo loco (una sopa con ingredientes difíciles de identificar). Dijo que no habría sobrevivido si no llega a ser por las persistentes entregas de alimentos de su familia. Algunos exreclusos dijeron que las autoridades penitenciarias les servían alimentos repugnantes y mal lavados que eran horribles y potencialmente dañinos. Varios presos dijeron a Human Rights Watch que este tipo de alimentación fue una de las experiencias más degradantes de su estancia en prisión”.

No obstante, el Gobierno cubano ha declarado ante la ONU que “a pesar de las limitaciones existentes por el bloqueo económico… todos los locales utilizados por los reclusos, incluyendo los dormitorios, son mantenidos en perfecto estado higiénico-sanitario”, algo que desmienten los testimonios de hace 20 años, pero también los más recientes obtenidos por el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas y otras organizaciones que monitorean la situación de derechos humanos en la Isla, en particular la de poblaciones vulnerables como los presos políticos. 

En este sentido, el nuevo reglamento para tratamiento a reclusos en Cuba omite la obligación de las autoridades penitenciarias de facilitar agua, artículos de aseo indispensables para la salud e higiene y para el cuidado del cabello y de la barba, a fin de que las personas reclusas puedan mantener un aspecto decoroso que les permita conservar el respeto a sí mismos, tal como exigen las normas conocidas como Reglas Mandela.

Y aunque el documento reconoce a los internos el derecho a recibir alimentación, vestuario, asistencia médica y estomatológica, y poseer productos alimentarios con el objetivo de satisfacer sus necesidades, tienen prohibido confeccionar alimentos o infusiones en las áreas de internamiento y calentar agua con medios no autorizados. Sin embargo, los reclusos resaltan la desigualdad entre la alimentación de los militares que trabajan en los centros penitenciarios y la de ellos, en cuanto a cantidad, calidad, higiene y variedad.

Asimismo, datos recogidos en un informe entregado al Comité contra la Tortura de la ONU indican entre sus “centenares reportes de torturas”, 15 tipos de torturas infligidas a los presos políticos. Está incluida la “privación de líquidos y/o alimentos”.

Alexander Fabregas

Alexander Fabregas, de 33 años, transitó por varios centros de reclusión en la provincia de Sancti Spíritus, donde pasó varios meses. Esto es lo que cuenta:

“No era buena la calidad del agua, no, estaba sucia y así se usaba para tomar, para bañarse, para todo (…). Era agua fría para todo el mundo; el preso debe ingeniárselas. En tiempo frío, cuando había un frío bestial, pues entonces [teníamos que] sacar una cubeta de agua desde horas tempranas en la mañana a coger sol para más o menos para matar el frío al agua. Había quien inventaba calentadores, porque es que es normal, no es fácil usar esa agua fría que te parte un pulmón, que te puede enfermar, que te pueda dar una neumonía, que puede llevar a una enfermedad respiratoria, porque la policía no quiere que tú te bañes con agua caliente. Entonces, cuando se inventaron los calentadores, pues al momento ya te hacían requisa y te lo quitaban y, al final de la jornada, los mismos guardias después, con los propios calentadores que hacían los presos, se bañaban ellos y todo es tremendo.

“Nosotros lavábamos en una cubeta; la cubeta para el preso es un implemento: para lavar, para bañarse y para sentarse, entonces en la cubeta, tú cogías el jabón y tirabas la ropa para el suelo, primero botaba esa agua del chorrito sobre los pantalones, porque es lo que más pesa en la mano y entonces, pues con el jabón, tú le pasabas, así le pasabas un cepillo. Era lavar sin ningún tipo de condiciones ahí, por los propios medios de nosotros”.

En su caso, Fabregas vivió además la experiencia de una huelga de hambre y sed que llevó su cuerpo al límite. “Fue una experiencia bastante difícil porque el cuerpo se te debilita, pero está firme porque estás defendiendo un derecho en el que crees (…). La dictadura usa muchos mecanismos para tratar de entrar a tu mente para lograr el objetivo de que la persona ponga fin a su estado de inanición. Su objetivo era que yo comiera y las cosas que me hicieron para que comiera eran realmente duras, para que me diera hambre, las mejores comidas las daban en mi celda (…). Me dijeron que no dejara de tomar agua y les dije: ‘Si no me quitan los dos delitos, me voy a plantar en huelga de hambre y voy a dejar de tomar agua’. Siempre se lo dejé bien claro, que estaba dispuesto a morirme porque yo cuando hago una huelga es en serio y, entonces, pues los psicólogos trataron siempre de entrar a mi mente y también me di cuenta de que eran de la Seguridad del Estado porque hacían preguntas que no tenían que hacer para el tratamiento psicológico a un preso que está tomando una decisión suicida”.

Iris Mariño

Iris Mariño, de 33 años, fue una de las más de 200 mujeres detenidas en relación con el estallido social del 11J. Desde julio de 2021 estuvo en centros de detención, donde, según narró al Centro de Documentación de Prisiones Cubanas, existían condiciones pésimas de higiene, sobre todo para la higiene íntima de una mujer. El jefe de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) de la ciudad de Camagüey le dijo “que tenía derecho a que trajeran agua y algunas cosas personales” de su casa. Este es su testimonio:

“[Los centros de reclusión] no disponen de ninguna de las condiciones [indispensables], aunque existía una ducha, pero un tubo, no se puede decir que ducha, sino un tubo por donde salía al agua y las condiciones higiénico-sanitarias del baño y los lavabos no eran adecuadas (…). No me suministraron almohadillas sanitarias o artículos de aseo personal; los artículos de aseo personal que yo obtuve fue porque me los trajeron de mi casa luego de 48 horas. Yo sangrando, menstruando, sudando, sin poderme lavar el cabello, sin tener avituallamiento ni nada. La toalla, el desodorante, el champú, el acondicionador y las almohadillas sanitarias que yo obtuve, todo fue traído de mi casa. Luego de 48 horas fue que se me permitió adquirir esos bienes y desde el hogar. 

“El agua que había en prisión era de la llave, era del acueducto, no se podría decir que tiene los índices adecuados de salubridad. Y en la otra prisión el agua que yo recibí pues me la traían de mi hogar, de mi vivienda (…). Yo estaba en una celda ―las primeras 72 horas― donde no podía bajar de esa cama de mampostería porque había cucarachas, ratones y agua sucia. Cuando me trasladaron a la segunda prisión era una celda de tres por tres, algo así. Tampoco se nos proporcionó incluso ni el sol; había una ventana que estaba alrededor de cuatro metros de altura con cabillas y no podíamos ni ver el sol”.

Ermes Enrique Orta Bernal  

Ermes Enrique Orta Bernal, de 21 años, fue arrestado tras las protestas del 11J y conducido a la unidad conocida como El VIVAC, en Sancti Spíritus, donde, según describe, estas eran las condiciones en relación con el agua y la higiene:

“La celda era de dos por dos, sin baño. El agua la ponían dos veces al día, por la mañana y por la noche, no había más agua en todo el día. Por la mañana era a eso de las 7:00 y pico cuando te daban el de pie y en la noche como a las 9:00. Como nosotros no teníamos noción de los horarios, más o menos nos guiamos por el agua para orientarnos pues el horario del agua no dependía del VIVAC, sino del acueducto y de sus horarios de distribución. La Seguridad del Estado no podía tener control (…). Yo ahí no tenía nada. Nos cogieron directo, sin nada, no nos avisaron y nunca se le avisó a mi familia ni a nadie cómo llevar nada. Y esos días, obviamente, tú estás en un lugar extraño así con otros detenidos al lado y te da deseos de hacer necesidades y te da pena por el mal olor. Yo aguanté unos cuatro o cinco días, pero ya no aguantamos más, y entonces nos llevaban por la mañana un periódico, el periódico Granma que hablaba de las cosas de las manifestaciones y ahí salía el discurso de Díaz-Canel y no teníamos papeles, no teníamos nada de agua, y entonces yo cojo el periódico y nos limpiamos con el periódico (…). 

“No teníamos baños, el baño era un hueco ahí, nos fumigaron con cloro. A lo mejor había otros calabozos, que sí tenían a lo mejor una taza pero en el que yo estaba no, no había taza ni ducha, era un tubo ahí. Nos trajeron un pomo y echábamos el agua en el pomo y con eso nos distribuíamos, compartíamos (…). El agua variaba de temperatura, según la que saliera por la calle: si había frío salía fría, pero había un sol terrible, un calor terrible, entonces cuando nos ponían el agua estaba muy caliente a las 8:00 de la noche, lo que salía por ahí era un horno; la de por la mañana refrescaba un poco”. 

Hamlet Lavastida

Hamlet Lavastida, de 40 años, es un conocido artista e intelectual cubano que estuvo recluido en el centro de interrogatorios de Villa Marista. Su caso ha sido notablemente mediático. Lavastida no se encontraba en el país durante las protestas pero lo acusaron de instigar a la rebelión popular. Fue excarcelado con la condición de abandonar el país junto a su entonces pareja, la escritora Katherine Bisquet. Este es su testimonio en torno a las condiciones higiénico-sanitarias y de acceso al agua durante su reclusión:

“No había condiciones sanitarias. Eran espantosas. El agua escaseaba, venía de vez en cuando y no había ningún tipo de indumentaria ni facilidad para recoger agua y mantenerla ahí en el tiempo necesario y para también higienizar el baño y eso. No había frazada, no había nada de eso; tenían que ser introducidas por los propios prisioneros y limpiar todo eso. Las condiciones eran extremadamente áridas en el sentido de que había un calor extremo y es un lugar donde uno puede enfermarse muy rápidamente. Me imagino que todas las prisiones en Cuba tengan las mismas condiciones, porque con calor y humedad, el cuerpo se descompone, no solamente el cuerpo, sino cualquier materia orgánica, se descompone muy rápido. Eran posiciones completamente insalubres, la alimentación también era muy escasa. Habría que ver cuáles son los estándares de alimentación, pero era muy escasa.

“La temperatura del agua dependía del clima, es una cosa curiosa, al parecer hay en el techo de este centro de detención tanques de agua que algunas veces en el calor extremo estaban demasiado calientes y en el frío estaban muy bien; entonces esto era algo que dependía más bien del medio ambiente. Muchas veces en un día caluroso a las 4:00 de la tarde era imposible bañarse porque el agua tenía una temperatura extrema, entonces esa es la situación con respecto al agua. (…) Nada era suministrado, a mí me dieron la garantía de que me podía afeitar cuando quisiera, que lo pidiese, así era para los demás prisioneros; te llevaban a un cuarto donde tú tenías que tener tu propia indumentaria para afeitarte en este caso. Esa era la situación con respecto a la higiene personal. A mí me daban acceso a poder peinarme, a poder afeitarme cuando yo lo pidiese, pero algunas veces también me daban evasivas, me decían que en una semana, que la semana que viene”.

Daniela Rojo

Daniela Rojo, de 28 años y madre de dos niños, fue una de las más de 200 mujeres detenidas en relación con el estallido social del 11J. Aunque actualmente vive como refugiada en Alemania, transitó por varios centros de detención, hasta ser internada luego en la Prisión de Mujeres de Occidente. Así describe las condiciones higiénico-sanitarias y de acceso al agua durante su reclusión:

“En el primer lugar donde estuve detenida, en la estación policial, era una celda pequeña que compartí con otra muchacha. El baño estaba ahí mismo en la celda, pero para pedir el agua sí teníamos que salir, para buscar agua afuera. En el segundo centro de detención, en El VIVAC [de La Habana], sí estaba en una galera grande que tenía como 20 literas más o menos; ahí al principio estaba como con 12 personas. Luego empezaron a soltar gente y al final nos quedamos como cuatro o cinco. Al final de mi estancia, el mismo día que me iban a trasladar a mí me sacan porque yo estaba infectada de sarna y de piojos y, para que no infectara a la gente, me sacan para una celda aislada de hospital, pero de ahí me trasladan al Técnico de Alamar para una celda con otras dos presas de Regla. 

“El baño era una letrina que estaba dentro de la celda y ahí mismo había una ducha también, en ese mismo espacio estaba la ducha de un lado y la letrina del otro y un pequeño murito que separaba para que más o menos no te vieran. Y bueno, ya después viene el Guatao [Prisión de Mujeres de Occidente], donde el baño estaba en la celda de castigo. Había cuatro literas y ahí conviví con ocho presas más (…) y el baño era un bañito pequeñito con una letrina en la parte de atrás de la celda y el agua es una tubería pequeñita que salía de arriba, que obviamente es una tubería de un lavamanos, no es para que nadie coja agua, no había instalación ninguna de agua; de esa pequeña tubería en la pared teníamos que coger el agua jarrito por jarrito para llenar los cubos, para podernos bañar todas; entonces nos turnábamos”.

Palma Soriano, Cuba (1993). Periodista por cuenta propia con fugas frecuentes hacia la poesía. Autora de los libros Eduardo Heras: los pasos, el fuego, la vida (Letras Cubanas, 2018) y Mestiza (CAAW, Estados Unidos). Egresada de la Universidad de La Habana e integrante de la Red Latam de Jóvenes Periodistas. Ha publicado en Distintas Latitudes, HuffPost, Clarín, El Estornudo, Hypermedia Magazine, pero la mayoría de sus textos están en Eltoque y Tremenda Nota. Escribe, luego existe. --
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