Unicornios rojos del amor

Ilustración: Alejandro Cañer

El detonante de este texto es mi encuentro con un cubano de París. 

Yo ando por la calle, en busca de trabajo, y voy a ver a un cubano que está bien instalado, a ver si me consigue algo. El tipo me recibe con una falsa sonrisa en la cara y me dice: “Carlos, hermano, debo decirte algo, aquí en Europa no está bien visto que se ande hablando mal de Cuba”. El tipo no me habla de mis películas, el tipo no me pregunta cómo estoy, el tipo se lanza al vacío así: sin miedo al éxito. 

El cubano de París continúa: “Carlos, hermano, yo no tengo redes sociales, yo soy del equipo del amor. Yo no soy del equipo del odio”.

Me parecía raro que me dijera esas cosas y no sé por qué me las cogí para mí. ¿Él era del equipo del amor? Entonces, ¿yo era el equipo del odio?

No podía dejar de pensar en eso, que me daba vueltas y vueltas en la cabeza.

¿Por qué me decía eso? ¿Me lo decía por las denuncias que uno a veces hace? 

¿Me lo decía por la manera en que uno interactuaba en las redes con gente mala, gente que estaba haciendo daño en la Isla? 

Me metí par de días cocoreado, dándole vueltas a eso, hasta que se lo cuento a una amiga y la socia me cuenta algo que no sabía. 

El cubano, en cuestión, antes de llegar a Europa y convertirse en un tipo poderoso, vivía en La Habana y había hecho un montón de cosas malas. El tipo del “equipo del amor” había chivateado a compañeros de trabajo. El tipo del “equipo amor” había botado a gente del trabajo por sus preferencias sexuales. El tipo del “equipo del amor” había dado con un palo de madera sobre las espaldas de los “gusanos” que se querían ir por el Mariel. 

El cubano del “equipo del amor” se convirtió en un tipo poderoso en Europa en parte por las cosas malas que había hecho en Cuba. Tenía muchos contactos y esto le permitía moverse por varios países. 

Fue revolucionario hasta que le dio la gana. Fue el más rojo, hasta que decidió salir huyendo y venir a vivir al “malvado mundo capitalista”. El cubano del “equipo del amor” decía que yo era del “equipo del odio”. Él no. Él, que había sido de ampanga, no era un odiador… él era el amor puro, una mariposita, el unicornio rojo del amor. 

El cubano del “equipo del amor” se movía por las calles del mundo, camuflado, como si nunca hubiera matado una mosca. Como un camaleón que cambia de color en dependencia de la rama donde se posa. Si la corriente de la izquierda mundial denunciara todo lo malo que pasa en la Isla… ahí iba a estar él de primero denunciando; pero no: el dinero, las buenas formas, estaban en hablar del “bloqueo”, en decir que Cuba debía resistir, etc.

Todo esto me pone a pensar en las maneras que tiene la vida: en lo irónico que es todo, en lo fácil que es engañar a la gente, en como hay un montón de lobos disfrazados de unicornios amorosos. 

Las gentes se inventan historias para sobrevivir (y no lo veo mal), pero a veces cometen el error de abrir la boca y tratar de convencer al resto de una gran mentira. Uno no es bobo y se sabe quién es quién, afuera y dentro de la Isla. Ahora a un montón de personas les interesa hacerse las víctimas del castrismo, después de haberse beneficiado un montón cuando estaban adentro del sistema. (Ojo, que nada más por decir esto ya puedo ser considerado un odiador). 

Recuerdo que, dentro de Cuba, cuando a uno lo censuraban o cuando cogían preso a alguien, mucha gente, poniéndose del lado del poder, trataba de buscar una justificación: “¡No, es que se puso una bandera en la cintura! ¡Imagínate, hizo caca con el escudo en la espalda!”. Así de sencillo le daban el poder al poder para que hiciera cualquier cosa con los seres humanos por cualquier bobería. A nadie se le ocurría decir: “Hay represión, no hay comida, han dividido a la familia, han acabado con el país. Por supuesto que hay que quejarse”. No. La gente decía: “¡Es que es tan vulgar!”. Y así, como si nada, la balanza de la justicia caía para el lado del abusador. 

Entonces cuando a un torturador, censor, uno le dice algo feo en las redes, él odiador es uno. 

Para los unicornios rojos del amor que han acabado con el país y para los unicornios rojos del amor que apoyan a estos, ¿qué sería un buen comportamiento? ¿Dejarse golpear y callar? ¡Claro! Hay que callar porque, si no, uno es un odiador. 

Lo que me sorprende es estar fuera de la Isla-cárcel y seguir escuchando este tipo de descaros. 

Hace unos días, volvió a aparecer en mi vida el cubano del “equipo del amor”. El tipo había escuchado que yo había conseguido trabajo y quería saber. Quería “ayudar”. Yo le inventé un cuento y traté de embarajar para tratar de quitarme esa vista de arriba. No podía estar en el radar de alguien así. El tipo me pide mi currículo (quiere mejorarlo, “ayudarme” a integrarme en esta nueva realidad; y para eso, lo mejor es borrar todo lo que tenga que ver con censura y política de mi hoja de vida: “blanquearme”).

Después de colgar el teléfono me doy cuenta de algo: este tipo lo que quiere es eliminarme: shift + delete. Sería feliz si yo estuviera en otra ciudad. Si yo no anduviera por donde anda él. Mi propia existencia le hace un ruido. Un ruido que le recuerda quién es él realmente. Todo el cuento del “equipo del amor” y el “equipo del odio” es una gran bobería, todo un invento, para poder seguir poniendo la cabeza en la almohada sin confrontar el espejo y darse cuenta de qué tipo de persona es. 

Hay mucha gente que anda así por la vida, tratando de establecer su historia, tratando de editar la vida, a su antojo, como si la realidad fuera una película. 

Hay que ser muy fuerte.

Hay que ser muy fuerte para que esa energía no te afecte en nada.

Recuerdo un dicho que repetía un babalawo amigo: “No dejes que las semillas del árbol caigan y manchen tus ropas blancas”. 

Carlos Lechuga (1983) Director de cine y escritor. Dirigió Vicenta B., Generación, Santa y Andrés y Melaza.Escribió En brazos de la mujer casada y Ballena Tropical, su primera novela que verá la luz este 2023.
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