EL CASO PADILLA: la polémica por una película que se sigue filmando

Ilustración: Alejandro Cañer

MIAMI. – Un hombre sudoroso que oscila entre el verbo encendido y el agotamiento físico y mental que provoca la tortura se abalanza sobre el micrófono y se presenta como un hereje cuya alma habría sido salvada por la Revolución. Ese hombre, que libra la guerra siempre desigual entre la mente y el cuerpo, se llama Heberto Padilla, tiene 39 años, esposa e hijos, y es un poeta que ha pretendido vivir fuera del juego en la Cuba de Castro. Es 27 de abril de 1971, 9:00 de la noche. Ese hombre toma la palabra ante otros escritores, como si encarnara el papel del inquisidor, mueve la mano, la mandíbula, luego de semanas detenido en la sede de la Seguridad del Estado y de ser noticia mundial. 

Cincuenta y dos años después, ese hombre, muerto hace 23, vuelve a tomar la palabra ante un público mucho mayor, amplificado por las pantallas de la era digital y los debates en redes. 

***

Este lunes 6 de marzo (otro Lunes de Revolución) está prevista en Miami, durante el Festival de Cine, la presentación de El Caso Padilla, una película que, en realidad, se filmó hace 52 años y permaneció oculta hasta ahora. En el filme se proyecta la represiva política cultural de la Revolución Cubana a partir del llamado Quinquenio Gris (1971-1976).

Pero, por obra de la piratería, estas imágenes inéditas hasta que Pavel Giroud las transformó en documental y las comenzó a mostrar en el circuito cinematográfico internacional, se han diseminado entre la intelectualidad cubana, cual aquella Guerrita de los e-mails que derivó en el ciclo de conferencias sobre el “Quinquenio Gris” organizado por Desiderio Navarro. Solo que ahora la instantaneidad e inmediatez de las redes sociales acelera el intercambio de mensajes, incluidos los archivos “pesados”, y saca de la ecuación la voluntad del régimen, en tanto se genera un debate más orgánico y no necesariamente vertical.

A medida que el público interesado ha ido descubriendo la obra de Giroud, ensalzada por la crítica internacional, ha crecido también la demanda (al autor) de hacer públicos los archivos originales. Hay quienes lo acusan de haber secuestrado un valioso documento de la nación. Artistas e intelectuales pidieron al cineasta la publicación del material “bruto” de la autocrítica de Padilla, grabado por la Seguridad del Estado en 1971 y oculto hasta ahora. 

Esto ha desatado una polémica que abarca asuntos como el derecho de autor, el ego de los artistas y el funcionamiento de los circuitos cinematográficos, lo que ha traído de vuelta a la “cosa pública” cubana el debate sobre la censura como base de la política (contra) cultural y el terror como política de Estado. Tal cual describe Radio Televisión Martí, esta polémica subió de tono en redes sociales: unos exigieron el acceso inmediato al famoso mea culpa de Padilla, otros defendieron que se respetase el ciclo de festivales y exhibiciones de la película.

Este último es el criterio del artista Geandy Pavón, para quien “el documental sobre Padilla es eso, un documental” y, como tal, “es algo que se basa y origina en documentos (testimonios, textos, archivos cinematográficos, etc.)”. El autor en este caso “ha hecho estrictamente eso, que a uno le guste o no es otra discusión”, añadió, y ejemplificó con películas sobre el holocausto que prescinden de buena parte del material de archivo en que se basan. 

En esa línea, Ricardo Acosta, editor miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, consideró que en relación con el documental de Pavel Giroud ve una “falta total de empatía hacia la labor del cineasta”.

“Mucha gente proyectando —en su opinión sobre el documental— lo que ellos hubieran hecho”, dijo, y cuestionó la “lectura pedante, prepotente, a veces con matices de rencor y desprecio”. También exhortó a los polemistas a que “realicen sus propias conversaciones cinematográficas a partir de sus lecturas y de sus catarsis”.

En entrevista con Diario Las Américas Giroud dijo que uno de los mejores ejercicios de este debate es “que todos se hagan la pregunta ‘¿qué hubiese hecho yo si me hubiera llegado el material?’”. 

“Todos tienen derecho a cuestionarme, a reclamar, a pensar de mí lo que crean, y a expresarlo. Cada quien valora lo ético desde su perspectiva”, agregó. 

Estos criterios se yuxtaponen a los de otros intelectuales como David Martínez Espinosa, quien declaró que “estos documentos fílmicos han permanecido ocultos durante décadas y salen ahora a la luz pública porque quien los filtró así lo ha autorizado afortunadamente, para que se conozca mejor esta terrible historia”.

¿Filtración?

Hasta el momento, tampoco se ha esclarecido cómo habría ocurrido semejante “filtración”. El director del filme indica que hay algo demostrado, y es que las copias derivadas del material original, que ha permanecido desde su origen en los archivos restringidos del ICAIC, han estado en varias manos.

El escritor Orlando Luis Pardo opina que el documental de Giroud “es su película, aunque no posea el copyright de uno solo de sus planos”, y remata: “A los cubanos nos toca, por supuesto, someterla a un acto de piratería honorable. Ladrón que roba a ladrón, tras 50 años de espera, tiene 50 años de perdón garantizados. Él, tú, yo. Nosotros”. 

En su perspectiva se hace notar una de las líneas argumentales de este debate: el emisor (se trate o no de una filtración) del documento, seleccionó a su interlocutor, aunque por lo visto no era Giroud el único con acceso a este. 

De hecho, Giroud justificó que “el que espera lo mucho espera lo poco”, esto es, esperar por el recorrido del documental en festivales para poder ver, luego, los originales de base. En respuesta, el intelectual Jorge Ferrer reveló las cintas del mea culpa de Padilla que también tenía en su poder.

“Ante la polémica en torno al secuestro que Giroud practicaría de las imágenes de la performance de Padilla, los reclamos a Giroud para que suelte lo que cree suyo, cuando sería de todos, etc., solo tengo que manifestar que poseo una copia del documental de Giroud, poseo copias de algunos tramos, puede que todos, de los originales que utilizó, y aún no he encontrado tiempo para verlos. Porque Cuba, su dictadura, su historia de represión, sus archivos guardados por los cancerberos y toda esa mierda siempre pueden esperar a otra cosa que yo esté haciendo”, confesó Ferrer antes de proceder a publicar el material.

“Heberto Padilla: Los videos de la confesión. He recibido [los] videos de la intervención de Heberto Padilla ante la UNEAC el 27 de abril de 1971. Los comparto, porque es lo debido”, agregó en su muro de Facebook.

Cuando esto ocurrió, ya algunos intelectuales habían accedido al filme de Giroud a través de dispositivos de almacenamiento, Google Drive o Wetransfer, lo que evidencia el papel clave de la tecnología en este suceso cultural. Para ese momento, además, ya se habían escrito reseñas y extensos posts en redes mientras que, en paralelo, se agotaban las entradas para el estreno en Miami del documental. Giroud anunció que en el contexto del Festival se había programado una presentación extra el martes 7 de marzo y otra, en el Instituto de Investigación Cubano (CRI, por sus siglas en inglés) de la Universidad Internacional de Florida, el día 9. 

“Tanto al material con el que yo trabajé, como al que hizo público Jorge Ferrer, le falta metraje. El registro absoluto duerme en las bóvedas del ICAIC. Es a ellos a quien hay que exigirles. Tú, como periodista, sabes que las fuentes son sagradas y que tengo todo el derecho a contar o no cómo obtuve la cinta (…). Yo he hecho algo con ella. Quizá no he hecho lo debidamente correcto, según el juicio de algunos, pero otros, solo las resguardaron —no sabemos durante cuánto tiempo— hasta que se desató esta polémica hace unos días, y se convirtió en su disparador para revelarlas”, indicó Giroud.

Ilustración: Alejandro Cañer.

Dos “películas” en circulación

Circulan, por un lado, el documental del autor y, por otro, los archivos en versión más extendida, con el valor testimonial del “audio sin limpiar”, el ruido y las imágenes sin la curaduría del cine. Para este reportaje, hemos visto ambos, pero somos conscientes de que no todos los que participan del debate lo han hecho. 

Mientras tanto, el escritor Orlando Luis Pardo Lazo escribió en Hypermedia Magazine una reseña que vuelve sobre el asunto de las cintas originales. “Muchos años después, ante una película propiedad de la Seguridad del Estado cubana, un director de cine iba a apropiarse de la segunda copia conocida en 50 años. O la tercera. O quién sabe cuál. Solo que ahora cayó, por el momento, en manos privadas. Digamos que bajo fuego amigo. En sus manos, en mis manos, en nuestras manos (…). Es cierto, nos toca al resto de los cubanos encontrar una quinta o decimoquinta copia. Tal vez, apropiarnos ahora de la suya”.

El cronista Carlos Manuel Álvarez contrapunteó: “También he creído que hay un secuestro de la memoria nacional en la retención del metraje por parte del cineasta, pero me gustaría pensar ese asunto desde un sitio que nos interpele en general, no desde la estupidez provinciana madrileña desatada en la que acusan de robo, gente diciéndose chivatos unos a otros, banalizando la presencia de la policía política en nuestras vidas”.

Un paso más allá de las expropiaciones, secuestros o autorías, el criterio del artista Hamlet Lavastida viene a enriquecer el debate cuando aporta que en Cuba los oficiales del Departamento de Seguridad del Estado son incapaces de aceptar ningún tipo de comentario adverso o crítico, y suelen usar estos mismos métodos o tácticas, este mismo vocabulario o léxico intimidatorio, incluso mediante el uso de mensajes privados para ejercer la ofensa, la descalificación y el menoscabo de la personalidad.

Vivir la película en carne propia

Lavastida, que fue rehén de la Seguridad del Estado en Villa Marista, sostiene que la diferencia entre un material visual sobre la represión política y cultural en Cuba y la realidad es que “hay gente que vive esta realidad y hay otros que solo la viven desde un material visual”.

Justo otro de los que han vivido esta realidad, el escritor disidente Ángel Santiesteban Prats, narró a raíz de los videos de la retractación de Padilla sucesos de su propio paso por Villa Marista: “Me mantuvieron, entre interrogatorios, cuatro días sin dormir. Yo estaba plantado, llevaba como 12 días sin comer, solo tomaba agua. Pero sentía que el agua comenzó a venir ácida, estaba extraña, pensé que podía ser el efecto de la inanición. Me dieron mareos, pero pensaba que era por las horas sin sueño o la cervical por tanta tensión. Me sacaban las 24 horas del día, siempre eran tipos diferentes vestidos de uniforme verde olivo. Mi defensa, pensaba yo, era cerrar los ojos y dormirme frente a ellos, pero precisamente ese era su trabajo, no permitir que conciliara el sueño, por lo que golpeaban la mesa o me gritaban”.

Con este soliloquio calificable como tortura, Santiesteban incorporó al debate la sustancia del contexto para explicar que en esas circunstancias “se es como un perro [al] que, luego de apalearlo, alguien se [le] acerca y le pasa la mano y le parece muy bueno”.

Esto, dijo a sus lectores en Facebook, “debía contárselos por Padilla, por el gran escritor que malograron en aquellos 38 días de prisión, 52 menos que la tortura bestial que me dedicaron”.

En esa línea, fue publicado un texto personalísimo pero que remite a una historia colectiva. Los niños del caso Padilla, de la poeta María Gabriela Díaz Gronlier, hurga en un aspecto del caso Padilla solapado en las innumerables publicaciones sobre el tema: el drama de los hijos de los herejes ante la inquisición castrista. Niños que sufrieron los tormentos de los adultos.

“La cinta de Pavel Giroud, como lo escrito acerca del caso Padilla, no muestra la parte oculta de la tragedia diaria. Belkis tenía a ‘Pucha’, mi mejor amiga de infancia —no pudo crecer en el hogar de su madre—, César Leante tenía un hijo, de igual nombre, obsesionado con encerrar avispas en botellas y en perseguir gatos —¿se acordará?—, Ofelia y Manuel nos tenían a nosotras. Y así, y así, y así… Me acuerdo, aunque sus padres no estuvieron presentes el día de la teatralización de la autocensura, de otras grandes amigas que también sufrieron las consecuencias de ser hijas de nombres señalados: las hijas de Armando Álvarez Bravo, la hija de Lorenzo García Vega y las de la actriz Ingrid González. Me acuerdo siempre de ellas. Y de mi indomable e inteligente prima María José, hija del poeta José Álvarez Baragaño. Somos los hijos de la tragedia que asoló a la intelectualidad rebelde de la era castrista. Y en esa lista incluyo a los niños cuyos padres soplaron las velas con el tirano. Esos niños, algunos de ellos también amigos de infancia, sufrieron, además, los tormentos que a los adultos provocan los cargos de conciencia”.

María Padilla, la hija del poeta maldito, lee así el texto de María Gabriela: “Qué mundo tan alucinante nos tocó vivir desde tan pequeños. Gracias por este artículo, lo reviví con mis afectos más cercanos”. 

Qué pasó el 27 de abril de 1971 y por qué interesa a la intelectualidad cubana

Tal como revelan las cintas cinematográficas, el martes 27 de abril de 1971 a las 9:00 de la noche, bajo la supervisión de los jerarcas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y en ausencia enfermiza de Nicolás Guillén, excusada por el aparato ideológico del Partido, Heberto Padilla, empapado de sudor, ante sus colegas y amigos literatos, hace un alegato no de autodefensa sino de autocrítica compasiva que mantuvo en la estupefacción disimulada a los interlocutores, entre quienes se encontraban Norberto Fuentes, Pablo Armando Fernández, César López y Belkis Cuza Malé, poeta y esposa de Padilla. 

Por una esquina se escurría el cadáver de Virgilio Piñera; manos en la cabeza permanecía el autor de Celestino antes del alba. Deambulaban los fantasmas de grandes escritores latinoamericanos como Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, y las preocupaciones sobre sus posicionamientos ante el caso Padilla y la Revolución Cubana. A José Lezama Lima, que había sido miembro del jurado internacional que premió a Padilla por Fuera de juego, no lo invitaron. 

“Estuvieron más de tres horas ahí, frente a un hombre suicidándose en vida, que se reiteraba una y otra vez. Como dije antes, muchas de esas sensaciones las generé en el montaje. Nunca olvidar que esto es una película. La película se titula El Caso Padilla, no ‘La autocrítica de Padilla’, aunque este suceso ocupe la mitad del metraje”, contó Giroud a Hypermedia Magazine

Esa noche en que Padilla fue “liberado” por la Revolución definió la ruta de la política cultural. Desde 1968, en las páginas de Verde Olivo (la revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) se estaban publicando artículos sobre los escritores e intelectuales, firmados por un personaje que no existía: Leopoldo Ávila. Ávila no solo acusaba de contrarrevolucionario a Padilla, sino también a Antón Arrufat, a Virgilio Piñera, a José Rodríguez Feo, etc. Y al final, en 1971, Padilla es detenido y liberado poco después gracias a su “arrepentimiento”: una autoinculpación forzada.

De acuerdo con Ambrosio Fornet en entrevista exclusiva para el libro Eduardo Heras: los pasos, el fuego, la vida…, y como relata también el documental de Giroud, el 9 de abril del 71 había aparecido en un diario de París —Le Monde— una carta abierta que varios intelectuales europeos y latinoamericanos dirigían a Fidel Castro para expresarle su alarma por el arresto de Heberto Padilla, el que veían como un posible rebrote del sectarismo en la Isla. “Fue como meterse en la jaula del león sin tomar las debidas precauciones”, consideró Fornet. 

Heras, otro de los defenestrados en esa etapa, destacó que “el mundo cultural estaba en ebullición con el caso Padilla, los artículos de Leopoldo Ávila sobre Padilla, Arrufat, Cabrera Infante y el mundillo intelectual. Norberto Fuentes había ganado el Premio Casa de las Américas 1968 con su libro Condenados de condado, y esto había echado leña al fuego, pues el autor abordaba, desde los presupuestos estéticos de nuestra generación, aunque desde una visión donde la ironía y el humor no disminuían la carga dramática, ciertas zonas del proceso de la lucha contra bandidos en las montañas del Escambray”.

En esto coincidió Nuria Nuiry, quien explicó que el regurgitante contexto internacional marcaba los pasos insulares. “Ya habían matado al Che, la Unión Soviética no estaba de acuerdo con la guerrilla del Che, lo llamaban aventurero. Las relaciones bilaterales en ese momento no eran las mejores y se hace, en medio de todo eso, el Congreso de Educación y Cultura, 1971. Yo estuve allí porque me llevaron por la Universidad. Y puedo dar testimonio de que yo estaba sentada y en eso veo a unos tipos con unos andamios, unas escaleras, y unas letras… y al cartel, que ya decía CONGRESO DE EDUCACIÓN, suman la frase: ‘Y CULTURA’”.

Se efectuó en los salones del Hotel Habana Libre entre el 23 y el 30 de abril de 1971. “En su discurso de clausura, Fidel acusaría de arrogantes y prepotentes a aquellos ‘liberales burgueses’, instrumentos del colonialismo cultural, que intervenían en nuestros asuntos internos sin tener la menor idea de lo que eran nuestros verdaderos problemas: la necesidad de defendernos del imperialismo, la obligación de atender y abastecer a millones de niños en las escuelas… ‘Hay que estar locos de remate, adormecidos hasta el infinito —dijo—, marginados de la realidad del mundo’ para creer ‘que los problemas de este país pueden ser los problemas de dos o tres ovejas descarriadas…’, o que alguien, desde París, Londres o Roma, podía erigirse en juez para dictarnos normativas”, destacó Fornet en “Quinquenio Gris, revisitando el término” [Conferencia leída durante el ciclo Quinquenio Gris, convocado por el Centro Cultural Criterios, 2007].

En opinión de artistas e intelectuales, el martes 27 de abril de 1971 todavía no ha terminado. “Es la noche más larga de la cinematografía nacional”, ha dicho Orlando Luis Pardo Lazo. “Con esa arrogancia de los que nunca pediremos perdón a nuestros contemporáneos. La miseria material tiende a hacernos moralmente miserables. De la utopía nunca se sale. Allí seguimos atrapados, en los planitos de una peliculita provinciana, patética, el otro PM: el de Padilla mutilado”, escribió.

Similar tropo estableció Carlos Manuel Álvarez: “En un punto de la noche del 27 de abril de 1971 alguien clausura, definitivo, el sarcófago hábilmente construido durante la década anterior y desde entonces, hace más de medio siglo, todos hemos estado viviendo dentro de esa apabullante oscuridad. Lo que hemos hecho, lo que hemos dejado de hacer, la manera en que nuestros sentidos se adaptaron a la crónica minusvalía del tanteo, el susurro, la zozobra y la sospecha, propiedades del ciego, del mudo, del sordo y del paranoico, viene de ahí, de la alocución esquizoide de un poeta condenado que fija en el verso físico de su enmarañado histrionismo el tiempo eterno del simulacro y, maquillando el pánico con exageración, señala la ruta gestual de la supervivencia”.

Ilustración: Alejo Cañer.

 

¿Un filme de Pavel Giroud?

La película creada por los camarógrafos Pablo Martínez y Roberto Fernández “Luminito”, y el sonidista Guillermo Labrada, desapareció en las bóvedas del ICAIC durante décadas, sin que nadie, aparentemente, volviera a saber de ella… hasta el verano de 2022, cuando el cineasta Pavel Giroud anunció que había creado, a partir de la cinta original, otra película llamada El Caso Padilla. Dijo que había hecho como los reseñistas de El Quijote, un resumen de un ladrillo difícil de digerir. Algo así, que visto en la ecuación del cine y otras artes como asunto de élites, en contraste con la mirada de la “Revolución” que discursó sobre la necesidad de “llevar el arte a las masas”, deja bastantes preguntas. ¿En qué medida dialoga Giroud con la perspectiva “revolucionaria” al hacer su película y no proyectar el material de base? ¿Qué responde a quienes hablan de “el nepotismo en el cine cubano” que le habría permitido obtener las cintas “clasificadas”?

Eso de llevar “el arte a las masas” fue en realidad “el arte, que yo considere, a las masas”, dijo Giroud. “La fundación del ICAIC no tuvo ese propósito. El cine era entonces un vehículo perfecto de propaganda y se usó para eso, para exportar a la Revolución. No por gusto las primeras películas eran relatos sobre la épica. En La mala memoria, Heberto Padilla asegura que la filmación de su autocrítica tenía el propósito de divulgar alrededor del mundo su humillación, y que cuando Fidel lo vio, entendió que sería un suicidio hacerlo. Por eso prefirió divulgar el texto impreso con precisas ediciones”.

“Me convencí de que al hacer una película rigurosa, esta llegaría a más lugares, y a gente que jamás se acercaría al tema aunque el original estuviera al alcance de un clic. Eso necesitaba un impacto, un llamado de atención, y ese impacto estaba en magnificar la revelación. Todos los medios de España, de izquierda y de derechas, vieron a la película como una estocada a la Revolución Cubana, un desnudo de la misma. Nuestra estrategia funcionó. Ahí está. Si hoy se habla del tema es por el impacto de esa revelación. Habrá espacio para todos los acercamientos al tema, para ver el material original, para ver la película, para que muchos investigadores u otros artistas reflexionen y creen a partir de él si lo estiman”, añadió, y zanjó: “Sobre el nepotismo y el cine cubano solo puedo decir que no tiene que ver ni con esta película ni con mi obra. Es una pregunta que te pueden responder quienes hablan de eso”.

El exilio y la muerte de Padilla: ¿Otra vez fuera del juego?

Giroud hizo la película que él eligió hacer. “El Caso Padilla es un claro ejemplo cinematográfico de focalización interna variable. Heberto Padilla, en su mea culpa, guía el relato, sí, pero lo complementan los demás que intervienen. Si no entran Cabrera Infante o Jorge Edwards, no se entienden ciertas cronologías que llevan a la situación en la que está ese hombre. Si Vargas Llosa no cuenta lo de la carta que deciden escribirle a Fidel Castro varios intelectuales, no se comprende por qué liberan al cubano. Esa carta es lo que hace que lo obliguen a retractarse, y esa retractación es lo que condiciona, tanto la multiplicación de la ira intelectual mundial, como la decisión de García Márquez, aun consciente del desastre, de aliarse a Cuba. Si no se escucha a Fidel Castro dictando su política cultural, no se entiende por qué los intelectuales como Padilla son un problema para él, ni por qué es Heberto el candidato perfecto para dar el golpe sobre la mesa. Las intervenciones de Fidel también nos trazan la ruta de su proyecto, que no es otro que mantener su poder a cualquier precio. Se va haciendo más radical a medida que el aroma a “Moscú rojo” (aquel perfume) se esparce con más intensidad en la Isla, donde se llegaron a replicar los procesos estalinistas.

“Yo diseñé la película inspirado en una partida de dominó. Digamos que Padilla son todas fichas horizontales y el resto de los elementos son las dobles colocadas verticalmente, que la complementan. Ojo, no estoy hablándote de los conocedores del tema, que tienen toda esa información, hablo del espectador, que es con quien dialoga una película”, explica Giroud

Sin embargo, el cineasta retoma con un guiño final el exilio de Padilla en sus propios términos: “me he salido nuevamente del juego”. En los debates sobre la forma en que el cineasta mostró el contenido, algunos han hecho notar ese retorcido último giro, en tanto sitúa al exilio en equivalencia con el régimen cubano, como si dispusiera del mismo poder para “sacar del juego” a Padilla.

Al respecto, la activista Salomé García Bacallao valoró que “en Miami caben desde Hugo Cancio al Taiger u Otaola, desde Puentes de Amor hasta las contramarchas y, antes de ellos, han cabido miles de represores y conocidos testaferros”. 

Quien se va de Miami ―subrayó― “se va porque no le gusta, no porque les destierren, o les vayan haciendo actos de repudio por cada calle, como sí ha hecho el régimen de los Castro desde 1959. Se lo digo yo, que ando con ‘la oposición rosa’. Ya basta de falsas equivalencias. Es verdaderamente enervante verlas en personas que teorizan luego sobre desequilibrios estructurales y sistémicos de poder, para luego equiparar víctimas con victimarios”.

En El invierno del poeta, un homenaje póstumo a Padilla, Lourdes Gil, su última pareja, escribe: “De qué valen tus herejías, Heberto, pregunto dándole vueltas a la noria. Pagó un precio tan alto que me confesó en más de una ocasión que el hombre que era ahora no hubiera hecho las cosas del mismo modo. Pero esas rectificaciones nos las inventamos todos. Creía en el socialismo y en la transformación necesaria del orden social cuando lanzó los poemas de Fuera del juego. Sus indagaciones post-marxistas, las lecturas de la escuela de Frankfurt y la evolución de su pensamiento político aparecen en su novela En mi jardín pastan los héroes. En su ponencia ‘Más allá de nuestros antagonismos’ para la Conferencia de Estocolmo encontramos una retrospectiva del proceso inicial de la Revolución y su participación en el mismo, a la luz del presente”.

En un texto publicado en esta web, el escritor Néstor Díaz de Villegas bromea con que podría tratarse de “un caso de Síndrome de Estocolmo, la enfermedad infantil que afectó por entonces al escritor malo (que no solitario) y que en la actualidad malea las cabezas más visibles de la progresía cubana”. 

No es así como lo lee Lourdes Gil, más en sintonía con Giroud: “A su regreso de Suecia la universidad no le perdonó el haber asistido a aquel encuentro de escritores de la Isla y del exilio y se quedó sin trabajo. Estocolmo fue un gesto precoz, anticipado, y Heberto quedaría una vez más fuera del juego. Herejía y castigo, como ciclos que se repiten en una continuidad Isla-Exilio, sin rupturas. Nunca cesó de ‘rebelarse’, de transgredir límites y normas establecidas”. 

Si se analiza por partes, no es haber asistido al encuentro lo que probablemente no le hayan perdonado a Padilla, sino su “reincidencia”, su choque, una, otra vez, con la piedra castrista, toda vez que firmó una declaración que urgía a poner fin al “bloqueo” con todos los subtextos que esto entraña. Como Padilla, el cineasta elige contar su historia. Por su parte, la hija del escritor (María Padilla, una de las niñas del caso Padilla) aprueba cuando escribe desde Miami, donde reside: “Gracias Pavel Giroud y Lía Rodríguez, en nombre de la familia de Heberto Padilla por revivir este momento histórico con el respeto que merece”. 

Para un sarcástico Néstor, al autor de Fuera del juego “le habría divertido saber que Lía Rodríguez, la productora de El Caso Padilla, lo fue también de La red avispa, la película anticubana de Olivier Assayas, y que Pavel Giroud sirvió de entrenador de acento a la procastrista Penélope Cruz. Como todo buen poeta, Padilla compadecía y detestaba por igual al animal humano, y nada cubano le asombraba”. Nada tendría ya, a estas alturas, que sorprender, a ningún cubano, sobre Cuba.

Palma Soriano, Cuba (1993). Periodista por cuenta propia con fugas frecuentes hacia la poesía. Autora de los libros Eduardo Heras: los pasos, el fuego, la vida (Letras Cubanas, 2018) y Mestiza (CAAW, Estados Unidos). Egresada de la Universidad de La Habana e integrante de la Red Latam de Jóvenes Periodistas. Ha publicado en Distintas Latitudes, HuffPost, Clarín, El Estornudo, Hypermedia Magazine, pero la mayoría de sus textos están en Eltoque y Tremenda Nota. Escribe, luego existe. --
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