Susan Eckstein: El privilegio de ser gusano 

Ilustración: Alen Lauzán

No escribiré un tratado para refutar la tesis de la profesora Susan Eckstein, la nueva Lolita de la progresía procastrista invitada a dar una conferencia en el Cuban Research Institute de la Universidad Internacional de Florida (FIU), el estado cuya mascota es el gusano. Referiré dos ejemplos simples que ponen en claro las razones por las que nuestro exilio no es, ni puede ser, ejemplo del privilegio entre los inmigrantes latinos de Estados Unidos.

Usaré dos pasajes tomados del mundo real, no teorías académicas. Comenzaré en Brasil y terminaré en Haití. Al final de mi análisis, Cuba habrá caído en el fondo del “privilegiómetro”, muy por debajo de naciones que hace apenas seis décadas no le llegaban ni a la chancleta. Si Balenciaga canceló el contrato de Kanye West por haber hablado cáscara antisemita, al final de mi artículo las tiendas de ropa de Hialeah podrán romper sus lazos comerciales con la señora Eckstein, por xenófoba, chea y anticubana. 

Fue hace un par de años, en Río de Janeiro, en el taxi que me llevaba del aeropuerto a la casa de amigos. A medio camino hacia la ciudad, divisé en los cerros una colmena urbana dividida en pequeños solares, cada uno con su tanque de agua y techos erizados de parabólicas. “¿Esto es una favela?”, pregunté al taxista. “Sí, señor. Una favela, la Rocinha”, respondió el hombre. 

Quise saber más: “Y esos tanques, ¿son de agua potable?”. El taxista respondió, con sutil orgullo patrio: “Sí, amigo, son tanques. Cada casita tiene su tanquecito. No hay alcantarillado, pero el gobierno se ocupa de vaciar las fosas. La electricidad es gratis. Incluso, hay profesionales con bajos ingresos que se mudan a las favelas para evitar los altos costos de la vida. La internet también es gratis, ¿quién va a cobrársela a esa pobre gente que vive de telenovelas?”.

No fue mi intención ofender al chofer, pero la siguiente exclamación me salió del alma: “Por dios, ¡qué lindas! ¡Ya quisieran los cubanos tener esas favelas!”. El taxista no entendió. Se volteó en el asiento para mirarme a la cara. El arranque de perplejidad hizo que casi se saliera de la calzada. Pasé el resto del trayecto pidiéndole disculpas, intentando darle un mínimo técnico del problema cubano. Al final del viaje, el hombre había perdido la inocencia y se veía triste. ¡Mucho más afligido estaba yo! 

La ilusión de Cuba quedó abandonada en el taxi como un abrigo viejo. Brasil era superior a Cuba en casi todo, pero esa verdad atroz me había hecho agazaparme en el asiento trasero como un gusano. Mi verdad era sucia, incomunicable, y tan terrible que ofendía hasta a las favelas.

Hace poco asesinaron al presidente de la República de Haití. Fue una operación sencilla y brutal. La esposa del presidente quedó malherida y tuvo que ser trasladada a Miami para recibir atención médica de emergencia. Una banda contratada en Colombia, entre otras naciones productoras de sicarios, irrumpió en la mansión presidencial, entró a las habitaciones y liquidó al gobernante. En lo más recóndito de nuestro inconsciente colectivo, algunos cubanos sentimos envidia.

¿Por qué sucedía algo así a Jovenel Moïse, que era un hombre bueno, y nada pasaba en Cuba, donde se ha eternizado un régimen de excepción impuesto por los sicarios del 26 de Julio? ¿Cómo es que, en cuestión de horas de haber sufrido un asalto a las más altas instancias del poder, se restableciera una cierta semblanza de orden en Haití? ¡Qué privilegiados los haitianos, en medio del caos!

En una conversación de sobremesa entre desterrados, comentábamos los terribles hechos de Port-au-Prince y concluimos que nuestros vecinos caribeños, después de todo, corrían mejor suerte que la nuestra. Podían coger un barco o una patera y largarse, sin que lanchas guardafronteras les entraran a manguerazos y los hundieran en alta mar, como sucedió con el remolcador “13 de Marzo”. Salir de Haití es una tragedia, pero no es un crimen político, no hay penas de cárcel para el que busque escapar. 

Hubo internet en Haití ¡muchísimo antes que en Cuba! La dictadura de los Duvalier dio paso a una democracia imperfecta y corrupta, pero nueva con respecto a nuestra vieja dinastía de déspotas. Cuba está, por muchas razones, peor que Haití. Los cubanos escapan para ir de compras a una nación que cuenta con lo que, para ellos, son privilegios, como la libre empresa y la independencia económica. 

Hemos tenido que pasar años cautivos y hambreados, sin probar la leche de vaca o la carne de res, visitando a nuestros presos en cárceles que ya cumplen seis décadas, apaleados por los vecinos y abusados por parientes y amigos en viles actos de repudio, muriendo en el mar y en la selva, diezmados en guerras de conquista y misiones internacionalistas, y privados de los más elementales derechos, para que nos haya sido concedida la limosna de la Ley de Ajuste Cubano. 

Está también el hecho innegable de que Cuba es la más americanizada de las repúblicas latinoamericanas; más, incluso, que Hawái o el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, y que desde la llegada de los Castro al poder, hemos dependido histórica, ideológica y simbólicamente de los yanquis, aun más que durante la República. Si la izquierda estadounidense va camino a institucionalizar el desabastecimiento y la politización compulsiva castristas, también el castrismo ha adoptado la filosofía woke, la policía de género y el corporativismo militante yanquis.

Más allá de eso, merecemos trato preferencial por haber pagado un precio de entrada más alto que ningún otro pueblo de América Latina: hemos sufrido el descrédito de la clase intelectual gringa y tolerado estoicamente el estereotipo de retrógrados y reaccionarios, cargando el baldón de los malagradecidos. Nosotros, los terribles gusanos que no supimos apreciar las maravillas del socialismo y que nos resistimos al totalitarismo por venir. 

Ni Salomé García Bacallao ni Anamely Ramos González encontrarían trabajo, seguramente, en la universidad donde enseñe una señora castrista que viene a explicarnos “cómo el comunismo cubano ha sido malinterpretado en el extranjero” (sic) y cómo, “debajo de la retórica marxista-leninista y el gobierno autocrático y unipartidista de Fidel Castro, yace un Estado de Beneficencia que promueve la atención a sus ciudadanos, de la cuna a la tumba” (sic).

Todo ello puede leerse en el libro Back From The Future: Cuba Under Castro, en el que la profesora Eckstein tiene la desvergüenza de usar como título una frase célebre (“Los cubanos venimos del futuro”) robada a ese privilegiado que fue Reinaldo Arenas. El dicho denota lo contrario de la idea de privilegio: los exiliados venimos del infierno, un infierno castrista que Reinaldo siguió padeciendo en sus encontronazos con la academia americana.

Aun así, Jorge Duany, director del Cuban Research Institute, no ve nada malo en que la profesora Eckstein venga al gueto de Miami a exponer sus ideas fascistoides. ¿No fue acaso la Alemania nazi un Estado de Beneficencia para todo el que no fuera un Ungeziefer? Los cubanos exiliados, por el mero hecho de existir en Estados Unidos, son la refutación viviente de las ideas de Eckstein, pero Duany preferiría mil veces darle el micrófono a una defensora de la dictadura que a un opositor recalcitrante o a un cubano trumpista. 

De hecho, los trumpistas cubanos son el verdadero blanco de los ataques que parten del “Instituto de Investigaciones Anticubanas”. Ahora que los instrumentos de cancelación están en manos del profesorado, el balance de fuerzas políticas en la Florida se parecerá cada vez más a un proceso de tenure: los prebostes del Partido le ordenan al CRI arbitrar las controversias de esos incorregibles cubanoamericanos y, desde su torre de marfil, Duany tendrá el poder para decidir qué cubiches son declarados personas non gratas. 

La decisión de invitar a la profesora Eckstein es otra muestra de ese poder absolutista en los momentos en que el Partido prueba fuerzas en todos los ámbitos de la cultura. A Eckstein solo le queda abrir la boca como una ugly American en comarca salvaje, asumir el papel de gringa indignada, sacarse del sostén su lista negra y decir con acento de Cambridge: “Otavalo, Otavalo… I got it written here somewhere… like that… Otavalo… Ota… ¿Ota what?”.

 

Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.

Néstor Díaz de Villegas es un poeta y ensayista cubanoamericano. Ha colaborado con Letras Libres, El Nuevo Herald y The New York Times. Creador de Cubista Magazine y NDDV.blog. Reside en Los Ángeles.
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