10LXs y racialidad: ¿amor en conflicto?

Ilustración: Julio Llópiz-Casal

La segunda temporada de la serie independiente 10LXS mantuvo en vilo a una audiencia juvenil por diez semanas consecutivas, y continúa dando de qué hablar. No es para menos. Edy Suárez, director de la serie, entra en una arena poco competitiva, en relación con la producción de los medios estatales, cuya explicación excede el interés de estas líneas, y ha sabido apropiarse del lenguaje de un segmento poblacional (jóvenes, de procedencia urbana, con acceso frecuente a internet), que no por convencional, deja de ser atractivo y hasta fresco para muchas personas. Se trasluce además en la polarización que la serie genera en redes sociales, en el desdén de los discursos racistas y aporofóbicos, sustentados en los argumentos y en las ausencias, o presencias impostadas, de personajes y sus conflictos. 

Durante la trasmisión de la primera temporada me pronuncié sobre lo que a mi parecer era una alarma: la no participación de afrodescendientes o personas trans o cuirs, en una propuesta que se consideraba inclusiva. En la segunda entrega el realizador los ha incorporado, un hombre trans y un joven negro, a la trama. Sin embargo, su desarrollo en ella amerita que nos detengamos a repensar el lugar que ocupan, más allá del producto audiovisual. 

Desde mucho antes de que saliera la segunda temporada de la serie 10LXS, también escrita por Edy Suárez, se sabía que aparecería un personaje de piel negra entre el elenco de influencers/actores. El director realizó un casting, pues formaba parte de «las necesidades del nuevo guión». Mi perfil en Facebook se volcó en una discusión sobre las ausencias de sujetos otros en la serie, en la que también participó su director. Si bien el producto audiovisual recrea la realidad de (algunos) jóvenes, no es menos cierto que deja afuera de ese prisma la diversidad de esa etapa etárea, las complejidades de las relaciones, y las múltiples temáticas que pueden ser de interés, al enfocarse, conscientes o no, en el universo de personas cisheteronormativas, blancas, clase media. 

No es una serie de adolescentes con una propuesta didáctica y constructiva para la vida —no lo espero ni su audiencia tampoco—, sino que contiene el formato de series juveniles como Élite, Control Z, Sex Education o la clásica Gossip Girl, de la que se derivan muchas de ellas, con todos los gajes de este tipo de consumo: sexo, violencia, estupefacientes, triángulos amorosos, y un poco más.      

En su defensa, varios críticos de cine coincidieron en reconocer la autonomía del realizador para elegir temas, personajes y argumentos, corporeizarlos en la pantalla, sin tener que adscribirse a «la inclusividad falsa», como mera estadística sociológica. Por supuesto, que el director decide, o toma la última decisión, sobre su obra, pero al margen de ese debate lo que se cuestiona no es en sí la inclusión fría desde una antropología de la ausencia, sino la reproducción del sistema cisheteronormativo, en torno a una realidad más profunda y rizomática, en la que la racialidad se establece como eje fundamental, pero que no se manifiesta, se blanquea o se romantiza. Por tanto, la representación de las personas racializadas no constituye un agrego a la nómina de actores y actrices, sino que contribuye a la exploración de otras implicaciones sociales y subjetivas de una identidad en particular. Tampoco aporta que se incluyan personajes gays, lesbianas o trans si no se pone en crisis la homofobia circundante. Tampoco aporta mucho si solo se comprometen con un único modelo de (homo)sexualidad, y se excluye la diversidad, e invisibilizan los entrecruzamientos de discriminaciones que confluyen en una misma persona.  

El centro del argumento de la serie, tanto de la anterior temporada como de esta, radica en la búsqueda la felicidad a toda costa. Encontrar a la pareja ideal, monogámica y heteronormativa,  se convierte en el motus central de los personajes, una carrera con obstáculos que deben superar. Aun cuando existen triángulos amorosos, no es para reconocer la pluralidad de relaciones, sino más bien una exploración del límite de esas mismas relaciones sexuales, como en Vicky Cristina Barcelona (2008) de Woody Allen, o la exposición de la violencia (de género) en la relación. Comparto con el creador y el equipo que esta realidad cohabita con muchas otras Cuba a la vez y, como soporte audiovisual, no se puede reflejar todas en el mismo espacio aléphico. 

Al centrarnos en la figura de Fede (Marlon Collins), personaje negro y gay, encarna el antihéroe por antonomasia. Las «cualidades» de este personaje (embaucador, mentiroso, extorsionador, chantajista, manipulador, y un largo etcétera) se constituyen desde una velada marginalidad, contrastante con el resto de los personajes blancos, cuyos proyectos personales ocupan un espectro amplio de posibilidades, desde estudiar en la universidad, comprar una casa, viajar, vivir fuera del país, hasta concretar una beca de estudios en el extranjero. Curiosamente, todas estas experiencias vitales suceden en un país, a quien la mayoría de los jóvenes no puede acceder a estas oportunidades con facilidad, y las personas negras se llevan la peor parte. El único que debe «inventar» para (sobre)vivir dentro de la trama es este personaje que vende drogas para imponerse a la vida de su pareja Marcos (Edy Suárez) y las amistades de este. Y, como si no fuera poco, es apuñalado en medio de una revuelta, especie de catarsis en la secuencia de acciones negativas, para desaparecer en los planos siguientes, y dejarnos saber de su arrepentimiento, con una pequeña nota.   

No es la primera vez que el personaje racializado se convierte en el chivo expiatorio: dentro del cine de Hollywood es común, y hasta con ironía, que “el negro muera primero”. Esta muerte, como el apuñalamiento de Fede, son artilugios que refuerzan la superioridad moral e indulgencia de las personas blancas. Incluso en telenovelas nacionales, los personajes negros y afrodescendientes, en la mayoría de los casos, recrean esquemas de desigualdad social; es decir, personas con bajos ingresos, sin acceso a la educación superior, o simplemente acompañan a los protagonistas. 

La presencia de Fede genera, en esta ocasión, más alertas que satisfacciones. La representación que recorre un sendero ya conocido exige desprendernos de esos resortes comerciales y efectistas, para adentrarnos en una realidad más profunda, para no estereotipar a sujetos sociales y, a fin de cuentas, reflexionar sobre esa realidad que también puede ser cambiada. La exposición de lo negro siempre es conflictivo en nuestra sociedad que apuesta por un mestizaje cultural, y oculta paradójicamente el legado de los grupos racializados; por eso no basta con que estén en la pantalla, sino y más importante aún  el modo en que se constituye la representación.  

 

Las opiniones expresadas en esta columna representan a su autor/a y no necesariamente a YucaByte.

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