Luz Escobar sentada en un sofá

El precio de llamarse Luz Escobar

“Vileza es mostrarse débil, bien en las obras, bien en el sufrimiento”

Luzbel/Lucifer

John Milton. (El paraíso perdido)

I

Hola. Buenas noches. Soy Luz Escobar, reportera del diario digital 14ymedio. Hoy, por tercera vez en menos de dos semanas, un oficial de la Seguridad del Estado está en los bajos de mi casa para impedir que yo salga a la calle. El sábado, por el 500 aniversario de La Habana, que se hicieron varias actividades en la ciudad, yo no pude salir. El sábado pasado, que no sé qué era lo que ocurría, yo no pude salir. Hoy, lunes, yo tampoco puedo salir.– dice Luzbely Escobar, sentada frente al lente de su celular, con los espejuelos grandes de siempre y su pelo negro acomodado, como es costumbre en ella, en una trenza larga sobre uno de sus hombros.

La situación de hoy, 25 de noviembre, como la de esos otros sábados de los que habla, tan parecidos entre ellos -y otros más que no menciona, quizás para no extenderse-, le causa un estrés terrible que ha aprendido a disimular bien, o al menos lo suficiente para que sus hijas no lo presientan. Son todavía muy niñas, piensa, para que afronten ciertas realidades crudas de la vida, realidades que no tendrían por qué enfrentar ni ellas ni nadie y que bien hicieran en quedarse en la ficción distópica orwelliana. 10 y 12 años tienen las hijas de Luzbely y aún viven protegidas de saber. La madre ha preferido ser un poco menos directa con las niñas de lo que fue su propio padre con ella, o eso intenta. Reinaldo Escobar, recuerda Luzbely, siempre esquivó ante sus ojos cualquier actitud de víctima sin dejar de llamar las cosas por su nombre. “Lo importante en la vida, al final, no son las cosas que te pasan, sino la manera en que las tomas”, le decía siempre.

Hace muchos años era Reinaldo quien ocupaba su lugar de ahora, sentado en la sala, cargando él solo el peso de la vigilancia y el acoso; y ella el de sus hijas, en algún otro rincón de la casa, inocente, decidiéndose entre ser bailarina o cosmonauta de grande. Luzbely jamás imaginó que la historia se repetiría exactamente igual, como una vieja maldición capaz de envolver generaciones enteras en un bucle infinito de tormentos.

“Es lo que hay. Cada cosa tiene un precio. Ser libre tiene un precio”, suele decirse todo el tiempo. Entiende que no debe esconder su situación, sino darla a conocer de forma íntegra, sin rencores, sin furia, ni siquiera cree que debe darse el lujo de una lagrimilla fácil, de una cara triste o usar la retórica discursiva de otros, que suele resumirse en “Castros”, “dictadura”, “asesinos”, “comunistas”. Luzbely ejerce el periodismo hace cinco años, tiempo suficiente para saber que debe ser objetiva y que su función es la del narrador, no la del juez o el verdugo, aun cuando la noticia gire en torno a ella. Frente a su celular, ecuánime, solo se atiene a los hechos: 

Esa persona no me explica ninguna razón por la cual él está haciendo eso. Esa persona me dice que está cumpliendo órdenes. Se identifica como Ramsés, agente de la Seguridad del Estado, y dice que él no me va a permitir salir y que si yo salgo, voy detenida.

Lo que sucede en Cuba sigue siendo un tema de prioridad para nuestra organización y vemos con preocupación que este nuevo acoso de una periodista independiente solo refleja la intolerancia y la falta de voluntad del gobierno para respetar la libertad de expresión y de prensa”. 

Gustavo Mohme, director de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), sobre Luz Escobar. 18/01/2018.

II

Es 20 de agosto de 1977 y ya Reinaldo Escobar tiene un nombre para su primogénita recién nacida. Había pensado bastante en ello y la búsqueda, al final, terminó en un ejercicio de introspección en el cual intentaba decantarse por los valores que tiene en más alta estima. Finalmente ha escogido la rebeldía por encima de otros como, por ejemplo, la valentía. Los rebeldes, piensa, son de por sí valientes. Los valientes, a secas, son de por sí irresponsables. En un arranque de inspiración miltoniana se decide por Luzbel, el primer ángel caído, el primer vencido en la tradición judeocristiana, el primero en pagar el terrible precio de pensar por sí mismo. Sin embargo, a Reinaldo aquello le parece demasiado esotérico para su gusto. Es un amante de la literatura, pero es también ateo, así que suma una “y” para acomodar el nombre de su hija a estos tiempos de la “generación Y” donde todas las niñas comienzan a llamarse Laydis, Yudmila, Yuleikys, Amaray, Yusimí, etc. 

En sus primeros años, Luzbely se muestra como una niña tranquila y poco propensa a las travesuras. Vive en Peñas Altas, Guanabo (La Habana), y el resto del tiempo lo reparte entre la escuela y las oficinas de la revista Cuba Internacional, donde trabaja su padre como periodista y su madre como fotógrafa. En este último lugar a veces se la pasa escondida bajo las sillas y las mesas de la oficina o colada en el laboratorio de fotografía, observando maravillada una y otra vez el proceso químico de la revelación.

Luz Escobar y Reinaldo Escobar

Luz y su padre Reinaldo Escobar. La Habana, 1980. Foto: Sonia Pérez

Crecer rodeada de periodistas no inspira en ella ningún tipo de amor por esta profesión. Prefiere, en todo caso, la fotografía, pero su pasión verdadera es el ballet. Reinaldo la lleva entonces al Gran Teatro de La Habana los domingos y allí Luzbely, delgada y menuda, aunque de movimientos gráciles y elegantes, se deleita con los brazos arqueados y los saltos imposibles de las bailarinas, los tutús y las ovaciones que hacen retumbar las paredes del teatro al terminar cada función.

Quiero ser bailarina.- repite Luzbely hasta el cansancio y a Reinaldo no le queda de otra que aceptar que aquello no es mero capricho. De todas las profesiones de las que alguna vez ha hablado la niña, incluyendo cosmonauta, la de bailarina parece la más constante. Reinaldo entonces recuerda que hace unos meses, en plena función de ballet, miró la butaca de al lado y no encontró a su hija. No tuvo que buscarla demasiado. Le bastó mirar el escenario para encontrar a la pequeña dando saltos sobre las tablas con una flor en la mano que pretendía entregar a una bailarina alzada en los brazos fuertes de un bailarín. Si Luzbely quiere ser bailarina, entonces necesita vivir más cerca de La Habana para ingresar en una academia, piensa Reinaldo, y se da a la tarea de encontrar casa en algún lugar más céntrico. Sin mucha suerte, sus gestiones terminan por involucrarlo como parte del movimiento de microbrigadistas.

De pronto todo se revuelve en la apacible vida familiar de Luzbely cuando su madre decide marcharse a otro país. Reinaldo, abatido, entiende que debe aprender a dividir el tiempo como un hambriento fracciona un único mendrugo de pan: se mantiene en la construcción de un edificio de 14 plantas que durará cinco años y en el que vivirá por el resto de su vida, conoce el oficio de mecánico de ascensores –lo cual le servirá de currículum para los tiempos aún más difíciles que se avecinan,- trabaja como periodista, hace de padre, hace de madre… Todo en uno. Todo por Luzbely. Solos los dos, inician una relación que se extenderá mucho más allá del respeto y el cariño paternal. Son un padre y su hija. Son un hombre de 34 años y su mejor amiga de 8. Ella crecerá, él envejecerá, entrarán nuevas personas a sus vidas, algunas para siempre, pero la alegre complicidad de ambos quedará intacta al paso del tiempo.

Edificio de Microbrigada (Casa de Reinaldo Escobar, padre de Luz Escobar)

En el piso 14 de este edificio de «microbrigada’  está la redacción del diario digital  14ymedio. Foto: 14ymedio.

Mientras tanto, en Cuba Internacional las cosas tampoco mejoran para Reinaldo. Algunos de sus artículos ligeramente críticos les parecen a sus superiores claros signos de insubordinación. Son cuestionamientos simples e inocentes sobre la realidad de la Cuba de los 80 que, sin embargo, no tienen cabida en una publicación destinada al extranjero para vender una imagen paradisíaca del socialismo caribeño. Poco a poco las objeciones y las llamadas de atención comienzan a cansar a Reinaldo, quien las cree poco menos que ridículas. Incluso, algunas han sido por motivos tan intrascendentes como el mantener relaciones amistosas con los dos traductores ingleses de la revista, radicados en la isla.

“¿Qué tú haces hablando con esa gente si ellos son ‘el enemigo’?”- le cuestionó cierta vez un funcionario del Partido Comunista.

– “Pero si son ‘el enemigo’ ¿qué hacen trabajando aquí? Si están aquí, enemigos no son”- contestó sarcástico.

La valentía de Luz es una inspiración para todos nosotros. En un país como Cuba, donde no hay libertad de prensa, no muchos se atreven ni consiguen, como ella, hacer buen periodismo, sin negociar con el poder o plegarse a él. Su compromiso con la misión de la prensa y la libertad de expresión, especialmente en 2019, cuando le ha tocado ser objeto de acoso, amenazas, interrogatorios, restricciones de viajes y arrestos domiciliarios a manos de un gobierno que no tolera a los periodistas críticos, es admirable y es una fuerza poderosa que hace avanzar al periodismo cubano.

Bárbara Maseda, fundadora y editora del Proyecto Inventario, a raíz del reconocimiento a Luz Escobar como Mujer Heroína del Periodismo por la International Women’s Foundation, en 2019.

III

Frente a su celular, Luzbely continúa:

“Es importante denunciar esto porque soy madre, con dos hijas chiquitas, y mis hijas están sufriendo ya las consecuencias de esto. No es como antes que, cuando ocurría algo de manera excepcional, ellos me impedían salir. No. Es que ahora, cualquier día, ellos se plantan allá abajo. Y si voy a buscar el pan, por ejemplo, como iba a pasar ahora, no puedo salir. Yo andaba con mi hija, Paula, y ella, otra vez, está presenciado esto. Es algo totalmente crítico para una madre tener que explicar una situación así. Lo he tratado de manejar de la mejor manera”.

Luzbely, la Luz Escobar hiperactiva de las redes sociales, la autora de muchos de los textos de 14ymedio y protagonista de otros tantos publicados en varios diarios independientes, es, sobre todas las cosas, madre. De hecho, antes de pensar siquiera en la posibilidad de dedicarse al periodismo había escogido ser madre. El periodismo y la maternidad comparten el no tener horarios fijos, así que Luzbely ha aprendido a desdoblarse en el tiempo y el espacio. Puede –quién sabe cómo- estar a la vez en la escuela de sus hijas, en casa preparando la cena, en un edificio incendiado y en el cuerpo de guardia de un hospital habanero en busca de testimonios. Pero cuando las fuerzas le traicionan y sus habilidades casi sobrenaturales no resultan suficientes, entiende que debe negociar con sus niñas. Ellas me entienden porque son inteligentes, piensa. Y eso es justamente lo que le aterra.

Quizás su mayor reto, más grande que escribir al menos un texto diario, que educar a dos niñas, incluso, que hacer periodismo en un país donde el gobierno no reconoce ni respeta la libertad de prensa, ha sido proteger a sus hijas en días como este de sujetos como ese que aguarda apostado en los bajos de su casa. 

– “Mamá, pero si él no es tu papá. Él no te manda”.- le dijo esta mañana la más pequeña, luego de presenciar aquella escena en que un hombre impedía a su madre salir del edificio. 

La lógica de una niña que solo reconoce esa primera forma del poder que nos llega de los padres, aunque simple, resulta aplastante. La madre entonces sepultó bajo la piel cualquier indicio de nervios, engulló el tartamudeo inevitable que suele traer la duda e intentó encontrar alguna respuesta definitiva y convincente. De alguna forma, las tres la necesitaban.

 

Luz Escobar tras una verja

Luz Escobar. Foto: Sadiel Me Be

En mayo de 2019, cuando Luzbely se dirigía a un taller de Arte y Periodismo Independiente en Estados Unidos, auspiciado por Cuban Soul Foundation, las autoridades migratorias cubanas le prohibieron salir del país, sin decirle hasta qué fecha, por su osadía de hacer periodismo fuera del canon oficial de la prensa apologética estatal. Las niñas quedaron sorprendidas cuando regresó a casa. Esperaban que su madre conociera el mundo y, si podía, les trajera alguna que otra cosilla de regalo. Le preguntaron entonces qué había pasado y ella solo alcanzó a montarse una historia de burocracia en la que se había perdido un papel sin el cual no podía viajar pero, cuando apareciese, de seguro la dejarían. Es preferible, piensa Luzbely, que crean que este es un mundo de ineptos y no de déspotas. Al menos por ahora.

Esta mañana, de vuelta a casa, la explicación fue otra: 

– “No es nada. Solo la policía que se mete en todo y no quiere que salga hoy”.

– “¿La policía?”, preguntó una de las niñas, para quien la policía todavía significa un grupo de hombres buenos encargados de castigar a criminales y delincuentes.

– “Sí, pero no es importante. Solo que a veces ellos se ponen así con la gente”, dijo Luzbely y dio por terminada la conversación.

Luzbely prefiere no entrar en detalles. No quiere decir que es por su trabajo, por intentar describir la realidad de un país sin adjetivos sobrantes pero con sustantivos certeros, que le han prohibido viajar y la han detenido, a veces en estaciones policiales y otras, como esta, en su propia casa. No sabe cómo decir que para la policía, esos hombres buenos en los que la escuela ha enseñado a confiar a sus hijas, ella es una delincuente.

A veces se pregunta qué resultados traerá en la educación de sus hijas todo esto. Hasta ahora parecen encaminadas: estudian mucho, son disciplinadas y algún que otro mérito como estudiantes han alcanzado. Pero en cierto momento dejarán de habitar esa burbuja enorme donde su madre las protege. Luzbely no le teme demasiado a ese día porque lo sabe inevitable y confía en que lo manejará de la mejor forma posible. Aunque salió antes de lo que saldrán sus hijas, también vivió en esa suerte de burbuja, ajena a la idea de que su padre convivía con el estigma del paria que hoy le toca llevar a ella.

Todo tiene un precio, pero ¿por qué? ¿Por qué pagar un precio por ser libre?

Cuando Luzbely habla con algunos conocidos de su edad, estos le cuestionan su rebeldía. Creen que no valen la pena tantos tormentos solo por decir lo que piensa, que continuar es pura obcecación, un capricho, un desajuste en la balanza de riesgos y beneficios. Ella no dice nada. Los entiende, acepta que opinen así. Quizás de haberle tocado vivir algo distinto, de haber compartido la infancia y la adolescencia con un padre dócilmente incorporado al modelo de ciudadano e intelectual autómata, de haber sido marcada por experiencias más banales, quizás si todo eso hubiese ocurrido, Luzbely Escobar fuese otra. 

Tal vez la rebeldía sea, simplemente, como una deuda heredada. 

***

– “Si quieres escribir tus artículos críticos, prueba en un medio de tirada nacional porque aquí no caben”- le han dicho a Reinaldo tantas veces en la redacción de la revista Cuba Internacional que ha terminado por aceptar el comentario como un consejo serio y se ha ido a trabajar a la redacción de Juventud Rebelde, el diario de segunda mayor tirada del país.

En Juventud Rebelde, sin embargo, las cosas no son muy distintas a como son en Cuba Internacional. Reinaldo se esfuerza por publicar sus textos de opinión y sus superiores hacen otro tanto por derribárselos. La más mínima crítica sobre, digamos, las incomodidades de los jóvenes en la Cuba de los 80, no es tolerada. Los márgenes permisivos son ahora mucho más estrechos de lo que serán después. Es la época de las “vacas gordas”, de la complicidad soviética, la década de oro del sistema, o al menos así lo verán años más tarde, cuando el país esté al borde del colapso o en una suerte de colapso irreversible extendido sutilmente en el tiempo. Como sea, la persistencia de Reinaldo en  burlarse de las advertencias de sus superiores lo lleva a una especie de reubicación laboral en los salones de la Biblioteca Nacional. Este nuevo trabajo se limita a la revisión de enormes series de números y letras correspondientes a autores y libros citados en la revista de la institución, y le resulta tan aburrido que lo considerará para siempre la antítesis misma de la creatividad. Quizás ahora, en algún lugar, cierto sesudo descansa triunfal y confiado de que en un ambiente apartado de la esfera pública Reinaldo ha quedado reducido por la monotonía laboral y el polvo de los estantes. Craso error.

En 1992, ya finalizado todo el aparataje político y mediático del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, Reinaldo Escobar figura entre los redactores y firmantes de una carta que exige la realización de una asamblea entre los trabajadores de la Biblioteca Nacional para verificar qué acuerdos de las reuniones previas al Congreso se han cumplido. La carta recibe una respuesta inmediata a manera de mítines de repudio contra él y sus 16 compañeros involucrados, a quienes ofenden y amenazan con la expulsión aunque, al final, todo queda en un ultimátum.

Reinaldo cuenta para entonces con lo que a veces llama “ángeles de la guarda”. Luzbely, próxima a la pubertad, los ha visto pero no tiene idea de quiénes son. A veces se ha topado en las cercanías de la casa con alguno que parece reconocerla y le pregunta por Reinaldo Escobar. No los cree amigos de su padre, quien suele reunirse con gente alegre, despeinada y medio hippie en el vestir, nada que ver con estos hombres misteriosos de pelo engomado y guayaberas con bolígrafos sujetos a los bolsillos. 

– “Papá, quién era ese hombre”- le pregunta un día luego de que se marchara uno de estos raros visitantes.

– “Ese es un señor de Camagüey que vino de parte de la familia a preguntar cómo estaba”- contestó su padre como para restarle importancia al asunto. 

 

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Luz Escobar. Foto: Sadiel Me Be

Poco después Luzbely sabrá que estos hombres son oficiales de la Seguridad del Estado, y que cuando le piden a su padre que los acompañe, le llevan a una estación de policía para interrogarlo y no a dar un paseo. La figura del “señor de Camagüey” se convertirá entonces en una especie de código entre ambos para referirse a los agentes de la Seguridad del Estado enviados a vigilarles. Usarán este código y otros más que incorporarán a un idioma cómplice y exclusivo, de manera que al extraño que les escuche le parecerá estar presenciando una conversación sin pies ni cabeza, puros disparates y sin sentidos vagamente conectados por expresiones reconocibles. Con el tiempo, los represores también aprenderán a usar sus nombres o seudónimos, y se llamarán Rodney, Ramsés o Camilo. Pero ahora Luzbely está próxima a cumplir los 15 años y desconoce todo esto. No tiene grandes aspiraciones. Su única preocupación es que dentro de unos meses se irá a un preuniversitario en el campo y vivirá, por primera vez, separada de su papá. Está todavía muy lejos de imaginar que un día contará con su propio “señor de Camagüey”. 

– “Mira, lee esta carta. La voy a entregar para renunciar a mi trabajo en la biblioteca. Yo no puedo trabajar en un lugar donde el requisito para mantener mi puesto sea callarme la boca y no decir lo que pienso”- le explica Reinaldo a su hija y le extiende un papel que sostiene en la mano.

Está preocupado como pocas veces. Cree que es una decisión importante que debe consultar con ella. Si entrega la carta quedará desempleado y se las tendrá que arreglar para seguir manteniendo la economía de esta familia de dos. Luzbely, por su parte, ni siquiera toma el papel, y con esa calma con la que habla siempre, dice:

– “Papá, que se metan la biblioteca por el culo”.

Me amenazaron con decirle a mis vecinos que soy una contrarrevolucionaria, no dejarme salir del país y procesarme judicialmente por una causa común (…) Entre las advertencias hubo claras insinuaciones de que presionarán a mi familia y hasta aludieron a mis hijas diciendo que podrían no tenerme cerca mientras crecen”.

Luz Escobar. “Te vamos a estar vigilando”, publicado por el diario digital 14ymedio. 16/01/2018

IV

Sería imprudente decir a ciencia cierta cuál fue el momento en que Luzbely se volvió una rebelde en todo el sentido de la palabra, en que esa actitud aprendida en los muchos años de convivencia con Reinaldo Escobar brotó, ya madura, en algún punto exacto de la línea cronológica de su vida, movida quién sabe por qué circunstancias. Tal vez fue durante aquel preuniversitario infernal perdido en un inhóspito paraje de Güira de Melena, donde le robaron sus pertenencias el primer día de clases y los problemas entre estudiantes se resolvían machete en mano o lanzándose tubos de luz fría y pomos llenos de orina. A lo mejor fue ese ambiente hostil lo que le impulsó a fugarse, temerosa, una noche por la carretera haciendo autostop a camioneros desconocidos, y después otra y otra, en cada ocasión con mayor seguridad en sí misma, a veces solo para ir a un concierto. O no, y haya sido una mañana, dentro de las paredes del Instituto Pedagógico Enrique José Varona, cuando le reprochó a la profesora de Historia Antigua por sus aburridos métodos de enseñanza, o cuando hacía caso omiso a quienes le criticaban su aspecto desahuciado luego de ella haber caminado muchos kilómetros sin desayunar debido a la escasez de comida y transporte público durante el Período Especial, o cuando se negó públicamente a ser miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas y una banda entusiasta de compañeros de aula le hizo el coro, o, simplemente, cuando decidió que no continuaría estudios universitarios y que un diploma de Licenciada era solo un papel enmarcado para decorar la sala de la casa. No obstante, cabe la posibilidad de que la Luzbely irreverente con el poder que conocemos haya surgido en la Casa del Festival de Cine, lanzando comentarios críticos al aire en un lugar donde todos medían sus palabras y castigaban con la expulsión a quien no.

 

Luz Escobar mira por una ventana.

Luz Escobar. Foto: Sadiel Me Be

En la vida adulta e independiente de Luzbely hay lugares a donde no llegan, inconscientes, las sombras de su padre, como los cursillos de fotografía, las clases de francés y su trabajo como asistente de dirección del espacio teatral Aldaba. Son apacibles estos instantes de inicios de los 2000 que pasa, entre otras cosas, experimentando en su blog, al cual ha llamado “Sonido Directo” pese a que solo publica fotos. Luzbely retrata cuanto ve. Le parece un hobby el fijar el lente de la cámara en todos lados, incluso en esos rincones donde de forma rápida e imperceptible se posan los ojos.

Por su parte, Reinaldo trabaja de mecánico de ascensores y poco después comienza a colaborar con medios internacionales que le permiten escribir libremente. Se le ve feliz, sobre todo después de aceptar en su intimidad amorosa y familiar a una joven filóloga que le sorprende con una fuerte vocación de periodista y una temeridad solo comparable con la suya. Esta muchacha, que le parece una versión femenina de su espíritu indomable, tiene casi 30 años menos que él y se llama Yoani Sánchez.

En cierto modo, Luz ha escapado. No es fácil hacerlo y ella lo ha hecho. La mayor muestra es que Luz Escobar hace amigos nuevos todo el tiempo. Cuenta que nunca desconfía de la gente que llega a su vida. La gente es eso que dice ser. Nada más”. 

Carla Colomé. “¿Quién diablos es la Seguridad del Estado?”, publicado por la revista El Estornudo. 2/12/2019

V

Reinaldo Escobar se levanta en la mañana del 16 de noviembre del 2019 y hace lo que suele hacer todos los sábados a esas horas en el mediano espacio que hay entre el cuarto, el baño, la cocina y la sala de su casa. Va después hasta los bajos del edificio en uno de los ascensores que él mismo puso en funcionamiento y ha arreglado ante cada desperfecto técnico durante más de 30 años. Al llegar a la salida se detiene frente a lo que sospechaba que vería en algún momento: un agente de la Seguridad del Estado. Lo reconoce con solo verlo, sin importar cuánto intente camuflar con los ropajes de civil su condición de represor del gobierno. Hay algo en Reinaldo, quizás un sexto sentido desarrollado en tantos años de hostigamiento por parte de sujetos como este, que hace que se les revelen con solo pasear la mirada sobre uno.

Dado que los organismos políticos del país pretenden celebrar hoy el 500 aniversario de La Habana con toda la pompa que pueden permitirse, los vigilados de siempre reciben una dosis extra de hostilidad preventiva solo por si se les ocurre salir y “aguar la fiesta”. Reinaldo, viejo zorro curtido en estos avatares, conoce de sobra la función del agente que yace de pie, aparentemente casual, en la puerta del edificio. Entonces se dispone a salir, no sin antes ocultar en uno de sus bolsillos un celular que empieza a grabar los sonidos cercanos.

– “Le recomiendo quedarse acá. Usted sabe cómo es el día de hoy. Usted sabe que yo no estoy aquí por gusto”- dice el hombre de la puerta.

– “Yo no sé quién tú eres. Yo no te conozco”- le replica Reinaldo.

– “Yo le estoy diciendo que soy el oficial que está aquí”.

– “Pero cuál es tu nombre. ¿Tú te puedes identificar?”- insiste.

– “Yo me puedo identificar pero eso no le va a decir mucho de todas maneras. No todos le van a decir que le sugieren que no salga. Usted determina. Esto es solo una sugerencia”.

– “¿Y qué pasa si yo no acepto tu sugerencia?”.

– “Ah, no sé. Usted sabe el día de hoy cómo es. Estoy seguro que los compañeros que trabajan conmigo le han dicho a usted y a Yoani que se mantengan en la casa para evitar un grupo de detenciones, de cosas, para no llegar a otros extremos…”.

“Otros extremos”, dice este hombre, como si supiera que está siendo grabado y, por tanto,  que no debe decir más allá de lo imprescindible.

“Otros extremos”, dice este oficial, como quien recorta con torpeza el final de un relato y determina dejarlo a la fértil imaginación de los lectores.

“Otros extremos”, dice este agente de la Seguridad del Estado, como si hablara en códigos con los que su víctima, a golpe de años de acoso, debiera sentirse familiarizada. 

Reinaldo Escobar entiende a qué se refiere. Si alguien conoce bien la naturaleza de esos “otros extremos” que tan distantes parecen, es él. 

***

Reinaldo habla sin parar, alardea muy sutilmente de su memoria con anécdotas exactas y complementos precisos. Son detalles pequeños los suyos, pero consistentes, de esos que parecen fácilmente despreciables y en su narración, de repente, se vuelven medulares, casi imprescindibles. Él habla y habla y es entretenido escucharle. Tiene la capacidad de reconstruir todo lo que le llevó a pararse un 20 de noviembre del 2009, a las cinco de la tarde, en la céntrica esquina de 23 y G: la golpiza recibida por Yoani a manos de un tal “agente Rodney” solo unos días antes, la publicación en su blog de un reto a duelo verbal con el agresor –“porque el humor nunca puede perderse”, dice Reinaldo- y la petición de que le negasen, le justificasen o se disculpasen por la violencia excesiva usada contra su esposa. Es sorprendente. Reinaldo puede, incluso, repetir de memoria lo que dijo esa tarde para las cámaras de la prensa extranjera acreditada en Cuba, los curiosos y los agentes de la Seguridad del Estado que comenzaban a rodearlo:

Estoy aquí, como un ciudadano, en la esquina de la avenida de los presidentes, calle 23,  con la única intención de esperar a una persona a la que he citado aquí para tener un debate, a partir de que esa persona participó en una golpiza que recibió mi esposa, Yoani Sánchez. Voy a esperar a las 6 de la tarde, como prometí, porque tengo una voluntad de diálogo muy amplia”.

 

Acto de repudio contra el periodista Reinaldo Escobar

Entonces describe los hechos de manera fugaz, salta en el tiempo, desecha los pormenores de esos minutos terribles. La narración no es ya “su narración”, sino una llamada entrecortada de la que solo puede inferirse algo leve y distante. Termina. Reinaldo Escobar no quiere recordar como recuerda otras cosas. Evocar ese día le regresa a su posición de víctima y él, orgulloso, se niega a ello. 

Luzbely, por su parte, vivió aquellos momentos ajena a lo que le sucedía a su padre. Estaba embarazada de Paula, su hija menor, y apenas salía de casa. Solo después de haber dado a luz, Reinaldo le mostró uno de los tantos videos que detallaban lo ocurrido aquel 20 de noviembre del 2009.

Había mucha gente agrupada alrededor de su padre mientras este permanecía sereno, con la expresión gallarda y el cuerpo tenso como una vara de cáñamo, capaz de doblarse con los tirones de la muchedumbre y luego volver a la rigidez inicial. La turba buscaba estar cerca de él, gritarle al oído y golpearle en la cabeza o jalarle los pelos y las ropas, cosa que hubiesen logrado absolutamente todos de no ser por los agentes de la Seguridad del Estado vestidos de civil que lo circundaban y llevaban a empujones por la calle. Aun así, muchos lo consiguieron. En el video, Luzbely contemplaba a Reinaldo andar como lo hacían hace siglos los condenados al cadalso, víctimas del irracional odio de la multitud exaltada y furibunda. La chusma ladraba “Fidel, Fidel” o la clásica consigna ochentera “Pin, pon, fuera, abajo la gusanera”. Bien cerca pasaba la Comparsa de la FEU, alegre, como en carnavales, ambientando la sordidez humana al ritmo de una conga. Se veían, además, muchos jóvenes, muchachos de la Universidad de La Habana que habían librado de un día de clases con la única condición de estar allí y unirse al entusiasmo popular sin hacer preguntas. Oradores de barricada, armados con micrófonos, se dejaban las cuerdas vocales diciendo: “Viva la Revolución cubana. Viva Fidel. Viva Raúl”, y señalando al adefesio que parecía Reinaldo Escobar mientras era zarandeado por cientos de brazos anónimos, continuaban: “Son unos vendepatrias. Esta calle es de Fidel”. La gente entonces se hacía un eco disonante de esta última oración. “Esta calle es de Fidel. Esta calle es de Fidel”…

Luzbley detuvo el video y se abalanzó a los brazos de su padre. Estaba furiosa, pero solo podía llorar. Diez años después, cuando la filmación de este día vuelva a circular por las redes, ella la verá de nuevo, esta vez más calmada, y volverá a llorar. Reinaldo, que pasará los siguientes años orgulloso de no haber reaccionado violentamente ni de haberse arrodillado, hablará sin rencor sobre quienes le golpearon aquella tarde, tratará a los victimarios de víctimas o, en el peor de los casos, de simples cobardes. 

La magnitud de la cobardía en Cuba no es una señal de la falta de calidad humana de sus habitantes, sino un índice de los grados a que ha llegado la represión”. 

Reinaldo Escobar. “Para hablar de los cobardes”. Publicado por 14ymedio. 16/08/2019

VI

Es 10 de diciembre del 2014 y Luzbely Escobar ha decidido, como todos los años por estas fechas, ir a disfrutar de cuanto trae el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Integra la enorme fila del Cine Yara, logra entrar y ve una película que olvidará después. Hoy solo es una simple espectadora, no la periodista del diario 14ymedio que dirige Yoani Sánchez. El trabajo, al menos por esta tarde, puede esperar.

Luzbely es periodista desde mayo, por lo que pudiera decirse que es una de las fundadoras de 14ymedio. Ahora trabaja mano a mano con su padre y, como él, sufre parte de las penurias propias de quienes se aventuran al pequeño universo de la prensa independiente en Cuba. Comenzó como fotógrafa. Nada complicado ni fuera de lo que hacía ya como entretenimiento en su blog. Poco a poco, desde la redacción le fueron pidiendo pies de fotos que se convirtieron en notas, que se convirtieron, a su vez, en pequeñas crónicas. La primera crónica de Luzbely fue algo simple, sobre la ruta 67 de ómnibus que pretendía eliminar el gobierno, lo cual afectaba a los habitantes, incluida ella misma, de la zona de Nuevo Vedado cercana a la avenida Boyeros. Fue un texto con muchas erratas que pulió junto a los editores del diario, personas pacientes a decir de Luzbely, que le enseñaron alguna que otra triquiñuela para manejar con mayor soltura este género. Más tarde hizo su primera entrevista. Fue a X Alfonso, con motivo de la inauguración de la Fábrica de Arte Cubana. Él estaba apurado aquel día con el ajetreo de la apertura del recinto y le aclaró que solo podía dedicarle 10 minutos. Ya terminada la conversación, ella revisó su celular y encontró que no había grabado nada. Corrió rápido hacia X y le pidió solo 3 minutos más  de preguntas y respuestas concisas que sí grabó con éxito. Al final la entrevista fue publicada, aunque tuvo que rehacerla casi completa desde su memoria. Desde entonces, cada vez que está delante de una fuente, mira repetidamente hacia la pantalla de su móvil para cerciorarse de que está grabando.

Una vez terminada la película, Luzbely se incorpora a la calle y se sorprende al encontrar a una muchedumbre curiosa que murmulla sobre lo que pasa a solo unos metros de ella. Hay patrullas estacionadas a los costados del cine, también policías uniformados y otros vestidos de civiles sujetando a mujeres vestidas todas de blanco que se resisten y gritan. De pronto, entre la gente, Luzbely descubre a un colega de 14ymedio que toma fotos desde todos los ángulos posibles y ella decide hacer otro tanto con su móvil. Se concentra en las fotos que hace, intenta acercarse a las detenidas, a los policías, al tumulto fisgón que se apila alrededor de las cercas de Coppelia. Apenas siente que los otros policías, esos que no llevan la camisa y el pantalón azules, la rodean de a poco. Para cuando lo nota sabe que es demasiado tarde. Se apega entonces a quien le parece es un periodista extranjero que no está dispuesto a ayudarle y le esquiva. El cerco se cierra ahora lentamente gracias la masa humana que inunda el lugar. De pronto, un ómnibus dobla la esquina, abre sus puertas para dejar a sus pasajeros y Luzbely, de un salto, entra en él hasta colocarse tras la puerta cerrada del medio. Ha escapado, cree, y suspira aliviada.

– “¡Luzbely, bájate del P1!”- le grita un hombre desde el otro lado de la puerta de cristal del ómnibus.

Ella no contesta. Está paralizada y no pretende salir. De un momento a otro la guagua echará a andar y habrá dejado atrás a este hombre que sigue gritándole que salga. Él la ha llamado “Luzbely”, es decir, que los órganos del Ministerio del Interior ya guardan en sus archivos un expediente con su nombre, sus datos y de seguro también muchas fotos suyas. Creía que hasta el momento había corrido con suerte y era invisible a los ojos de la Seguridad del Estado, pero estaba equivocada. Quién sabe desde cuándo le llevaban siguiendo. El ómnibus sigue parado. Luzbely también. Inclina entonces la cabeza y ve como una patrulla ha interceptado el camino de la guagua. Otro hombre le pide al chofer que abra la puerta delantera y entra abriéndose paso torpemente por el interior de la máquina hasta llegar a ella. Antes de alcanzarla, la puerta del medio se abre. Resignada, decide entregarse a sus captores.

Durante estos segundos de tensión ha pensado en gritar como lo hacían las mujeres vestidas de blanco que fotografiaba, de decirle a los ciudadanos comunes de la guagua que ella no había hecho nada más que tirar fotos, que aquello era un secuestro de parte de unos hombres violentos negados a identificarse, que todo ese aparataje policial revelaba el verdadero rostro de la libertad de expresión en Cuba. Ha pensado en decir muchas cosas, pero no lo hace. No serviría de nada.

Dócilmente se dejó llevar hasta una patrulla que la dejó en el cercano parque de H y 21, en el Vedado. Allí la volvieron a introducir en uno de los autos parqueados en esa zona junto a algunas de las Damas de Blanco que eran capturadas. Ninguna hablaba, apenas se movían para hacerle un espacio a las nuevas prisioneras que montaban. De ahí, Luzbely es llevada a una estación policial junto con otra periodista independiente de la que no recordará el nombre y durante cinco horas permanece en la antesala de los calabozos. Nadie ha venido a hablar con ella a no ser un oficial para quitarle su celular. De pronto, la conducen a su primer interrogatorio.

El oficial del Ministerio del Interior encargado de hacer las preguntas no dice nada fuera de lo que ella esperaba. Había escuchado muchas veces los recuentos de otros interrogatorios hechos a su padre y a Yoani y todos, incluso este, resultaban exactamente iguales: las mismas preguntas, los mismos gestos, locaciones similares, interrogadores que, siendo diferentes, asumían para ella un mismo rostro desprovisto de detalles.

– “Tú sabes que lo que estás haciendo es ilegal. ¿No? Tú debes saber que Yoani es de la CIA, que Reinaldo Escobar, tu padre, es de la CIA, que el gobierno de Estados Unidos les paga para hacer contrarrevolución”- dice muy serio el oficial.

Luzbely permanece callada. Siente que pudo haber reproducido con exactitud las palabras de este hombre antes del interrogatorio. Los represores solo conocen un discurso. Todos son, de alguna forma, el mismo personaje grotesco. Por lo demás, cree que el viejo cuento de la CIA es funcional y cualquiera pudiera aceptarlo luego de escuchar lo convincente que suena el oficial. Con ella, sin embargo, no surte efecto alguno. “Mi papá es la persona con la que crecí y Yoani con la que más tiempo he vivido después de él”, piensa.

Tiempo después le devuelven el móvil y la liberan. Durante el interrogatorio alguien se encargó de eliminar las fotos de ese día. Luzbely intentará recuperarlas mediante sofisticados softwares, aunque será en vano.

Horas más tarde, cuando Reinaldo sepa de lo ocurrido este día, quedará sorprendido por la manera en que su hija afrontó una detención y un interrogatorio. Nunca había pensado que Luzbely pudiera ser tan valiente, tan rebelde. Entonces sonreirá orgulloso, sabiéndose responsable. 

 

Luz Escobar. Foto: Sadiel Me Be

Tu vida se volverá más difícil a partir de ahora. Muchos amigos dejarán de llamarte por teléfono, otros cruzarán la acera cuando te vean, decenas de conocidos dirán que te volviste loca o que te lavaron el cerebro, otros te aconsejarán que te vayas cuanto antes del país, que te calles, que dejes de escribir y algunos parientes te dirán que pienses en tus hijas, mientras el cerco alrededor de tu casa, tu barrio y tu persona se hará asfixiante (…) La desconfianza se alzará como un muro alrededor de tu trabajo. Esas campañas de difamación y de satanización incidirán en cada detalle de tu existencia (…) Sin embargo, a partir de hoy también sentirás una extraña ligereza, como si te hubieran quitado un peso que llevabas cargando por años sobre los hombros. Ellos, sin proponérselo, te han regalado el mejor argumento para seguir tu trabajo periodístico (…) Bienvenida a tu nueva vida. Disfrútala y sé libre”.

Yoani Sánchez sobre Luz Escobar. “Carta a una periodista amenazada”, publicado en 14ymedio. 17/01/2018

VII

– “Es importante que esto se denuncie porque es una violación a los derechos de una ciudadana que no ha cometido delitos, que no tiene una causa pendiente, que no tiene una orden en contra de ella, para evitar que ella salga de su casa. Ninguno de ellos me ha mostrado ningún documento para ejercer ese poder sobre mí”– sigue diciendo Luzbely frente a la cámara.

Afuera, en las calles que le han negado transitar esta mañana, se supone que todos anden tristes, cabizbajos, y recuerden ese momento, hace ya 3 años, en que se conoció la muerte de Fidel Castro. En la televisión reponen canciones y alabanzas al líder ausente, hablan de su genialidad como un eslabón superior al modelo del hombre renacentista, dicen que viajó en el tiempo y regresó para contarlo, que su legado es la Cuba que dejó y que hay que agradecerle todos los días por ello, mencionan que todos somos él y por eso quizás debamos andar medio muertos hoy. Es preciso entonces que Luzbely Escobar permanezca cautiva para que no interfiera en el luto de otros.

– “Hoy es a mí. Mañana es a otro. Creo que se está repitiendo demasiado. Este es un año donde se ha incrementado bastante la represión contra activistas, periodistas independientes y artistas que a ellos, o sea, al poder en este país, les son totalmente incómodos” – continúa en su soliloquio que pretende subir a las redes sociales.

Lleva razón en lo que dice. El 2019 ha sido especialmente difícil para quienes trabajan fuera de los márgenes de la institucionalidad sin congraciase con esta. Ella, por ejemplo, ha sufrido más detenciones de las que acostumbra a soportar, más difamaciones, más interrogatorios, más advertencias policiales. Este año le han impedido viajar fuera del país, la han apresado solo por prender su grabadora y guardar el testimonio de unos albergados que viven en condiciones deplorables, sus captores le han invitado a colaborar con ellos, se ha negado y entonces le han soltado la terrible amenaza de que desde la cárcel no podrá ver crecer a sus niñas. Pese a todo, Luzbely cree que tanta represión solo puede significar que hace bien su trabajo y que el poder siente, quizás por primera vez en mucho tiempo, un escalofrío recorriéndole el espinazo. El poder tiene miedo, piensa, porque ya no puede seguir ocultando información, porque cada vez más personas se conectan a internet y debaten y leen cosas que gente como ella escriben. 

Claudicar es algo que ni siquiera ha pasado de manera inadvertida por su mente. Motivos tendría de sobra para hacerlo: el acoso policial, los que se niegan a hablarle temerosos de las palabras “periodista independiente” o “14ymedio”, quienes le delatan, los que la acusan de mercenaria y contrarrevolucionaria desde esta orilla, los que la acusan de “neocastrista” y colaboradora del MININT desde la otra, el tiempo libre que le falta, el futuro de sus hijas. Todo esto le abruma, pero no lo suficiente para acumular rencores. Luzbely parece incapaz de resentimientos. Sus hostigadores le han proporcionado tan seguido pequeñas dosis de odio que ya se siente inmune. Los ha sufrido, primero por su padre y después por ella misma, pero se le hace imposible odiar.

“Todo tiene un precio”, esa es su lógica de vida. No es ese precio del que hablan sus enemigos, por el que dicen que vende su pluma a la CIA, al club Bilderberg, a los Iluminatis y a cuanto caldo de cultivo de paranoias exista en Cuba. El precio de Luz, su filosofía, es uno omnipresente, es concebir la existencia como un mercado de canjes donde nada, ni siquiera ser uno mismo, sale gratis.  

– “Estamos aquí, presas en una casa sin ningún motivo” – dice, y apaga la cámara de su celular.

Contralmirante de un bote solitario que teme a los aviones, periodista accidentado, fumador de cuanto combustione, bebedor de mercurio, enamorado de los mitos y de todo aquello que termine en un “Basado en hechos reales”.
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