Casos y cosas de cubanos

En Cuba tenía una amiga que era sobre todo socia, pero, a veces, también nos poníamos de acuerdo y nos metíamos mano para desestresarnos. 

Había heredado una casona hermosa en La Víbora y para allá iba yo con una botella de vino; ella ponía los picaditos, la película de El Paquete y, entre perros y gatos, metíamos un maratón de cariño.

La licenciada era muy inteligente y, a pesar de haber estado en la CUJAE, le había dado por la moda. 

Poco a poco empezó a dejar de andar con los socios de toda la vida y agarró voltaje y no salía de un FIART para un FIHAV, y de ahí para una Fábrica de Arte y una FEU y un FACOM y vaya usted a saber…

Nuestras vidas cogieron caminos diferentes y, antes de partir, ya estaba un poquitico molesto con ella porque no paraba de ponerme el dedo: “Deja la política que eso no da nada”; “Tú tienes a una madre mayor, así que no te metas en eso”; “La juntera te está llevando por mal camino”; “Un blanquito de El Vedado que anda en eso…”.

Me tenía acomplejado y ya yo había vivido muchas tallas feas como para seguir bailando danzonete en la casa de la FEU, como si nada.

En fin, que dejamos de singar y dejamos de hacernos la media en conversaciones más serias.

Llegó mi momento de la partida y la verdad es que más nunca pensé en la loca esa: cada loco con su tema.

Pero un día, así como si nada, me la encontré en las redes con otro nombre. Había cambiado su nombre y se había puesto algo así como “La pioja” o “La liendra”… No recuerdo bien.

La licenciada mostraba sus diseños y posaba con carita de “estoy rica y lo sé”.

En sus posts no salía de un trovador para entrar en un deportista, que con un bailarín, una estatua humana, un tresero… Lo que más brillaba y valía de lo poquito que había quedado en esa Isla aparecía a su lado.

Según ella: ¡Ahora sí se había puesto rico el país! ¡Los que nos fuimos éramos unos cheos! Eso sí estaba pa comer, pa llevar y pa gozar.

Un día le dije, (por el interno): Fulana, ¿Tú sabes que hay gente presa? 

Y ella me mandó una foto de su lengua y sus nalgas en un short apretado.

No entendí nada. Me partió el coco en dos.

La ignoré y, cuando pasaron unos meses y el invierno se puso duro, volví a las fotos. Como estaba en una onda “recordar es volver a vivir” le mandé un bolerito.

A los pocos días la tipa me tiró: “¿Dónde estás viviendo? ¿Por qué no te vas para Estados Unidos?”. Aquella preguntadera no me cuadró y no le respondí.

A los pocos días, insistió: “¿Con quién andas? ¿En qué proyectos estás?”.

Yo callado… y sospechando: asere, esta tipa tiene que ser de la Seguridad del Estado. 

Un día la vi en una pasarela rodeada de militares y policías. 

Otro día la vi en una caldosa con uno de los cinco espías cubanos.

Después foto de culo, Varadero, mojito, sonrisa…. Donación a un hospital.

No entendía nada. No entendía su política editorial.

Después volvió: “¿Estás en Estados Unidos?”.

Y en las fotos de su Instagram aparecía al lado de un coronel. Yo me dije: “Asere, me han mandado esta loca a vigilarme y quiere saber si voy para Estados Unidos o si tengo pensado viajar a Cuba. No sé”.

Yo no era tan importante, pero tanto interés de repente me puso alerta… Yo no confiaba en ella.

Luego me mandó una foto de sus axilas a medio afeitar, y otra de los pelitos del ombligo.

Yo le puse que estaba loca, que no se entendía su proyección escénica.

Me insistió: “¿Dónde vives?”. Y ya no pude más y le mentí a la cara: “En Kentucky”.

Me dejó de escribir un tiempo y yo pensé que ya, que le había pasado la información al oficial de la Seguridad que la atendía y que, al darse cuenta que yo los estaba engañando, ya no la iban a mandar más a por mí.

Pero no, volvió a escribirme para decirme que tenía un problema con su casa. Con aquella mansión. Entonces empecé a atar cabos y me dije: “A esta la cogieron vendiendo algo en la casona y como en Cuba todo está prohibido, la Policía la está usando y la está cogiendo para averiguar de la gente. Así, sobornada, ella se cree que se libra de la sentencia, pero al mismo tiempo tiene pegada a la policía secreta atrás todo el tiempo”.

Me preguntó cómo estaba el tiempo en Kentucky y yo paranoico le dije que bien y que estaba muy mal, que no me iba bien en la vida (al enemigo mantenerlo desinformado siempre).

En una de esas me mandó un desnudo, yo le mandé un desnudo. Hablamos de música y la tipa me pidió que la reclamara… que le pusiera el parole.

Me di cuenta que no estaba trabajando para nadie, ni para la Policía ni para Canel, la tipa como todo el mundo estaba en la lucha.

Le dije que no estaba en Estados Unidos y que no tenía dinero para reclamarla ni mucho interés.

Pasó un tiempo y un águila por el mar… Me escribió pidiendo una carta donde yo dijera que ella era una destacada disidente porque estaba cruzando la frontera y necesitaba limpiar su imagen. 

Me mandó un capítulo de “Casos y cosas de casa”. Le mandé una receta de pollo que me habían mandado. Me mandó un desnudo. Le mandé un video mío meando. Me recomendó el último tema de un reguetonero, le pregunté por sus animales…

Y así, sin entrar mucho en nuestras diferencias, nos acompañamos en nuestras soledades. 

La verdad es que la mayoría del tiempo no estoy para ella, pero tanto esa licenciada, como yo, como un montón de gente, estamos así, como en un limbo, en una pausa, en un estanque… a la espera de…

Menos mal que nos tenemos, porque esta locura es mejor llevarla acompañados que solos.

Carlos Lechuga (1983) Director de cine y escritor. Dirigió Vicenta B., Generación, Santa y Andrés y Melaza.Escribió En brazos de la mujer casada y Ballena Tropical, su primera novela que verá la luz este 2023.
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