Un post en Facebook lo llevó a prisión: así fue la condena de Víctor Hidalgo en Cuba

Ilustración: Alejo Cañer

Víctor Manuel Hidalgo Cabrales fue excarcelado por el régimen cubano el pasado 17 de julio después de pasar un año y cuatro meses en la prisión provincial de Las Tunas, más conocida como El Típico. Ingresó allí a finales de marzo de 2024 porque el día 19 de ese mes publicó el siguiente texto en Facebook a raíz de los apagones que sufría: “Oye, ¿Las Tunas qué? La [electricidad] la ponen cuatro [horas] y la quitan cinco o seis. ¿Nos vamos a quedar así?”.

YucaByte ha seguido detalladamente el caso de este preso político, detenido a raíz de la ola represiva desatada por el régimen cubano tras las protestas ocurridas en Santiago de Cuba y Bayamo a mediados de marzo de 2024. Ahora lo entrevistamos directamente, algo que nos resultó imposible durante su reclusión. La noticia de su salida de la cárcel sorprendió a su familia y a él mismo, pues jamás le notificaron la sentencia tras el juicio celebrado en su contra el pasado 3 de febrero. Estaba preso sin tener la menor idea de cuándo podría salir. 

Víctor trata de reinsertarse en la sociedad y recuperar el tiempo perdido con su familia, pero ya no es el mismo. Entró a prisión pesando 83 kilogramos y ahora se siente “raro” con 66. Como estuvo tras las rejas 16 meses, perdió más de un kilogramo al mes, a pesar de que su esposa, Andrielis Guerrero, le llevaba comida a la cárcel para complementar las menguadas raciones que recibía por parte de las autoridades.

Andrielis jugó un papel medular en la excarcelación de Víctor. Comenzó a denunciar lo sucedido desde el día de la detención y se enfrentó a los represores del régimen que llegaron a amenazarla. Fernando Almeyda, el abogado de la ONG Prisoners Defenders que asesora a esta familia, recuerda la importancia de denunciar: “Este caso es un ejemplo de lo que sucede cuando ‘las cosas se hacen bien’, es decir, cuando los elementos de la sociedad operan de forma decidida y sincronizada. Esto incluye ejercer presión sobre el aparato represivo, el apoyo familiar y de la comunidad para que no se le dé la espalda a los familiares del preso, la labor de la prensa y las organizaciones internacionales de monitoreo, y la asistencia jurídica desde dentro y fuera de Cuba”.

Como ya denunció este medio, Orelvis Gener Crespo, presidente del Tribunal Provincial Popular de Las Tunas, le negó la libertad hace un año a Víctor porque halló “elementos suficientes” para probar que iba a “manifestarse en contra del proceso revolucionario”. Almeyda explica qué había detrás de esa decisión: “Desde que el aparato establece una medida cautelar de detención contra una persona, esto implica una condena casi segura. El actual presidente del Consejo de Gobierno del Tribunal Supremo ha declarado que la política judicial cubana pretende tener menos de un 6% de absoluciones. Eso se reduce aún más en los casos de perseguidos políticos”.

Almeyda, exiliado en Serbia después de resultar herido en la cabeza durante las protestas del 11J en La Habana, considera que el caso de Víctor es una victoria de la sociedad civil cubana: “Se debe y puede presionar siempre para que la condena y las condiciones sean las menores posibles. Y en este caso se logró, pues lamentablemente alguien totalmente inocente como Victor estuvo un año y cuatro meses privado de libertad. Sin embargo, el Tribunal condenó al mismo tiempo transcurrido desde su entrada en prisión, logrando la liberación inmediata y el cumplimiento íntegro de la condena. Eso es también consecuencia de que no se haya podido establecer el relato del régimen”.

El día que contactamos con Guerrero para hablar con su esposo [Víctor no tiene móvil porque se lo decomisó el Ministerio del Interior], ambos estaban pasando el día en una playa de Las Tunas junto a su hija de seis años. Todos estaban muy contentos porque era la primera “salidita” que hacían como familia en mucho tiempo. Él tenía la voz firme y desenfadada, pero dejaba entrever cierta incertidumbre por el futuro. Hay un hombre “de la Seguridad” que merodea su casa y eso lo tiene preocupado. Víctor no tenía un historial criminal previo y tuvo que ingeniárselas para sobreponerse a la prisión. Hablar de esos temas lo pone triste y, por eso, prefirió dejar la entrevista para cuando regresara de la playa. Lo que leerán a continuación es una transcripción de los 25 minutos que conversamos el 31 de julio de 2025, el día que su esposa cumplió 22 años. 

—¿Cómo saliste de la cárcel?

—La sentencia me llegó a la prisión. Era de un año y cuatro meses. Entonces, como ya ese era el tiempo que había cumplido, me soltaron. Llevaba cinco días preso de más, porque allí los meses se cuentan de 30 días y tenía cinco días acumulados de más. Me dieron un papel con la libertad inmediata porque cumplí toda mi sanción en la cárcel. Por eso ahora yo no estoy en libertad condicional. 

¿Por qué la sentencia se demoró tanto en llegar?

—Nunca supimos la causa de esa demora. Normalmente, el Código Penal creo que establece siete o diez días hábiles para que llegue, pero no sé por qué nos dijeron que había atrasos. Mi esposa fue a preguntar al Tribunal en una ocasión y le dijeron que faltaban jueces y fiscales para trabajar. Al principio me dijeron que la sentencia me llegaría en dos semanas, pero después dijeron que podía demorar hasta siete meses después del juicio.

—¿Te movieron de cárcel durante el tiempo que estuviste preso?

—Primero estuve ocho días en una estación de la Policía, detenido en los calabozos de instrucción. Ahí te tienen mientras hacen las investigaciones. En El Típico me tuvieron en «el filtro», que es un pasillo donde estás los primeros días hasta que deciden en qué bloque o pasillo pasarás el resto del tiempo. Luego ya me pasaron para la zona de los pendientes porque no tenía condena y ahí fue donde completé el año y los cuatro meses. Ahí hay mucha sobrepoblación penal. En las celdas grandes como la mía normalmente debía haber 24 personas, pero siempre fuimos al menos 36 y hubo un tiempo en que llegamos a ser 40. En esa celda teníamos un solo baño con dos turcos en el suelo.

—¿Cómo era tu régimen carcelario?

—Nosotros pasábamos las 24 horas encerrados, excepto cuando nos sacaban a comer. Al sol nos sacaban un día, de vez en cuando, a pesar de que el reglamento nos daba derecho a más sol. Allá adentro no se cumple el reglamento y se hace lo que les da la gana a ellos. Normalmente te sacan al teléfono el día que toca, a la comida y al almuerzo. No salíamos de la celda a nada más. A veces nos sacaban al sol una vez a la semana, o dos, pero a veces pasábamos un mes y pico sin salir al sol. En la celda dormíamos en literas triples. Llegamos a tener 12 literas y los cuatro que sobraban cuando éramos 40 tenían que dormir en el suelo. 

Ese problema empezó cuando hace unos meses atrás se violó la capacidad de 24 y se creó un cupo de 30. Todos estábamos esperando sanción y algunos habían hecho apelaciones. Algunos llevaban un año o más y no les había llegado ni la petición fiscal. Ahí había todo tipo de personas por todo tipo de delitos. Un muchacho llevaba un año y siete meses aproximadamente sin una petición fiscal, también por un problema político. Lo que pasa es que durante su proceso le encontraron armas y otro montón de cosas.

Algunos de mis compañeros de celda esperaban sanción por asesinato o intento de asesinato. Estábamos mezclados con todo tipo de delincuentes. Conocí al menos a dos que habían cometido delitos graves. Uno mató a una persona y el otro le causó lesiones graves a alguien. El resto estaba ahí por delitos como hurto, robo con fuerza o con violencia, falsificación de documentos y desvío de recursos. Es algo fuerte tener que convivir con toda esa gente, porque cuando llegas no estás acostumbrado a convivir con ese tipo de personas. Como el resto de los cubanos, tuve que adaptarme para sobrevivir a las circunstancias que nos tocan en este país. 

—¿En algún momento tuviste algún problema con alguien ahí?

—En esa celda donde yo estaba tratábamos de convivir nosotros mismos. Comentábamos los problemas y nos poníamos de acuerdo para mantenerla limpia. Arreglábamos las cosas sin que hubiera nada para hacerlo. Nunca tuve problemas porque tenía aquí afuera a mi esposa y a mi hija y tenía que estar atento a ellas.

—Durante el tiempo que estuviste ahí, ¿viste algún tipo de violación de los derechos de los presos por parte de las autoridades?

—Allí adentro [en la cárcel] no hay derechos. Algunos guardias te tratan bien y te ayudan en lo que necesites. Otros son unos HP [hijos de puta] que viven violando el reglamento y un montón de cosas. El Reglamento Penitenciario dice que hay que enseñarte los derechos, deberes y obligaciones que tienes como preso, pero eso no te lo enseñan nunca. El reglamento es lo que ellos quieren.

Yo vi cómo los guardias le pegaban a los presos. En muchas ocasiones era porque los presos pedían que los llevaran a la enfermería, los guardias se negaban o decían que más tarde, los presos protestaban y lo guardias les respondían con golpes. [Los guardias] querían llevarlos al médico cuando a ellos les diera la gana. Al mes de yo entrar a la prisión, en abril de 2024, en “el filtro” murió un señor de 50 y pico de años por negligencia de los guardias. Los presos se pasaron casi una hora llamando y los guardias no aparecían. Cuando lo sacaron, el hombre tenía una hemorragia interna y murió. Luego los guardias dijeron que al hombre le había dado un infarto y llegó muerto al hospital, pero al final supimos que fue una hemorragia que no se atendió a tiempo.

—¿Podías emplear tu tiempo en algo?

—Muchas veces leía y aprendí también un poco de barbería porque pasé un curso de barbero. También hice manualidades: tejí pulsos, cosía, dibujaba y bordaba. No sé si era permitido, pero nos dejaban pasar materiales para poder hacer diferentes manualidades.

—¿Recuerdas qué hiciste el día que te soltaron?

—Yo había tenido una visita el martes 15 de julio y mandé toda mi ropa para la casa. Me quedé con una muda de ropa para que mi esposa luego me la mandara limpia. El jueves 17 me envió la ropa y un almuerzo, y como a los 40 minutos aproximadamente, me llamaron de nuevo los guardias. Ahí me dieron la noticia de que quedaría libre y me dijeron que me decomisaron el teléfono con el que había hecho la publicación.

—¿Alguien de la Seguridad del Estado habló contigo ese día?

—Una señora se me acercó y me dijo: “Te mandaron a decir que te portaras bien, que ya la próxima vez no van a ser tan benévolos porque tienes delito”. Era una señora de piel negra que fue la que me entregó mi carnet de identidad cuando me iba. Yo nunca antes la había visto allí. Me dijo que si no me portaba bien podía ir preso de nuevo.

—¿Ha vuelto a tener contacto contigo algún policía?

—Al menos desde que yo estoy libre, no ha venido nadie a verme.

—Durante todo ese tiempo que estuviste recluido, ¿cómo fue la vida de tu familia?

—Era mi esposa sola luchando conmigo y con mi hija, trabajando e inventando como hace todo cubano. Así, más o menos pudimos salir adelante un poco. Yo antes era el que se ocupaba de mantener la casa. Nosotros teníamos un dinerito, una bobería, pero se acabó rápido y ahí mi esposa tuvo que salir adelante sola.

—¿A qué tú te dedicabas antes de que te detuvieran? ¿Qué piensas hacer ahora?

—Bueno, yo tenía un punto de vender viandas, pero ahora mismo no sé porque me parece que no puedo volver a trabajar en eso. No tengo el dinero para empezar ese negocio y ahora mismo no tengo nada. Estoy tratando de adaptarme un poco a esto aquí afuera, porque muchas de las cosas que sabía hacer han cambiado. Quiero ver si me pongo a trabajar para, poco a poco, hacer el dinero y acabar de irme de aquí. Eso es lo que quiero, salir del país. Hasta el momento no ha venido nadie aquí a la casa, pero yo sé que sí lo van a hacer, porque a cada rato está pasando por aquí por el barrio una persona que trabaja en la prisión, y nunca antes se le había visto pasar por aquí. Pasa en bicicleta o en una motorina [moto eléctrica] mirando para todo lados.

—¿A qué país quisieras irte exactamente?

—No sé para dónde. Me sirve cualquier lugar en el que pueda vivir tranquilo con mi mujer y mi hija. Quiero irme porque en este país no se puede vivir, aquí no hay leyes, porque en vez de utilizarlas para favorecer al pueblo, las utilizan en su contra. Lo que yo hice no es un delito según la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Si me tengo que ir antes para luego sacarlas a ellas lo hago, pero me gustaría irnos los tres, porque si no a ellas las van a joder aquí también.

—¿Tu hija cómo está?

—La niña está bien. Gracias a Dios no me hizo ningún problema traumático. Más o menos le fuimos hablando bien claro de lo que estaba sucediendo y ella fue entendiendo. Es una niña bastante inteligente. El día que salí, ella estaba en casa del abuelo y cuando le hablé se le notó la alegría en la forma de hablar. Lo primero que le dije fue: “Soy papá, ya estoy en la casa”. Ella me respondió: “Papá, estoy muy feliz de que estés en la casa”. Ahora le celebramos un poco el cumpleaños, ya para el próximo se lo haremos mejor.

—¿Qué tal pasaron el día en la playa?

—Tenía que sacar a la niña más o menos del estrés que había vivido para que se adaptara a que ya estoy libre. Ella no había podido aprovechar el tiempo conmigo en el año y pico que estuve preso, y el día de la playa pudo disfrutar un poco conmigo. Es maravilloso poder estar con mi familia de nuevo, porque no le deseo a nadie estar allá adentro lejos de las personas que uno quiere. Eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo. En la cárcel se pasa mucho trabajo, la comida no es buena y todo es malo allí. Entré pesando 83 kilogramos y salí con 66.

Graduado de Periodismo en la Universidad de La Habana. Asentado en Madrid desde 2021, escribe en Diario de Cuba, El Estornudo y en el periódico español El Confidencial.
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