Ilustración: Alejandro Cañer Labrada
Cada vez que voy a Cuba intento mantenerme alejado del trabajo, pasar tiempo con mi familia y no hacer nada que pueda ser aprovechado por el régimen para reprimirnos. Ese intento nunca se materializa: siempre termino escribiendo algo sobre lo que vivo allí y me encuentro con Roxana García Pedraza, la esposa de César Adriam Delgado Correa, mi amigo preso político del 11J.
La última vez que fui, a finales de enero de 2025, pude reencontrarme con él después de muchos años sin vernos. Cuando hablamos y le hice la entrevista que leerán a continuación, él apenas llevaba días excarcelado. Pasó tres años y medio en la prisión de máxima seguridad de Agüica, ubicada a las afueras de Colón, nuestro pueblo, en la provincia de Matanzas. Fue condenado a cinco años de privación de libertad porque el 11 de julio de 2021 protestó en Colón y subió a Facebook un video de 18 segundos en el que decía: «¡Abajo el comunismo! ¡Abajo el PCC!».
Durante nuestra conversación, me explicó qué implica estar preso en una cárcel cubana de máxima seguridad y compartir celda con otros 17 reos (13 de ellos condenados por asesinato). También me contó su opinión sobre las recientes protestas en las universidades cubanas contra el tarifazo de ETECSA. Ahora su reinserción social no está siendo fácil, pues la Cuba que dejó afuera en julio de 2021 ha empeorado muchísimo.
La amistad que me une con César trasciende la memoria de ambos. Mi tía-madrina vivía al lado de su casa, y con él y con su hermano pasé gran parte de mi infancia. Hasta 2007, aproximadamente, ambos integramos un clan que pasaba horas mataperreando en la calle. Armábamos desde carriolas hasta arcos y flechas, jugábamos a los trompos o las bolas, explotábamos minipetardos hechos con cabezas de fósforos, nos fajábamos por cualquier tontería, criábamos palomas y nos reuníamos en torno a una mesa de concreto donde mi padrino mataba cerdos que luego vendía a todas las familias de ese barrio.
Todos éramos hijos de obreros, albañiles, campesinos o “negociantes” de poca monta (personas sin un medio laboral definido que contrabandean en el mercado informal cubano). La única excepción de ese grupo de 10 o 15 niños era la familia de César. Su padre era un “cuadro” de rango medio que dirigía empresas estatales importantes en la ciudad, y su madre era “médica internacionalista”. Gracias a sus constantes viajes, ella surtía a sus hijos de equipos de videojuegos, algo que representaba todo un lujo para los cubanos en aquella época, y César lo aprovechaba al máximo. Siempre fue un niño retraído, más dado a los muñequitos japoneses y al dota. Hablaba y salía poco. Siempre teníamos que embullarlo para hacer algo.
César y su familia vivían en un apartamento sobre el consultorio médico de su barrio, “una casa del Estado” de la que se fueron poco después de que mi tía y mis primos se marcharan a EE.UU. El tiempo pasó y perdimos el contacto. Nos reencontramos en septiembre de 2015 en la Sede Camilo Cienfuegos de la Universidad de Matanzas. Seguía enganchado a los videojuegos y se había tatuado al Principito con muchos colores en el antebrazo. No salía apenas de fiesta, dormía mucho y solía comprarme montecristos. Como yo vendía dulces en las residencias de la universidad, entraba a prácticamente todos los cuartos y conocía a mucha gente. A eso había que añadirle que su cuarto estaba a tres puertas del mío, que nos conocíamos desde niños y que le gustaba hacerme preguntas de periodismo. La amistad cogió fuerza: él me llamaba “Beto” y yo le decía “Lavamanos”, porque a ese mueble sanitario me recordaba la pronunciada hendidura que tenía en el centro de su pecho.
César estudió Licenciatura en Cultura Física, pero siempre manifestaba inquietudes políticas e históricas que lo diferenciaban mucho del estudiante promedio de su carrera. El resto se concentraba mucho más en hacer ejercicio y poner en práctica lo que estudiaba. César hacía cuatro planchas y lo dejaba para escuchar música o hablar de cualquier cosa. No podía matar su curiosidad con “cultura física”. Era, y esto que voy a decir es un criterio colectivo de muchos que compartimos vida con él en la universidad, el clásico joven cubano raro que no encajaba en ningún canon o patrón común.
Cuando en 2018 me fui de Matanzas para terminar la carrera en la Universidad de La Habana, mantuvimos contacto por Facebook. “Quiero recoger los trabajos tuyos para verlos, asere. Tú sabes que soy un periodista frustrado”, me escribió en septiembre de 2019. Aclaro que como aún no me había graduado, publicaba poco, solo alguna mierda en el Noticiero Estelar o en el medio estatal de turno donde hacía las prácticas curriculares. Presumo que me pedía lo que estuviese haciendo porque quería consumir cosas que le resultaran cercanas. Yo en ese momento solo era un pichón de propagandista más.
En la citada conversación le pregunté cómo le iba y me contestó lo siguiente:
“Todo bien. Yo lo cojo suave pensando en el futuro. La yumai yumai [EE.UU.]. Nada más que me gradúe veré cómo me piro. Oye, papi, te dejo pa’ seguir en lo mío. Cuídate por allá y éxitos con la tesis y los proyectos. Recuerda que la prensa es libre y sincera”.
“Haces bien, yo también estoy pa’ pirarme”, le contesté. “Allá afuera hay un mundo por descubrir”.
El tiempo volvió a correr y no recuerdo haberlo visto más. Por Messenger tampoco volvimos a hablar. Le mandé un audio el 21 de julio de 2021 que nunca me contestó; ya estaba preso.
Me arrepiento mucho de no haberlo alertado sobre lo peligroso que podía llegar a ser su accionar en redes. Recuerdo haber visto las cosas que compartía en su muro y pensar: “A este lo joden en cualquier momento”. Más tarde supe que antes del 11J ya César era seguido por agentes de la Seguridad del Estado en Colón. Hablaban con sus cercanos y trataron de intimidarlo para que dejara de publicar. Era cuestión de tiempo que sus críticas al régimen le pasaran factura. La diferencia entre César y yo es que él se quedó, encaró al régimen y fue condenado por ello. Cuando le envié el audio que no pudo responder, yo estaba en Madrid trabajando en la construcción, algo que seguramente él hubiese hecho también si se hubiese ido para la “yumai”. El destino de César pudo ser el de cualquier integrante de nuestros clanes del barrio o de la universidad. De alguna forma un pedazo de todos nosotros también estuvo preso tres años y medio.
En junio de 2022 hablé por primera vez con Roxana García Pedraza, entonces novia de César. Ella se convirtió en su mayor pilar espiritual, hacía “magia” para llevarle alimentos a la cárcel, se hizo cargo de la finca de su suegro, fue reprimida en su trabajo y tuvo que pedir la baja, se apareció un día en la prisión para casarse con César (único preso del 11J que se casó en la cárcel), fue interrogada y amenazada durante años por la Seguridad del Estado, y visibilizó el caso de César a través de las redes sociales y los medios independientes. Colaba en el interior de su cuerpo las cartas que César me hacía. Si la letra no se entendía, ella luego las transcribía y me enviaba fotos. Un día le pasó mi teléfono a César y este me llamó por primera vez desde la cárcel, creo que en septiembre de 2022.
Durante este tiempo he intentado siempre mantener visible su caso, al igual que el de muchos otros presos políticos. Lo más difícil era transmitir calma a Roxana cuando le negaban a César el cambio de régimen penitenciario o de prisión. Según las propias leyes del régimen cubano, César no debió pasar tanto tiempo encerrado con una condena de cinco años, y jamás tuvo que poner un pie en un sitio como Agüica, en teoría reservado para cumplir penas mayores.
El 15 de enero de 2025, cuando excarcelaron a César, ella me mandó una foto de ambos en el asiento trasero del almendrón que alquiló para recogerlo. Al día siguiente, él me llamó y me contó que estaba contento. Lo escuché con bastante fuerza, algo que constaté cuando nos abrazamos el 28 de enero en Colón. Cité a los pocos amigos que me quedan en mi pueblo natal, pero le dije a César que viniese una hora antes para poder conversar.
―¿Cómo fue tu estancia en la cárcel?
―Mi celda en Agüica era de 5,60 metros de ancho por seis de largo, diseñada para un máximo de 12 personas y éramos 18. Vivíamos un estado de hacinamiento permanente y así toda la cárcel, porque la población penal está por encima de la capacidad de la prisión. Éramos 18 presos en seis literas de tres camas cada una. Ahí había otra violación, porque para las personas que ya están sancionadas la litera reglamentada es de dos pisos. Esto se debe a que si una persona tiene que cumplir 15 años, por ejemplo, subiendo a una litera tan alta, tiene riesgo de lesionarse.
También había muchos problemas con las plagas, sobre todo con las chinches y las cucarachas. Teníamos un solo baño y era muy precario: una ducha pequeña, un lavamanos y dos retretes agujereados en el piso, conocidos como baño turco. Las cortinas de baño las tejíamos con hilos de saco para así poder tener algo de privacidad. La higiene era pésima, porque al no haber losa y ser todo de cemento, este tenía poros donde se guardaba mucha humedad y suciedad.
La iluminación es otro factor determinante. Hay muchas personas que padecen de la vista porque llevan mucho tiempo y les ha afectado la iluminación deficiente. El problema es que las luces no están dentro de las celdas, sino en el pasillo. O sea, tú te iluminas dentro de la celda con la poca luz que emite el televisor y con la luz que llega del pasillo.
Yo salía de esa celda solo para desayunar, almorzar y comer. El reglamento nos daba derecho a una hora diaria de sol, pero solo nos sacaban de lunes a viernes. Había veces que no nos bajaban. Recuerdo que en una ocasión estuvimos como siete viernes sin tomar sol, y podían pasar tres o cuatro días seguidos sin que nos bajaran al patio. El resto del tiempo era completo dentro de la celda. Así pasé tres años y medio.
Agüica es una cárcel de máximo rigor donde en teoría debían estar solamente condenados a 10 o más años de cárcel, pero eso no se cumple.
―¿Cómo era tu convivencia con los compañeros de celda?
―Trece de los que estaban conmigo cumplían condena por asesinato. La cárcel llegó a estar tan llena que en una ocasión nos pusieron a dos personas a dormir en el piso y llegamos a ser 20 en la celda durante una semana. Se notaba muy poca voluntad de los órganos superiores para arreglar esa o cualquier tipo de situación complicada.
Para mis compañeros de celda, yo era un preso más. A veces discutíamos por temas políticos, porque eso es lo que hemos hecho aquí en Cuba siempre: hablar mucho de política sin tener cultura política de ningún tipo. Los presos comunes no nos veían a nosotros [los presos políticos] como diferentes.
―¿Cómo se les llamaba dentro de la cárcel a los presos políticos?
―A nosotros se nos solía llamar “los dignidad”, debido a la “Operación de Dignidad”, el término que utilizó el Gobierno para enmarcar a todos los manifestantes. Al principio nos decían los “tira-piedras”, pero luego parece que decidieron corregir. Recuerdo que algunos presos me contaron que los guardias les intentaron meter miedo antes de que llegásemos a Agüica los primeros manifestantes, para que el resto de la población penal tuviera cierto cuidado con nosotros.
―¿La Seguridad del Estado mantenía contacto contigo en la cárcel?
―Sí. Iban a vernos de manera regular, aunque eran encuentros alejados unos de otros en el tiempo. Al principio era un poquito más frecuente. No hablaban con todos las mismas cosas. En el caso mío siempre rechazaba salir de la celda, porque yo no tenía nada que hablar con ellos. Una de las pocas veces que hablamos fue para transmitirme cierta tranquilidad de que supuestamente se estaban haciendo cosas con nosotros. Querían tranquilizarme porque nunca me cambiaron para un régimen de menor severidad, algo que debieron hacer desde que cumplí un año y tres meses de cárcel. Vinieron a decirme que los expedientes estaban en La Habana y así entretenerme de alguna forma para ganar tiempo. Ellos siempre querían que nosotros estuviésemos tranquilos y no hiciéramos huelgas de hambre, por ejemplo.
―¿Alguna vez te propusieron algún tipo de trato?
―Por esa parte fueron bastante respetuosos conmigo, porque yo supe de gente recién detenida a la que le ofrecían salir si delataban a otros cinco manifestantes, por ejemplo. Ellos nunca insinuaron hacer algún tipo de trato conmigo; por lo menos sabían de mis convicciones. Estando en la cárcel tampoco me ofrecieron nada a cambio de que hiciera algo.
―¿Sufriste o viste algún tipo de tortura dentro de la cárcel?
―Allá adentro se dan muchas golpizas. Se han hecho bastantes denuncias con nombres y fechas exactas a través de medios independientes, gracias a declaraciones de Félix Navarro, también detenido en Agüica. Hice una buena relación con Félix, hemos hablado muchísimo y nos enviábamos cartas dentro de la cárcel.
Las golpizas son uno de los métodos más utilizados en Agüica para neutralizar a las personas e infundir miedo. Los guardias utilizan varios métodos de tortura, como el sistema de preso contra preso para aislar y molestar a quien quieran a través de un recluso que sea afín a ellos. Por ejemplo, si tu te plantaste [iniciaste una huelga de hambre], castigan a toda la celda para que tus propios compañeros te inciten a dejar la huelga.
Los guardias golpean a pesar de que esté prohibido, porque la impunidad con la que violan las leyes es muy grande, más en Agüica. Estando yo ahí le partieron las costillas a un preso de tanto golpe que le dieron. Ahí es cuando te das cuenta de la complicidad que existe entre la Fiscalía y todo el resto del sistema de justicia. Ese caso se denunció y un fiscal fue a la prisión a preguntarle al golpeado si quería continuar con la denuncia, pero al final le abrieron una causa al preso por supuestamente haber ofendido al jefe de Orden Interior, Noslén Pedroso Sotolongo.
―¿Qué crees de tu salida de la cárcel?
―Creo que lo saben entre ellos, pero no se atreven a admitirlo públicamente: Ya no les queda nada de prestigio internacional. Los países que supuestamente los apoyan lo hacen por conveniencia. Si se apoyan en el papa y en la supuesta buena voluntad para sacar a la gente de la cárcel, y no lo hacían porque los iban a quitar de la lista de patrocinadores de terrorismo, ¿por qué pararon de excarcelar a presos cuando volvieron a poner a Cuba dentro de la lista? La verdad tras esa decisión la entiende hasta un niño de cinco años: nunca fue por el papa. Cuando dejaron de sacar a presos me sorprendí mucho. Mandaron a parar sin importarles lo que dijera nadie, al final por eso no perderían ningún aliado. Quienes se relacionan con ellos no son amigos de Cuba, son negociantes.
―Ahora que saliste, ¿qué piensas hacer, qué planes tienes?
―Tengo que esperar hasta noviembre para terminar de cumplir mi condena, pues ahora estoy en libertad condicional. Hasta ese momento quiero pensar en cómo irme del país. La idea es estudiar todas las posibilidades que existan.
Estoy empezando con el tema de una licencia por cuenta propia para vender productos agropecuarios en el portal de mi casa. Aquí todo está caótico, Cuba viene siendo como un potrero gigante. Duele más cuando te enfrentas a la narrativa oficialista que te habla de todas esas falsas esperanzas. Ellos están conscientes de que nada de lo que dicen es real y todo es una retórica para seguir legitimándose en el poder. Para gozar de sus millones y su abundancia, tienen que seguir con sus mentiras.
―¿Cómo valoras la situación que está atravesando Cuba ahora?
―Cuba está tristemente destruida, los hospitales son un caos. Tú entras y no hay insumos médicos de ningún tipo. Ya es normal que el tratamiento lo tienes que asumir tú. Si vas a operarte tienes que buscar las cosas tú. El salario sigue igual, en el piso, y no alcanza para nada. No sé todavía cómo la gente se las arregla para poder llegar vivos a final de mes. Hay basureros en todas las esquinas y eso provoca más mosquitos. La corriente está superdifícil, te la ponen una hora y pico o dos cuando entienden ellos. Entonces corre, haz todo lo que puedas adelantar, y hasta el otro día a ver cuándo vuelven a ponerla. El problema del agua aquí también en Colón es crítico, tienes que pagar una pipa de agua en 7.000 u 8.000 pesos.
La comida escasea también. Hoy mismo almorcé arroz, frijoles y boniato. Otro desastre es la educación; los muchachos ni van a la escuela. Los padres no los llevan a veces porque los niños no pueden dormir bien por el apagón o porque no tienen merienda para llevarse.
La delincuencia está campando a sus anchas. La Policía está para perseguir a los opositores y reprimir, además de su corrupción, viendo a quién pueden rasparle algo o ponerle multas arbitrarias.
Hablar cosas buenas de Cuba sería mentir, este país está al borde del colapso. Ya sobrevivimos por pura inercia, como cuando tú apagas un carro bajando una pendiente y sigue rodando, aunque no esté encendido. El cubano, como sociedad, solo está esperando a que alguien haga algo por él, porque no son capaces ni de rebelarse, tienen mucho miedo. Muchos se prestan para ir a los desfiles del 1 de mayo, por ejemplo. Es triste no tener la voluntad para desafiar al que te está oprimiendo. El cubano espera que Trump haga por Cuba lo que él no puede hacer en su propio país. Trump tiene sus problemas en EE.UU. Entonces eso te lleva a pensar como muchos, que es mejor irse. Pero gracias a ese pensamiento o el de “Me voy a callar para no buscarme problemas”, ideas alimentadas por el discurso del Partido Comunista de Cuba, es que ellos han logrado mantener el poder por tanto tiempo.
Estuve viendo lo que pasó en España con Gabriela, la de Con Filo, y no acabo de entender cómo hay tanta complicidad en el extranjero con el tema Cuba. ¿Cómo un español puede pensar que la Revolución y su comunismo son algo bueno, cuando sufrió la dictadura franquista hace no mucho? Ellos son los primeros que deberían rechazar todo esto. La Unión Europea está indolente ahí, necesitamos más apoyo exterior, porque esta gente aquí tiene todo para luchar contra el pueblo, que a veces se ve un poco indefenso.
¿Qué te parecen las recientes protestas de los estudiantes universitarios contra el tarifazo de ETECSA?
―Con relación a estas manifestaciones en las universidades, estamos viendo una actitud bastante rebelde de los jóvenes, algo que no había ocurrido en muchos años. El tarifazo de ETECSA fue como la gota que colmó el vaso. Sabemos lo sensible que es el tema de acceder a internet y más para las nuevas generaciones. Ahí se está demostrando esa fuerza que tiene la juventud en un país, y más la que sale de las casas de altos estudios. Como a raíz de esas promesas están ocurriendo demasiadas cosas, hay muchas esperanzas de personas como nosotros [presos políticos], que queremos ver un cambio en este país.
Los mismos jóvenes de manera casi unánime pudieron enfocar esa idea y esa protesta, porque en mi tiempo uno intentaba exponer sus ideas y era siempre oveja negra. Eso repercutía en incomodidad con los profesores. A mí me llamaron varias veces la atención por la forma que tenía de decir las cosas. Aunque a veces era yo solo quien emitía un criterio determinado, muchos también pensaban igual, incluso algunos profesores nos lo dejaban saber, pero al final la censura siempre estaba ahí. En el caso de estas protestas, el impacto ha sido contundente y ha llevado a cierta unidad invisible muy importante, que tiene al Gobierno muy nervioso.
Hemos visto en varios videos cómo los estudiantes denuncian el acoso político de la Seguridad del Estado, que no entiende a esos muchachos de 20 años y termina amenazándolos. Por eso todo esto tiene más valor todavía, porque a pesar de todo los estudiantes siguen denunciando y están siendo firmes en su posición. Hablo de la mayoría que protesta, no de los “líderes” de la FEU que se están sentando a dialogar con el régimen. Esos no cuentan: puede que aún no hayan abierto los ojos o que estén demasiado comprometidos con la cúpula.
El régimen, como siempre, está tratando de hacer una campaña para tapar la verdad con la mentira, pero ahí están las redes que la desmienten. El régimen está ahora mismo en una situación delicada, porque si cede a las demandas estudiantiles, demostraría que las protestas son una manera de evitar todas las restricciones que nos ha impuesto con el paso del tiempo. Por eso apelan a la manipulación, al miedo y la represión contra los estudiantes y sus familiares. Estamos viendo que algunos no se han dejado amedrentar y quizás todo esto sea el inicio de algo bonito.
De hecho, en los videos que han trascendido de las protestas, los estudiantes no solo salen hablando del tarifazo de ETECSA, sino también de inclusión, de la miseria generalizada, del hambre, y de la incapacidad de subsistir con un salario. Sin darse cuenta están haciendo una denuncia mucho más grande que el tarifazo en sí. Eso le está doliendo mucho a este gobierno y por eso se han vuelto más radicales con las formas de represión. No interesa que sean estudiantes, a ellos [los dirigentes] lo que les interesa es mantener su poder.
Ahora [el Gobierno] está esperando a ver si la protesta se queda en el olvido y no se siguen publicando videos con la misma fuerza. Ellos siempre han jugado con el tiempo, porque el cubano lamentablemente carece de memoria histórica. Ellos juegan con esa ignorancia a favor. A pesar de todo, si el resto del pueblo se uniera al reclamo de los estudiantes, esto pudiera llegar lejos. La lucha de esos muchachos es muy importante, porque para la dictadura no es fácil desacreditar a unos jóvenes que apenas empiezan a vivir y no tienen antecedentes penales, algo que han utilizado con nosotros, los del 11J, al inventar expedientes ficticios con delitos no cometidos.